El espectáculo más caro del mundo, al que llaman “democracia” para que los simples mortales creamos que pintamos algo, sigue avanzando sin nosotros. No importa que nuestro futuro se vaya a decidir en Ginebra durante reuniones secretas del Gobierno con prófugos de la Justicia y “verificadores” también secretos —Pilar Alegría lo llama “transparencia”—; ni que Bolaños personifique que, ahora más que nunca, no hay separación de poderes; ni que la policía, obedeciendo al delegado del gobierno en Madrid, detenga a gente por rezar el rosario en la calle: show must go on.
Por su parte, Pablo Iglesias, perejil de todas las salsas, ha anunciado que va a abrir un bar-restaurante para rojos. Algo viejuno, ha dicho; imagino que a medio camino entre el bar del chino facha y las herriko tabernas, para que los “pobres de Bildu” tengan algún sitio al que ir por las noches. Seguro que las criaturitas vascas no se han apretado una caña o un Johnny Walker azul desde que desembarcaron en Madrid. ¡Con la de garitos que podría mostrarles Rufián o el mismísimo Aitor Esteban, ese vasco de Soria! Lo de Unidas Comemos suena a broma, pero con Iglesias nunca se sabe: casi nadie vota a su partido, pero siempre encuentra incautos que pongan dinero a pesar de no acaba nada de lo que empieza.
Y mientras el archienemigo de Yolanda de las gentes se convierte en tabernero, yo me debato entre la conspiranoia y mi fe en la entropía del factor humano. Los conspiranoicos afirman que Sánchez cumple órdenes de un poder globalista que quiere destruir España y a los europeos —ideología de género, inmigración descontrolada, ruina industrial y agropecuaria, Identidad Digital Europea, etc—. Personalmente, también creo que ese es el plan para Europa, esa utopía en la que hasta hace poco no sólo sobrevivíamos dignamente sino que, además, podíamos echar unas risas. Pero siempre que empezamos a pasarlo bien, llega una nueva religión a inventarse nuevos pecados. Y los profetas del Cambio Climático no son humildes carpinteros o pescadores, sino privilegiados de la élite que sólo se bajan de sus aviones privados para regañarnos por lo mucho que contaminan nuestras prescindibles vidas.
Mientras el archienemigo de Yolanda de las gentes se convierte en tabernero, yo me debato entre la conspiranoia y mi fe en la entropía del factor humano
En España nos sermonea la polioperada reina, tan pagada de sí misma que ni se molesta en prepararse los temas. Así, la vimos el otro día dando vergüenza ajena mientras soltaba a lo loco sintagmas inconexos sobre el decrecimiento y movía los brazos como la novia cadáver. No entiendo a qué juega Su Esquelética Majestad: los rojos aman la guillotina, y la gente de derechas anda descubriendo que la monarquía está de adorno y cada día pasa más del tema. Parafraseando a una popular tuitera —no sé cómo se llaman los usuarios de X—: vale que el Rey no pueda hacer nada con lo de la amnistía, pero al menos que controle a su mujer.
Viendo el panorama, cualquiera diría que estamos ante una situación muy peligrosa. Por eso me gustaría conservar hasta el último momento mi fe en el factor humano, ese pequeño detalle que puede dar al traste con el plan más preciso. Como escritora, comparto la definición de Sánchez que hizo Pérez-Reverte en el Hormiguero: nuestro presidente es un personaje fascinante. Miente e incumple lo prometido con un aplomo sobrehumano, y no le importa que los demás lo sepamos: sabe que media España le apoyará haga lo que haga. Reverte dice que los españoles olvidamos pronto, pero dudo mucho que Pedro Sánchez lo haga. Durante los últimos meses, los indepes no han desaprovechado ninguna oportunidad de humillarle. Desde Puigdemont, que lo considera “un tío al que no le comprarías un coche de segunda mano” hasta Rufián y Miriam Nogueras, que se permitieron el lujo de amenazarle en su investidura. ¡Cómo apretaba Sánchez las mandíbulas! Me cuesta mucho creer que no haya tomado nota de cada agravio y que no tenga planeada su venganza.
Reverte dice que los españoles olvidamos pronto, pero dudo mucho que Pedro Sánchez lo haga. Durante los últimos meses, los indepes no han desaprovechado ninguna oportunidad de humillarle
Esta semana Puigdemont volvió a amenazarle con promover una moción de censura junto al PP si el Gobierno inclumple lo pactado, pero eso suena a farol: tal vez el PP —que no parece entender que sus votantes no son como los adeptos al PSOE—, podría aceptar. Pero sin Vox los números no salen. Además, Pedro Sánchez disolvería las cortes antes, convocaría elecciones, se presentaría como héroe español y, probablemente, las ganaría. Por otro lado, las investigaciones de la Guardia Civil relacionan a la cúpula de Junts con Rusia y Suiza —algo me dice que Sánchez ya lo sabía—, por lo que Puigdemont y algunos más podrían quedarse fuera del borrón y cuenta nueva, pues el artículo 2 de la ley de amnistía no sólo excluye de la misma a los delitos de terrorismo, sino también: “Los delitos de traición y contra la paz o la independencia del Estado y relativos a la Defensa Nacional”. Y ahora Junts exige corregir ese artículo de la ley. Pero, ¡ah, se siente: Sánchez ya es presidente!
Ya veremos si cede o no. Necesita a Junts para aprobar los presupuestos, pero también puede prorrogar los del año pasado. En cualquier caso, yo no minusvaloraría el deseo de venganza de un narcisista.
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