Tras dos meses de marear la perdiz con la investidura de Carles Puigdemont, los secesionistas catalanes al fin han aceptado que la idea de tener un gobierno bicéfalo con un presidente en Bruselas era absurda. Tener como jefe del ejecutivo a alguien acusado de delitos graves era irresponsable; la idea de forzar la ley para meter a esa misma persona en el cargo era peligrosa; la pretensión de que algo tan importante como el gobierno catalán podía dejarse en el limbo en una batalla legal inacabable era ridícula. Puigdemont ha renunciado; es un paso adelante hacia la sensatez.
Un paso a la sensatez que duró poco: los diez minutos del discurso de Puigdemont. Su idea de postular a Jordi Sánchez, ahora en prisión, como candidato a la presidencia de la Generalitat entre los aplausos de los partidos secesionistas, hace que volvamos al punto de partida.
Es una decisión esperpéntica, salida de la imaginación de un movimiento político cada vez más obsesionado con hacer ruido, montar espectáculos, ponerse a hacer gestos heroicos de cara a la galería y tocar los cojones que de arreglar problemas o gobernar. Simplemente, esto no es serio.
No es serio que un grupo de políticos se planteen que tras pasarse dos años diciendo en televisión y poniendo por escrito que quieren romper la Constitución, y alardeando repetidamente de lo listos que son (“jugada maestra”), no vaya a haber consecuencias. No es serio que la idea de esos mismos políticos de normalizar las instituciones sea precisamente intentar nombrar presidente a un tipo que está en la cárcel por ser uno de los líderes de toda esta algarada. No es serio que estos mismos políticos se crean que tras ver como el Gobierno central y las Cortes suspendían el autogobierno, tras dos años de abusos de poder y decisiones abiertamente ilegales, con esta clase de idioteces iban a conseguir restaurar el control de las instituciones catalanas. No es serio que estos mismos políticos hagan todo esto llenándose la boca sobre la voluntad de pueblo catalán y la república independiente de su casa cuando apenas sacaron un 47% del voto.
No es serio que los mismos políticos que dicen querer normalizar (sic) las instituciones, pretendan nombrar presidente a quien está en la cárcel por ser uno de los líderes de toda esta algarada
No son mayoría, no tienen la ley de su lado, no tienen ningún apoyo externo, no fueron capaces de montar ni una miserable “estructura de estado” y no se molestaron si quiera en oponer resistencia cuando les cayó el 155 encima. No pueden ganar, han perdido y lo saben, pero les da igual.
Los independentistas prefieren el postureo épico y hacer perder el tiempo a todo el mundo dos años más antes que gobernar. Todo es solemnidad de estar por casa, montar elaborados castillos en el aire y consejos de la república donde pueden jugar a ser grandes líderes revolucionarios y decirse lo mucho que molan mutuamente, y seguir sin hacer nada remotamente relacionado con el planeta tierra. La Generalitat controla, directa o indirectamente, más de la mitad del gasto público de Cataluña. Durante los últimos cinco años sus dirigentes sólo se han dedicado a tocar las narices, montar manifestaciones e intentar imponer una secesión contra la voluntad de más de la mitad de los catalanes.
Inevitablemente, la nominación de Sánchez acabará estrellándose en las puertas del Tribunal Supremo. Es impensable que un juez permita tomar el control de las instituciones a alguien acusado de intentar destruirlas. Cualquier observador medio cuerdo que no viva dentro de la burbuja del secesionismo verá esta clase de maniobra como un ejercicio de teatro político quijotesco, no un intento creíble de querer gobernar o solucionar nada. Es el enésimo gesto de cara a la galería de un movimiento político que vive exclusivamente de gestos cara a la galería. El independentismo estos días ha dejado de ser un movimiento político positivo para convertirse en performance art.
Aun así, creo que quizás haya margen para el optimismo.
Aunque la nominación de Sánchez es la enésima charlotada absurda, tengo la ligera sospecha de que el único que se la cree de veras es Puigdemont. Los partidos secesionistas, durante las dos últimas semanas, han dado señales de estar un poco hartos con la actitud del expresidente y su complejo de Napoleón en la isla de Elba. Varios dirigentes han reconocido, directa o indirectamente, que la secesión no es posible ni viable ahora mismo. Los independentistas serán unos pelmas, pero no son estúpidos, y saben que la carrera como candidato de Sánchez durará lo que tarde el supremo en escribir un auto judicial sin emojis riéndose a carcajadas. Si esta pantomima era lo que necesitaban para sacarse de encima a Puigdemont sin que el hombre se liara a tortas con sus compañeros de partido, eso es lo que han acabado haciendo.
Durante las dos últimas semanas, los partidos secesionistas han dado señales de estar un poco hartos con la actitud del expresidente y su complejo de Napoleón en la isla de Elba
El otro día Mariano Rajoy mencionó a Elsa Artadi, de pasada, como alguien que tenía sentido como candidata a la presidencia. Dudo mucho que eso fuera accidental. Aunque gobierno y secesionistas aúllen en público que son enemigos eternos, ambos tienen fuertes incentivos para romper el bloqueo institucional. En el lado del PP, porque cada minuto en que el 155 sigue en vigor es un reflejo de su persistente fracaso para normalizar la situación en Cataluña. En el bando secesionista, porque el 155 significa estar fuera de las instituciones, y Dios sabe lo bien que se vive en esas poltronas.
Con Puigdemont fuera de juego en Bruselas y los líderes aún en Cataluña, ahora sí del todo conscientes que jugar a romper el orden constitucional tiene consecuencias reales y que el Estado está más que dispuesto a ponerlas en práctica, es posible que este sea el último de los postureos heroicos del independentismo antes de finalmente pasar por el aro constitucional. Los independentistas no renunciarán a sus objetivos (que son perfectamente legítimos), pero si a utilizar medios abiertamente ilegales para conseguirlos.
Con suerte, probablemente tras unas elecciones generales en España y con nuevas mayorías en el Congreso, se pueda volver a negociar.
-Es una decisión esperpéntica, salida de la imaginación de un movimiento político cada vez más preocupado por hacer ruido, montar espectáculos, ponerse a hacer gestos heroicos de cara a la galería y tocar los cojones que de arreglar problemas o gobernar
-No es serio que la idea de esos mismos políticos de normalizar las instituciones sea precisamente intentar nombrar presidente a un tipo que está en la cárcel por ser uno de los líderes de toda esta algarada
-No son mayoría, no tienen la ley de su lado, no tienen ningún apoyo externo, no fueron capaces de montar ni una miserable “estructura de estado” y no se molestaron si quiera en oponer resistencia cuando les cayó el 155 encima
-Inevitablemente, la nominación de Sánchez acabará estrellándose en las puertas del Tribunal Supremo. Es impensable que un juez permita tomar el control de las instituciones a alguien que está siendo acusado de intentar destruirlas
-Cualquier observador medio cuerdo que no viva dentro de la burbuja del secesionismo verá esta clase de maniobra como un ejercicio de teatro político quijotesco, no un intento creíble de querer gobernar o solucionar nada
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