La Semana Santa está en capilla, aún por decidir si cerramos más o si nos abrimos en canal, mientras que la cuarta ola llama a la puerta con fuerza y llegan, inexplicablemente, franceses y alemanes a hacer turismo en nuestro país, tan absolutamente necesario. El españolito de a pie, mientras tanto, debe quedarse en casa o hacer turismo y colmar su ocio dándose como mucho una vuelta a la manzana. No hay por dónde cogerlo, no hay explicación para justificar lo inexplicable, por mucho que se quieran esforzar Pedro Sánchez o Ángela Merkel, si no fuera por el dinero que se van a dejar estos turistas. No importa de dónde vengan, lo que importa es lo que no podemos hacer nosotros en nuestra casa y permitimos que lo hagan los demás. Lo hacemos sencillamente porque Europa no ha acordado el cierre de fronteras en la línea de lo ocurrido en la Semana Santa del año pasado cuando estábamos encerrados en casa y sólo salíamos a comprar para comer y, cada tarde, a aplaudir en los balcones a nuestros sanitarios.
Nadie ha hecho una campaña para frenar el turismo porque un año después de que el virus apareciera en nuestras vidas es totalmente insostenible cerrarnos a cal y canto
Todos podemos coger un vuelo a París o a Berlín, con un PCR bajo el brazo. Nadie nos lo va a impedir ni va a controlar el dichoso salvoconducto del que tanto hablan. Otra cosa es si es recomendable y está claro que no lo es. Nadie ha hecho una campaña para frenar el turismo porque un año después de que el virus apareciera en nuestras vidas es totalmente insostenible cerrarnos a cal y canto. El 'quédate en casa' ya no funciona. El hartazgo pandémico es tal que muchos pueden alegrarse de colgar el cartel de completo para esta Semana Santa sea con catalanes, aragoneses, leoneses, vascos o alemanes. Necesitamos oxígeno, algunos económico y otros literalmente en los hospitales que siguen con las UCI a rebosar de personas que se debaten entre la vida y la muerte en su lucha para combatir el virus. Olvidémonos, el equilibrio en esta pandemia no existe, lo económico y lo que necesitamos para sobrevivir está reñido con lo de proteger la vida y la salud.
Movilidad y aglomeraciones
Los datos de muertos se han convertido en tan habituales en nuestro día a día que apenas nos afectan, o lo que es peor, casi ni los escuchamos. No atendemos a más sacrificios y menos cuando vemos al vecino que disfruta de cuuanto bueno tenemos en nuestro país y que nosotros tenemos vedado. Un andaluz no puede viajar de Málaga a Granada, pero sí que lo puede hacer el alemán. A ver quién es el valiente que lo puede justificar y más en plena Semana Santa, que tanto se vive en aquellas tierras. Al virus le agradan dos cosas, que ya las tenemos más que aprendidas. Que nos desplacemos y que nos relacionemos, cuanto más juntos mejor, da igual de dónde vengamos y de dónde seamos.
Los aviones que llegan a Barajas o al Prat van llenos de turistas. Ojalá todos los vuelos fueran por trabajo o para visitar a familiares, pero no es así. Alemanes y franceses campan a sus anchas por nuestro país porque no lo pueden hacer en el suyo. Igual que nos ocurre a nosotros. La vacuna, pese a todo, sigue siendo nuestra mayor esperanza, y que venga cuanta más gente mejor porque esto no va de salvar la Semana Santa, ni de salvar la Navidad, va de salvarse de la pandemia y recuperar poco a poco la normalidad. Las secuelas están por ver y bajo estudio, no sólo las económicas, y lo desconocido asusta. Que un niño de diez años esté en la UCI de un hospital de Lugo con un shock tóxico tras pasar el coronavirus no invita a otra cosa más que a potenciar la investigación científica y a mantener en alto las armas de la prudencia. Cuídense, con mascarilla siempre.
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