El propio Demna, actual director artístico de la casa Balenciaga, colgó en su cuenta de Instagram en 2016 el siguiente texto: “Alguien ha escrito que Lotta (en aquel momento, estilista en Balenciaga), Gosha y yo crecimos rodeados de pornografía infantil y radiación de Chernobyl y que esa es la razón de que estemos tan trastornados”. En realidad, el diseñador nacido en Georgia durante la etapa soviética usaba para describir su estado mental otra expresión más fuerte, fucked up, que literalmente, y ustedes me perdonarán, se traduce por “jodidos”.
Vienen a darle la razón las últimas campañas de publicidad de la marca, que han desatado un escándalo de imprevisibles consecuencias. La primera de ellas, lanzada el 16 de noviembre bajo el título “la tienda de regalos de Balenciaga”, consiste en la imagen frontal de varios niños de unos tres años, que posan muy serios rodeados de diferentes objetos cuidadosamente colocados a sus pies y llevando en sus manos un osito de peluche ataviado con arneses sado-maso. La reacción no se ha hecho esperar porque los elementos con connotaciones claramente sexuales de los anuncios saltaban a la vista y herían cualquier sensibilidad por poco desarrollada que estuviera.
Teniendo en cuenta el control milimétrico que una marca como Balenciaga ejerce sobre todos y cada uno de los elementos visuales de sus campañas no puede tratarse de una casualidad
Pero es que la situación empeoró aún más cuando el 21 de noviembre, cinco días después, se lanzó la campaña primavera-verano 2023, en la que un bolso se sitúa encima de unos documentos que resultan ser parte de una sentencia de 2008 del Tribunal Supremo americano sobre pornografía infantil. Dos anuncios tan seguidos y teniendo en cuenta el control milimétrico que una marca como Balenciaga ejerce sobre todos y cada uno de los elementos visuales de sus campañas no puede tratarse de una casualidad. Y más cuando, ya muy moscas y remontándonos en el tiempo, se analizan otros anuncios de la Casa. En 2021, en una campaña protagonizada por la actriz francesa Isabelle Huppert, se ve a la estrella sentada con los pies sobre una mesa de despacho en la que descansan multitud de papeles y objetos aparentemente desordenados. En un extremo de la mesa, una pila de libros. Uno de ellos es Fire from the sun del artista Michael Borremäns, que contiene imágenes de niños profundamente perturbadoras. En otro anuncio, un modelo masculino posa vestido de negro junto a un diploma enmarcado y apoyado contra la ventana en el que se lee un nombre: John Phillip Fisher. Curiosamente, y tras una búsqueda sencíllisima en Google, descubrimos que se trata de un famoso delincuente depredador sexual de niños.
Demasiadas coincidencias para atribuirlas todas a teorías conspiranóicas. Parece claro que Balenciaga, bajo el mando creativo de Demna, tiene como patrón ampliar las fronteras de lo moralmente permisible, y poco a poco, con un detalle por aquí y otro un poco más claro más adelante, lo ha ido consiguiendo hasta que se les ha ido la mano y han llegado demasiado lejos demasiado pronto.
Solo ahora, a posteriori, nos percatamos de todas esas señales, solo ahora reaccionamos ante esta locura. Y no todos, porque al propio Demna le ha costado casi un mes pedir perdón por la campaña, que la Casa retiró inmediatamente, y las actrices que han trabajado con la marca, como Kidman o Huppert, todavía tienen que pronunciarse sobre ella. Una tiene la sensación de que si no hubiera habido una reacción social tan adversa, ampliada por la caja de resonancia de las redes sociales casi hasta el infinito, no se habría producido disculpa alguna y la campaña seguiría en los medios, normalizando lo innormalizable.
El mayor genio de la costura de nuestro tiempo no merece que su apellido se vea envuelto en el fango al que la empresa que lo adquirió lo ha llevado
Hace unas semanas, en Buenos Aires, nuestra ministra de Igualdad, Irene Montero, aprovechaba su intervención en el foro “La ola verde en América Latina” para decir, y aquí cito literalmente, que “los niños, las niñas y les niñes…pueden amar a quien quieran y tener sexo con quien quieran”. Leer esta frase produce en los ojos el mismo efecto que si les pasaras una lija. Parece que al margen de conspiraciones, los hechos nos llevan a pensar que se está tratando de hacer ingeniería social también con lo más sagrado, la inocencia de nuestros niños y su derecho a vivir una infancia feliz y protegida por los adultos. Y se está haciendo de la forma más eficaz, a través de la moda en todas sus acepciones, la propiamente dicha y la de las pseudoteorías ahora mismo tan en boga.
Christian Dior definió a Cristóbal Balenciaga de la forma más tersa y precisa: “El maestro de todos nosotros”. El mayor genio de la costura de su tiempo, persona infinitamente celosa de su intimidad, de una elegancia suprema anclada en la gran pintura española, (las túnicas cremosas de Zurbarán, los vestidos aéreos de Goya, la sobriedad oscura de los Austrias retratados por Velázquez) y en la ropa de trabajo, humilde pero siempre digna y elegante del pueblo, como los blusones de los pescadores de su Guetaria natal, el modista que podía hacer un traje entero él solo, desde el dibujo en papel al último pespunte con una perfección única e irrepetible, no merece que su apellido se vea envuelto en el fango al que la empresa que lo compró lo ha llevado. Duele pensar que para los jóvenes actuales Balenciaga es solo esto: feísmo y la voluntad de escandalizar llevada hasta un límite insoportable. Si don Cristóbal levantara la cabeza se volvía a morir inmediatamente. Pero de dolor y de tristeza.
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