“¿Qué le parece que el Gobierno denuncie a Vox ante la Fiscalía?”, le preguntaba la semana pasada una periodista a Íñigo Errejón en el Congreso. En realidad la denuncia era contra Santiago Abascal y no la registró el Gobierno sino el PSOE. Sería esto último un detalle menor, si no fuera porque en la cabeza de los dirigentes socialistas -y, por lo tanto, también en la de muchos periodistas- el Partido y el Gobierno son una y la misma cosa, así que cabe pensar que la confusión fue más bien un lapsus freudiano.
En la respuesta, Errejón denunciaba un doble rasero a la hora de juzgar declaraciones públicas y decía lo siguiente: “Si fuera una persona de izquierdas, o si fuera un catalán o si fuera un vasco, seguramente estaría ya sentado frente a un tribunal”. Errejón hablaba de Santiago Abascal; Santiago Abascal es vasco. Y lo de Errejón tampoco es una mera confusión. No es un despiste. La explicación es que en la cabeza de Íñigo Errejón un vasco no es alguien como Abascal, aunque haya nacido en Bilbao y se haya criado en Amurrio. Un vasco -y un catalán- es otra cosa. Un vasco es fundamentalmente alguien que ondea continuamente la ikurriña, que habla de “los presos” y que reniega de su españolidad.
En la distorsionada visión errejoniana, los vascos -los vascos auténticos- son víctimas de una opresión continuada e implacable. Son tratados de manera injusta, son sometidos a tortuosos procesos judiciales y son frecuentemente maltratados por una España cruel y sádica. Errejón vive en Altsasu; la serie de ETB, no el pueblo. Para la mente errejoniana los no-vascos como Abascal persiguen a los abertzales, les hacen la vida imposible e impiden que puedan decir lo que quieran. Y cuando a un vasco de verdad lo sientan ante un tribunal no es porque haya asesinado, haya dado una paliza a un guardia civil o haya colaborado con una banda terrorista, sino porque es vasco.
Hasta hace no mucho simpatizar con la escoria proetarra era algo residual fuera del País Vasco, de Navarra y de Cataluña. Hoy eso ha cambiado porque el PSOE ha decidido que ya es hora de que cambie
Es inútil recordarle a alguien como Errejón qué clase de vida llevó Abascal en Amurrio o cómo fue su etapa universitaria. Lo de Errejón, en el fondo, no es más que una adolescencia mal cerrada. Pero lo de Errejón no es sólo lo de Errejón. Los tiempos en España han cambiado definitivamente, y han cambiado en una de las cuestiones centrales, una de las cuestiones que nos definen como país: la actitud ante quienes se dedicaron durante décadas a eliminar España mediante la eliminación de españoles.
Hasta hace no mucho simpatizar con la escoria proetarra era algo residual fuera del País Vasco, de Navarra y de Cataluña. Hoy eso ha cambiado porque el PSOE ha decidido que ya es hora de que cambie. El PSOE ha culminado su recorrido ético y trata a Bildu como un partido más. No sólo considera que es un partido más, sino que dice públicamente que es un partido mejor, un partido ejemplar. Y ante este discurso aparecen de nuevo viejos lamentos. “El precio que el PSOE ha pagado a Bildu”; “lo que está dispuesto a hacer un presidente sin escrúpulos”; “la nueva línea roja que han traspasado”; “que vuelvan los socialistas verdaderos”.
Un pacto antinatural
Siempre los mismos lamentos ridículos. Como si el PSOE tuviera que hacer un esfuerzo para aliarse con Bildu. Como si el PSOE y Bildu no estuvieran de acuerdo en lo esencial, y como si lo esencial no fuera suficiente para generar la alianza y la simpatía mutua. Lo esencial para PSOE y Bildu es evidente: hay que echar del espacio público al fascismo. Y el fascismo es lo de siempre: UPyD, PP, Vox, Ciudadanos. La nueva amenaza de la ultraderecha son y han sido Albert Rivera, Pablo Casado, Isabel Ayuso, Santiago Abascal, Ortega Lara, Fernando Savater. Son los jueces que no están en sintonía con el Partido y los periodistas que no están en su nómina. El fascismo es cualquiera que en España no defienda al PSOE y cualquiera que en el País Vasco no defienda a Bildu.
El pacto entre ambos partidos en Pamplona no es un pacto circunstancial, temporal y antinatural. Es sólo la continuación lógica de un programa a medio plazo para conseguir unos objetivos compartidos. Bildu ha de ser un partido más para que PP y Vox puedan ser, por fin, dos partidos menos.
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