Decía Dostoyevski que todas las gentes cultas han sabido siempre que la amistad está basada en la humillación. Tenía toda la razón, porque nada hay más que nos guste humillar a un amigo, sea más en serio o más en broma. En estos días de encierro obligatorio han aparecido, como por arte de magia, unos humilladores profesionales. Son esos presuntos amigos que no paran de enviar por Whatsapp, para asegurarse de que lo vas a ver, fotos de sus barbacoas y/o de sus jardines.
No solo publican sus felices instantáneas en Instagram o Facebook para quien quiera verlas. Necesitan mandarlas a los grupos de amigos para que sus más cercanos sepan, sepamos, lo bien que están llevando el confinamiento porque tienen patio, jardín y, sobre todo, una parrilla, aunque sea rudimentaria, donde darse sin fin a preparar placeres gastronómicos. En vez de solidarizarse con los que vivimos en las habituales colmenas de la ciudad y nos tenemos que conformar con la vida social en los balcones, quieren restregarte que sus días confinados están siendo más llevaderos. Te derrotan y se jactan de tu derrota. Añaden al agravio escarnio.
Es curioso que estos adictos al selfie nunca comparten a través de Whatsapp imágenes jugando con sus hijos o limpiando sus amplias viviendas, que son actividades a las que sin duda dedican mucho tiempo. Todo son vastos jardines y golosas barbacoas. En el menú de las fotos el típico chuletón de ternera es lo más habitual y también abundan la chistorra o la panceta, si bien hay algunos más sanos que apuestan por el pollo o incluso por los pescados. Nunca hay parrilladas de verduras.
Mientras algunos tenemos que apañarnos con picnics y jardines montados en el salón, ellos no paran de recordarte lo pequeño que es tu piso en comparación con sus viviendas. "Jódete, urbanita, mira cómo se vive en el pueblo", parecen decirte. Quizás algunos lo hagan de forma inocente y sólo pretendan hacerte partícipe de su dicha, pero con su actitud estos humilladores únicamente consiguen intensificar tu agobio y, por ello, avivar en tu interior ese sentimiento tan insano que es la envidia.
Esa sensación común entre los que no tienen jardín ni barbacoa es aún más hiriente para los que somos de pueblo y tenemos otra casa más grande donde refugiarnos pero no tuvimos tiempo de marcharnos o decidimos no hacerlo por miedo a esparcir el virus. En la siguiente ampliación del estado de alarma, que por supuesto llegará, se debería prohibir la exhibición y la exaltación de barbacoas y jardines con el pretexto de no agrandar el sufrimiento ajeno.
El caso es que los envíos fueron masivos el fin de semana, pero otra curiosidad de este fenómeno es que las fotos de barbacoas y jardines también llegan cualquier otro día. Lo que nos lleva a otra de las curiosidades de este período tan raro como angustioso: se han esfumado las clásicas diferencias entre un domingo y un martes. Ya todos los días son peligrosamente iguales. Como ocurre en las vacaciones de verano o en Navidad, no somos capaces de distinguir si es miércoles o sábado. A buen seguro esta ruptura de nuestro calendario tendrá consecuencias psicológicas que soy incapaz de descifrar.
Muchas otras fronteras se difuminan estos días. Enferman tanto los ricos como los pobres porque el coronavirus no distingue entre sus víctimas. Políticos que defienden a ultranza la sanidad pública se van a la sanidad privada como si ambas fueran lo mismo. Los más egoístas tiburones del capitalismo se convierten en donantes altruistas. O políticos que están alejadísimos ideológicamente coinciden al pedir al Gobierno que frene toda la actividad económica. Tiempo de paradojas que ponen a prueba todas esas certezas que creíamos irrebatibles.
Teniendo en cuenta cómo los humilladores nos martirizan con sus fotos, tampoco tenemos claro ya si es más conveniente vivir en un pueblo, donde tienes más libertad de movimientos pero todo el mundo te conoce, o hacerlo en la ciudad, donde pasas inadvertido pero te acabas deshumanizando. Para decidirse conviene tener en cuenta que esta crisis del coronavirus está provocando que las ciudades se humanicen. Aunque de eso hablaremos otro día.
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