Opinión

Serrat, ese fascista

No es la primera vez que un energúmeno separatista increpa a Serrat. En su concierto del otro día le espetaron que cantase en catalán porque estaba en Barcelona. Qué tristeza

No es la primera vez que un energúmeno separatista increpa a Serrat. En su concierto del otro día le espetaron que cantase en catalán porque estaba en Barcelona. Qué tristeza y cuanta mala leche tienen esos indocumentados.

A pesar de que Joan Manel Serrat sea un ejemplo de artista comprometido con la defensa de las libertades, la democracia, el catalán y Cataluña no basta para que el separatismo totalitario de estelada y pisotón, lo crea poco menos que la encarnación del general Yagüe. Igual que con Raimon. No són dels nostres, dicen, con más orgullo que Don Rodrigo en la horca, henchidos de su propia fatuidad, huera y llena de gases. Y es que al Noi del Poble Sec no le ha salido nunca de la guitarra sumarse a esa pléyade de mediocridades del artisteo que, a base de mucho lametón a la suela del Conseller de turno y sobar las espaldas de los capos del nacionalismo separata, se han convencido a sí mismos de que son depositarios de la urna sagrada de la cultura catalana. Serrat, el cantautor catalán más conocido – y querido – internacionalmente debería, según sus bocas asnales, limitar su libertad de espíritu y de elegir el idioma que más le plazca cuando mejor le acomode. Van listos. Si me permiten la inmodestia, los del Poble Sec somos así, él, de la calle Salvat, servidor, del Roser, la vecina.

En aquel barrio nos conocíamos todos, las puertas no se cerraban, los chavales igual merendábamos en nuestra casa que en la del vecino y existía esa solidaridad del que sabe que ha venido al mundo a currar, porque nadie le va a regalar nada. Hijos de camareros, taxistas, ebanistas, zapateros remendones, oficinistas pluriempleados, modistas, tenderos, de gente venida de todos los puntos de España, los nacidos en esa barriada popular, sabrosa y un punto canalla por su proximidad con aquel mítico Paralelo de teatros y vedettes, nos hicimos mayores un si es no es descreídos respecto a banderas, patriotas, himnos y estandartes. Preferíamos, como bien dice el Nano en uno de sus temas, un buen polvo a un rapapolvo, un bombero a un bombardero, crecer a sentar cabeza y, en definitiva, la revolución a las pesadillas. Mi añorado Vázquez Montalbán, otro chaval de barrio, no lo habría podido decir mejor.

Así que no voy a explayarme acerca de lo estúpidamente estúpido de toda estupidez que es venir a hacer el gilipolla intentando hacer pasar a Serrat por lo que no es y buscarle tres pies a su guitarra. El historial de este artista es tan grande, tan lleno de luz y tan repleto de esa verdad que solo aprendes en las calles jugando al marro, al gua, al churro, media manga y mangotero, que los señoritos de ratafía en supositorio y homilía carlistona a ritmo de moscardón no merecen mayores explicaciones.

Cuando se intenta apartar de una sociedad a gente como Serrat, como a la Sardá, como a Lluís Pasqual, el gran y enorme Lluís Pasqual, la persona que más sabe de teatro de Cataluña, es que existe una ponzoña peligrosa que debe conjurarse cuanto antes mejor"

Pero debo señalar que, si bien Serrat está por encima de los escupitajos bordes e indocumentados, a mí me duele que existan paisanos míos que sean tan y tan sectarios. Me sucede lo mismo cuando se permiten sacarle pegas a Rosa María Sardá, la mejor actriz catalana de todos los tiempos y una de las tres mejores de España (digo esto último por no querer enemistarme con mis admiradas Lola Herrera y Concha Velasco).

Cuando se intenta apartar de una sociedad a gente como Serrat, como a la Sardá, como a Lluís Pasqual, el gran y enorme Lluís Pasqual, la persona que más sabe de teatro de Cataluña, es que existe una ponzoña peligrosa que debe conjurarse cuanto antes mejor. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, se preguntarán ustedes. ¿Qué ha de pasarle a un pueblo para que reniegue de sus mejores artistas e intelectuales? Albert Boadella podría explicárselo mejor que yo, pero quizás empezó cuando se dijo que el pujolismo era algo transitorio, risible, anecdótico y no pasaba de ser una reencarnación más o menos moderna del viejo Senyor Esteve de Rusinyol. Grave error. Tras aquella fachada de campechanía sabihonda, de persona culta y pagesa a la vez, existía, agazapada, la bestia del supremacismo más radical, más excluyente, más horrible.

Un manifiesto firmado por más de mil intelectuales, actores, escritores, artistas de todas las disciplinas exigiendo la dimisión de Torra circula por Cataluña sin que ni TV3 ni los medios del régimen le den cancha. En él se acusa a Torra y el separatismo, por extensión, de dar la espalda a la realidad de una Cataluña diversa y plural. Es una grave y dolorosa verdad. Ahí tienen ustedes a Juan Marsé, Javier Marías, Juan José Milás, Javier Mariscal, el gran Nazario, Julieta Serrano (otra gran dama de la escena), Cristina Almeida o el filósofo José Antonio Gimbernat. Algunos me dirán que los firmantes son de izquierdas, pero ¿qué más da, si lo que dicen es cierto? Porque cuando se lee como yo he leído que Serrat es poco menos que un facha, hay que decir basta y cualquiera que disponga de un altavoz, por pequeño que sea, debe alzar su palabra para denunciar a toda esa corte de Tartufos que se han apropiado de nuestra tierra, de su cultura, de todo lo que hace de cualquier sociedad algo digno y encomiable.

Diré, como final, recordando otra canción del Nano, que entre esos tipos y yo hay algo personal. Porque lo que han hecho con esta tierra no tiene perdón de Dios. Y hablando de Dios, que tengan todos ustedes unas felices navidades.

Miquel Giménez

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