Hace unos meses una serie de Netflix, Gambito de dama, causó furor en los espectadores. ¿Quién iba a creer que una producción en torno al ajedrez podría levantar tantas pasiones? Más desconcertante resultó el hecho de que en EE.UU. se haya considerado a su protagonista, Anya Taylor-Joy, una “mujer de color”. Entiendo que la perífrasis está incompleta, y apunta al concepto de una persona de color…blanco, albino, lechoso, argentino. Precisamente en este último adjetivo radica la explicación del misterio: la actriz vivió cierto tiempo en Argentina, lo que automáticamente la convierte a ojos useños en mujer de color. Mujer doblemente oprimida: por mujer, y por ¿negra?. No es relevante. El tema va de forzar minorías, con el objetivo de incrementar el sentimiento de culpabilidad que tratan de cargar sobre los hombros de todo varón, lechoso y heterosexual.
Lo de ser blanco es un concepto discutido y discutible. Por un lado, la intención es pedir disculpas por lo que los países con fenotipo predominantemente níveo hayan podido hacer. Hincar la rodilla en el suelo, señalar el profundo racismo inherente a su color de piel y proferir cuantos “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” sean necesarios. Por otro, el ser alguien que llega a la playa mediterránea pareciendo una sepia, para convertirse al día siguiente en una langosta gallega, no tiene por qué ser definitivo a la hora de considerar a alguien verdugo opresor: si has nacido –o vivido- del río Bravo (o Grande) para abajo te libras. Hablar español también sirve. La diferencia entre spanish y spaniard no parecen tenerla muy clara los anglosajones y adláteres, de ahí que nos hayamos acostumbrado a oír castañuelas y guitarras españolas en películas ambientadas en México o similar.
¿conocen ustedes alguna comunidad grande de mestizos angloafricanos o angloindios? El antirracismo se demuestra andando y no con postureos genuflexos en eventos deportivos
Y, de repente, llegó ella. Una mujer, sumen un punto en la escala de víctima. Morena de pelo y sin aspecto de quemarse bajo el sol, otro punto más. Habla español, tres puntos. ¿Ah, que es heterosexual? Lástima, iba acumulando todo lo necesario para ser escuchada. El caso es que fue escuchada, vaya si lo fue. Díaz Ayuso quemó las neuronas de muchos al ¿recordar? –yo diría más bien que informar- de la existencia de un país en Europa que, antes de que llegaran los ingleses a EE.UU., erradicó los sacrificios humanos en América, había construido universidades y hospitales y otorgado la condición de súbdito (lo que es ahora el concepto de ciudadano) a todos sus habitantes. Tanto es así que desde el primer momento se permitieron los matrimonios mixtos, cosa que en U.S.A. ocurrió hace más bien poco. Por cierto, ¿conocen ustedes alguna comunidad grande de mestizos angloafricanos o angloindios? El antirracismo se demuestra andando, y no con postureos genuflexos en eventos deportivos.
Los derechos de los más débiles
No debemos, sin embargo, culpar a los estadounidenses de su ignorancia respecto a este tema. España ha sido la primera en tragar todo el esfuerzo que hicieron en su momento los enemigos del Imperio español para crear una serie de mentiras burdas que hemos asumido durante años. Somos nosotros mismos los que las hemos seguido alimentando, por activa, por pasiva, por dejadez y por cierto auto-odio. El patriotismo forzado por Franco no ayudó nada, como es natural. La desafección por España por parte de ciertas regiones venía, por supuesto, antes de que estuviera de por medio el señor bajito con bigote. Pero es inevitable que, de tanto estar cara al sol, uno acabe volviéndose rojo. Y no rojo como lo fueron los que lucharon a favor de la República. Pienso en los pseudocomunistas actuales, gauchistas que –bajo el siempre atractivo lema de reivindicar los derechos de los más débiles- olvidaron a las clases desfavorecidas para inventar otras: las mujeres, los homosexuales, los animales, los cuidadores del planeta, etc.
Una preocupación interseccional muy sencilla de vender porque no existe –al menos en España- apenas gente misógina, homófoba, cruel con los animales, o que disfrute viendo la naturaleza hecha una pocilga. Sencilla, también, por lo difuso de los propósitos perseguidos que parecen alcanzarse con solo redactar una serie de leyes que no precisan de apenas logística, más allá de los cambios administrativos pertinentes. Eso sí, cada una más disparatada y perjudicial que la anterior.
Los españoles tenemos muchas inercias y complejos que resetear. Urge que empecemos desde ya si no queremos que toda esta paranoia llena de mentiras y ridiculeces nos desquicie por completo y acabemos como Constantinopla: discutiendo sobre el sexo de los ángeles, sin percatarse de que acecha el musulmán ante las propias puertas.
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