Un viento árido recorre los campos del sur levantando preocupaciones y hundiendo previsiones de buena cosecha. Esta polvareda áspera hace sangrar los ojos y el alma ante el secarral que se expande por las extensas tierras de cultivo español. La sequía siempre ha traído pobreza, hambre y el exilio del campo, tornado en vacío y miserable. En las ciudades de la inflación habrá precios inalcanzables. Es como despertar al inicio de los siete años bíblicos de vacas flacas en medio de un granero vacío y con los bolsillos expoliados. Si nos precedieron siete años de bonanza, de vacas gordas, lo único que se ha cebado ha sido la deuda y las carteras de gobernantes corruptos.
Toda crisis tiene sus oportunistas, sus estafadores y sus viles trileros que, a costa de la sed que debilita al pueblo en el desierto, crean la ilusión de oasis que acaba con toda oportunidad de construir una fuente rebosante. Pedro Sánchez, el hombre al servicio de intereses extranjeros que ocupa la Presidencia del Gobierno de España, no ofrece más que inacción y utilizar la sequía, más antigua que la Humanidad y sus textos sagrados, para decretar la emergencia del cambio climático. Es el nuevo evangelio posmoderno, la agenda 2030. La sumisión a ésta es su solución para la sequía natural, unida a la sequía planificada del campo español. La legislación asfixiante desde Europa, y desde eso que aquí siguen llamando Estado, deseca todo terreno fértil de nuestro campo y la vida de todo labrador. Poco se habla de la elevadísima tasa de suicidios de los agricultures franceses. Dueños de grandes granjas que tras romperse el lomo a trabajar de sol a sol han alcanzado el estatus de esclavo estatal desgraciado. Son pobres y endeudados. Sin nada que perder, la protesta es su penúltimo acto de auxilio.
Aguardar el fruto del trabajo no deja espacio a la duda de las consecuencias del mal hacer, de la falta de previsión y las mentiras de los políticos
La sabiduría que da el campo nace de manos que tocan la aspereza de la realidad. Es un conocimiento limpio, claro y profundo del mundo que ayuda a identificar de forma rápida a un impostor y su mentira que le traerá hambre y depresión. Aguardar el fruto del trabajo no deja espacio a la duda de las consecuencias del mal hacer, de la falta de previsión y las mentiras de los políticos.
En Murcia ha aparecido otro candidato a no solucionar nada y a ganar titulares de quien entiende aún menos. Feijóo ha anunciado su intención de impulsar otro pacto de Estado (ahora con el agua) si llega a la Moncloa. Pero su propuesta llevada a la realidad, a la política para adultos, es tan estéril como la inacción de Sánchez.
El primer problema es la visión que tiene el gallego de España y del Estado. Propone un pacto nacional del agua consistente en «buscar el acuerdo con el resto de presidentes autonómicos. Nos daremos la mano y nos pondremos a poner agua donde no hay. Es el compromiso que asumimos en Murcia». No propone un plan hidrográfico reformista de la situación de sequía y desigualdad que existe en España. Será la voluntad de los presidentes autonómicos, de su propio partido se entiende, la que determine el mapa de la España seca.
Lo más peligroso es que ha asumido el concepto posmoderno del Estado postcovid, en el que la Administración central carece de toda competencia y responsabilidad
Feijóo desconoce qué es la nación, qué es España, pero tampoco tiene una idea de buen gestor del Estado español. Lo más peligroso es que ha asumido el concepto posmoderno del Estado postcovid, en el que la Administración central carece de toda competencia y responsabilidad, reduciendo su papel al de coordinador e impulsor de actuaciones autonómicas. Como si fuese un árbitro de instituciones. Feijóo ha aceptado el sistema institucional de Pedro Sánchez, pues su compromiso consiste en ser eficiente en la concepción de Estado subsidiario. La gestión del agua cuando afecta a más de una autonomía es competencia central.
El último problema de las promesas falsas de Feijóo en Murcia es que no hace esa promesa en Aragón, el problema de fondo. El trasvase Tajo-Segura es insostenible en sequía al llevar agua de una zona donde escasea y se cuartea el campo, Castilla La Mancha, a otra sedienta, el Levante. España necesita un proyecto nacional hidrográfico planificado y ejecutado desde el Estado. Una unidad de acción en el interés común. Un Estado al servicio de la nación y no un coordinador de intereses fragmentados.
Un proyecto que lleve agua sobrante del Ebro, que inunda cada año la ribera a su paso por Zaragoza, a toda la cuenca del Segura y hasta Almería. Así la cuenca del Tajo podría sobrevivir, junto al Levante y todo el Ebro. Pero Feijóo dejaría esta posibilidad a que alguien que no sea el Presidente de España lo proponga y a que el Presidente de turno socialista de Aragón lo acepte. Feijóo propone un pacto nacional del agua olvidando la nación y desmantelando el Estado. Ante la sequía nacional queda protestar como los franceses o conformarse y agradecer que al menos Franco hizo pantanos.
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