Carme Forcadell llegó, vio y se riló. No puede calificarse de otra forma el cambio radical que ha experimentado la presidenta del parlamento catalán. Ponerse delante del tribunal y cambiar de intrépida monja alférez a dócil pastorcilla, todo ha sido uno. No estaba sola, el resto de los miembros de la mesa la ha seguido en obediente y vergonzante comitiva.
“El 155 es un golpe de estado autoritario dentro de un estado miembro de la Unión Europea”
Eso decía doña Carme Forcadell el pasado 21 de octubre – Dios, parece que hay transcurrido una eternidad, hasta el concepto espacio-tiempo han destruido estos individuos – a propósito de la activación del artículo 155 por parte del gobierno de la nación.
Andaba por entonces la señora muy crecidita, bueno, ella y el resto de los que creyeron estar por encima de las leyes autonómicas, españolas y europeas. En los apasionados discursos de la presidenta se conjugaban a la perfección lo tópicos enervantes de taberna a la que nos han acostumbrado los radicales catalanes: “No daremos ni un solo paso atrás, porque la ciudadanía de Cataluña nos ha escogido como legítimos representantes”, decía con una voz hueca que hubiera dado envidia al mismísimo Vincent Price, ella, que de normal la tiene atiplada, casi en gallo permanente.
Flanqueada – la estoy viendo – por los miembros de la mesa secesionistas, Forcadell aseguraba como una madre coraje preciada que “Nos comprometemos hoy más que nunca a trabajar sin descanso para que este parlamento continúe representando lo que ha votado los catalanes” para seguir esa pieza maestra de la oratoria desgranando perlitas tales como “El gobierno de Rajoy pretende que el parlamento de Cataluña deje de ser democrático y eso no lo vamos a permitir” y el ya clásico “El gobierno quiere pasar por encima de la legalidad, porque el artículo 155 no les permite lo que quieren hacer”.
En el momento de la declaración ante el juez en el Tribunal Supremo ha dado un giro total, manifestando que acata el denostadísimo 155
Pero, ah, en el momento de la declaración ante el juez en el Tribunal Supremo ha dado un giro total, manifestando que acata el denostadísimo 155, desmarcándose de los ex miembros del Govern que se encuentran huidos en Bruselas y afirmando que la proclamación de la DUI fue algo puramente simbólico. Ha respondido a todas las preguntas, a todas las partes, una por una. Ha aprendido que la falsa gallardía de los ex miembros del Govern, negándose a responder al fiscal y al juez, no le convenía a su salud. Quiere comerse lo turrones en su casa y no en el hotel rejas. Ya ven.
La amenaza de cárcel es el punto final de las bravatas, la estación de llegada de todo un proceso fundamentado en mentiras, chulería, subvenciones millonarias y pornografía política, porque no se puede calificar de otra manera el proceder mantenido por los encausados, que desoyeron a los letrados del Parlament y al propio Consell de Garantías Estatutarias cuando les advirtieron acerca de la ilegalidad que cometían dando entrada a las leyes de transitoriedad jurídica o la votación de la república catalana. Su arrogancia fue tal que se creyeron por encima de todo y de todos, ya no solo de las leyes, sino de ese pueblo al que tanto dicen querer y defender. Con un clasismo disfrazado de democracia y un autoritarismo camuflado de bondad, Forcadell, Puigdemont, Junqueras y todo el conjunto del movimiento independentistas representado en el Parlament, han producido un daño enorme, acaso irreparable, a Cataluña y sus gentes. Unamos a eso una tremenda mediocridad intelectual y tendremos el retrato robot de la presidenta que hoy se ha mostrado azorada ante el Tribunal Supremo, balbuceando excusas de mal pagador para intentar evitar la pena contra los que, como ella, decidieron saltarse la Constitución a la torera. Ha sido un “señorita, yo no he sido” de parvulita, de niña pillada copiando en el examen in fraganti, de acusica cobardona. Que alguien así haya llegado a presidir el parlamento catalán solo se explica por los servicios prestados a Artur Mas cuando era la máxima dirigente de la ANC. Como siempre sucede en este paraíso de las nulidades llamado Cataluña, ser ignaro, pero obediente con los poderosos, tiene premio.
150.000 pavos, o la tarjeta que te libra de la cárcel
Eso es lo que ha dicho el juez. Si Forcadell quiere librarse de ir a visitar a sus coleguis en Alcalá-Meco, ya está apoquinando. A los otros miembros sediciosos de la mesa les ha dado una semanita y una fianza de 25.000. Algo más baratito, pero es que Su Señoría considera a Doña Carme como una de las ideólogas del proceso y teme un riesgo de fuga notable. Que Dios le conserve la vista, Señoría, porque Forcadell no llega ni a amanuense de actas en una comunidad de vecinos tipo “Aquí no hay quien viva”, imagínese para ser ideóloga. Una mandada, y aún gracias.
La Fiscalía del Tribunal Supremo, sin duda poco impresionada por las dotes de actriz de doña Carme, había solicitado pertinentemente la prisión incondicional para ella. Sus colegas estaban en el mismo caso: Lluís Corominas, del PDeCAT -qué réspice soltó el día de la malhadada proclamación de la república, cuanto odio, cuanto rencor -, Anna Simó y Lluís Guinó. Para Ramona Barrufet, secretaria cuarta de la Mesa ha solicitado, en cambio, prisión eludible con fianza (50.000 pavos de nada). Respecto al comunista Joan Josep Nuet simplemente pedía libertad con comparecencias periódicas. ¿La causa de unas peticiones tan duras? El riesgo de fuga, claro, algo que le deberán siempre al cesado President y a su banda de los cuatro. El juez, sin embargo, en cumplimiento de sus funciones, lo ha dejado todo en lo anteriormente dicho. Pagad y os evitáis la cárcel, atendiendo que os habéis retractado.
Al final, la justicia hace su trabajo y pone a cada uno en su lugar. La historia, mucho más dura que cualquier magistrado, no les salvará del oprobio y el ridículo por mucho dinero que reúnan. A ver qué ciudadano de a pie consigue juntar 150.000 euros de vellón de repente. Todo es bochornoso y esperpéntico. Que esta troupe circense llegue a tener la jeta de decir que la DUI no tenía validez ninguna, que acatan el ordenamiento judicial vigente, que la broma era algo meramente simbólico, ¡en el minuto cero!, es lo que define de pies a cabeza al proceso y sus protagonistas.
Decía Xavier García Albiol que todos se han vuelto unos gatitos muy mansos a la que han tenido que vérselas con un juez, pero que el daño que han hecho es irreversible. Es así
Decía Xavier García Albiol que todos se han vuelto unos gatitos muy mansos a la que han tenido que vérselas con un juez, pero que el daño que han hecho es irreversible. Es así. Han sido unos irresponsables carentes de la menor honra, sin más épica que la de sus prebendas, sin honestidad en la defensa de sus ideas, de las que han abjurado a la mínima. Nada más que miseria moral, miseria humana de la más baja condición. Es el epitafio de una grotesca farsa.
Con un ex President radicalizado en Bruselas, apoyado por la extrema derecha flamenca, convirtiéndose en un anti europeo y lanzando soflamas peregrinas, el movimiento independentista ha perdido toda credibilidad. Dudo mucho que la recupere. Claro que a los creyentes de la secta les da igual y van a seguir dando la matraca, pero su proceder, indigno, ha quedado patente delante del mundo, ese mundo que pretendían que los reconociera. No hay nadie en Europa que les apoye, nadie mínimamente serio en el planeta que les secunde, solo orates como Maduro.
En Cataluña, la cosa está quedándose reducida a niñatos que desean hacer pellas en la universidad, funcionarios adictos al régimen – un veinte por ciento, aproximadamente, del total -, terroristas, pro etarras, cupaires y señoras de cierta edad y nula ocupación. Todos acabarán por decir que ellos no han sido, que no tienen la culpa de nada, que nadie ha roto cristales, increpado a niños por ser hijos de guardias civiles, periodistas por no ser de su rollo, empresarios por no dar su pizzu a los comisionistas de la estelada. Nadie querrá ser culpable y llegará el momento en que la culpa recaerá toda sobre el de arriba, el superior jerárquico, el jefe. No sería la primera vez. En Nuremberg ya se vio que, aparte de Hitler, nadie tenía la menor responsabilidad ni sabía nada.
Canallas. Cobardes. Indignos.
Miquel Giménez