Opinión

Un señor de provincias que ríe poco

Es Feijóo de esos que no se detienen en las palabras, porque sabe que para conseguir algo en esta vida hay que desearlo muchas veces, trabajarlo y, sobre todo, que se te note

Puede que recuerden el día en el que Feijóo se fue a ver al presidente del Gobierno investido ya como líder del PP. Fue el pasado jueves 7 de este mes. El popular se presentó allí vestido de oscuro y con corbata granate, y así lo recibió un Sánchez sonriente tocado con un terno azul, más juvenil y animoso que la apariencia circunspecta de Feijóo. Un señor que, recién llegado a Madrid, parece que acaba de leer ese verso de Juan Ramón en el que asegura que el ruido le impide ver. Un político de provincias llegado a la Corte que sabe bien que en España –especialmente en lo suyo-  hay más astucia que inteligencia.

El día del que les hablo no llevaba maletín ni cartera, en su mano derecha unos cuantos papeles y poco más, como si fueran los apuntes de un universitario corriente evolucionado años después en un político corriente que tiene en su cabeza la intención de ser el presidente del Gobierno.

Es Feijóo de esos que no se detienen en las palabras, porque sabe que para conseguir algo en esta vida hay que desearlo muchas veces, trabajarlo y, sobre todo, que se te note. Y al gallego, desde que llegó a Madrid hace menos de un mes, se le nota que no quiere ser el que suba la escalinata de La Moncloa, que quiere ser el que sonriente y animoso reciba a los que por allí vayan.

La mano de Sánchez

Me disculpo por tan larga digresión y vuelvo a ese jueves 7 de los corrientes. Hay un momento en el que ambos dirigentes posan a petición de los gráficos estrechando sus manos. Hay también un primer intento en el que Sánchez se queda con la mano en el aire, y al confirmar que Feijóo no se la está dando, la recoge con prontitud, como si hubiera hecho algo mal o le estuvieran haciendo un feo. En realidad, ese señor de provincias tan bien articulado, se estaba guardando la mascarilla en el bolsillo y después le dio la mano. Cada cosa en su momento. Y a continuación posó con Sánchez mirando a los fotógrafos, pero a diferencia del presidente que esbozaba esa sonrisa que regala a su espejo cada mañana, Feijóo mantuvo el rostro inmóvil suficiente para indicar cortesía, pero también seriedad.

Son tantas las veces que Sánchez se ha reído del que ha dado la mano y ha terminado defenestrado después, que mejor no olvidarlo. Hasta Pablo Iglesias lo sabe: "En política no hay que confiar en la palabra de nadie", dijo hace unos días. Por fin, pensé, algo en lo que coincido con este señor que dice que no volverá a la política, pero no deja de dar entrevistas.

En la foto de la que les hablo, Feijóo dejó la mano de Sánchez colgada en el aire a la manera en que tiene colgado el Gobierno de fuerzas políticas de las que, a tenor de toda esta trama de Pegasus y los pinchazos telefónicos, no se fía. Sánchez estaba pensando en la foto, una más, Feijóo en una conversación, la primera, en la que iba a empezar su labor para llegar a estar allí cuando le toque.  Ese instante retrata la frivolidad de quien gobierna para la galería, pero también la tranquilidad y firmeza de quien sabe que la victoria en política tiene sus ritmos, esos que nada tienen que ver con una moción de censura ganada con el apoyo de la sentencia averiada de un juez.

¿Quién recuerda hoy a Casado?

Lleva un mes dirigiendo al PP y nadie echa de menos a Casado, y menos a García Egea. En el PP no se habla de la reforma laboral ni se recuerdan los apoyos con qué gobierna Sánchez, para qué, pensará, si ya son tan claros y evidentes sus resultados. No regala titulares. Mide sus comparecencias en la prensa. No regala canutazos, responde a las preguntas que le hacen y no se prodiga en los medios si no tiene algo qué decir. En este sentido tiene algo que agradecerle a Pedro Sánchez: hagamos lo contrario que él y acertaremos, parece decir.

Francia acaba de darnos también algunas lecciones, una de ellas es que la ideología ha pesado lo justo: obreros que han votado a la extrema derecha, votos que fueron de Mélenchon y terminaron en la bolsa de Le Pen, millones de ciudadanos que no han ido a las urnas, dos millones de votos en blanco, casi un millón de nulos.

Los politólogos-tertulianos sabrán mejor cuál es el peso de las ideologías, pero uno humildemente cree que si lo tiene, ha ocupado el espacio de la utilidad. Por eso Gabriel Rufián, que es un mentiroso pero no un idiota, dice eso de pasar de la moral a la utilidad. Macron sabe que le han votado de mala manera, que muchos le han dado el voto para que no gobierne el populismo. Esa receta felizmente no sucederá en España porque aquí nadie votará a Sánchez & Cía para detener a Vox. Nadie es tan bobo para cambiar populismo por populismo, y esto lo sabe Feijóo, que ha apostado por un acercamiento gradual, sosegado e inteligente con Abascal.

Feijóo marca su ritmo

Sucederá, desde luego, pero no cuando lo determine el PSOE. Es de risa escuchar a algún portavoz de Sánchez preguntando qué estarán pactando PP y PSOE sin que sepamos aún qué ha pactó este gobierno con Otegi, qué con ERC y con el PNV para que los españoles tuviéramos que pagar el cambio de colchón en La Moncloa.

Lo va a tener difícil Sánchez. A Madrid ha llegado un señor de provincias con mucha mili y un historial político que para sí quisiera Sánchez. Desde ese terreno de la utilidad que dinamita el de las ideologías, uno desea para este país la seriedad y el rigor que anuncian las formas del dirigente gallego. No me hago ilusiones porque tengo una edad en la que confío más en la mirada de mi perro que en la palabra de un político, pero creo firmemente que superar el disparate de los último tres años será misión imposible.

Es difícil entender la situación actual en la que el Gobierno se ha visto obligado a espiar a sus socios. Sí, a esos a los que tantas veces ha saludado con un apretón de manos. Difícil también de imaginar que haya quien pacta con partidos para luego verse obligado a espiarlos. Esperemos que haya una orden de un juez del Supremo, de lo contrario Feijóo la tendrá que ni pintada para sacar la cruceta del descabello. Llegar a tratos con quienes quieren destruir el Estado tiene estos pequeños riesgos.  Pero eso es lo normal en alguien que no sabe qué hacer cuando le van a dar la mano y ésta se queda en el aire unas décimas de segundo. Las suficientes para que la foto de la escalinata en la Moncloa delate a un ser cada vez más inseguro. Y lejano.  

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