Creo que el cambio más trascendental de nuestra época consistió en el tránsito de una economía de mercado a una sociedad de mercado. Todo es susceptible de venderse porque todo tiene un precio de compra. Y no es la economía... ¡idiota!, sino la información, las relaciones humanas, la privacidad, el chantaje, la política. Sobre todo la política, esa fuente inagotable de negocios.
En una sociedad de mercado, para que haya un sicario tiene que existir un pagador dispuesto a contratar un trabajo delictivo. Los mismos que tienen la boca llena de la palabra diálogo para los asuntos de los demás ocultan que la mejor receta para sus adversarios es destrozarles. ¿Alguien se imagina a nada menos que el presidente de un banco floreciente, Francisco González y su BBVA, por ejemplo, sonriendo cuando le cuentan que conseguirán echar de su casa a Miguel Sebastián, su enemigo, su semejante, que diría el poeta, haciendo correr el bulo entre sus vecinos de que alimenta serpientes venenosas?
Pues hete aquí que sí, que lo hizo el banquero que se exhibe en el reciente dominical de El País, hablando poco y rotundo, de que no lee más que informes pero se rodea de “libros en varios idiomas”, que no juega sino al golf, que carece de amigos y que se retira con una jubilación tan modesta como 80 millones de euros (“antes de impuestos”, precisa con descaro; proporcionalmente nos quitan más a los autónomos, estoy seguro: para eso están los gabinetes fiscales). También por lo que parece es capaz de hacerle un guiño a la cabeza del caballo que representa en El Padrino la oferta que nadie puede rechazar.
Que el medio de comunicación más importante de España, el referente, dedique un lugar estelar a ensalzar al principal implicado en el pago a sicarios, debería tentarnos la ropa
Si los periodistas somos tan dados a exigir gestos a los políticos cuando sus decisiones tienen consecuencias indeseadas -¡dimisión, ya! es como un lema manido de tanto usarlo- ¿por qué no nos aplicamos el cuento a lo nuestro? ¿Por qué cauce llegó la propuesta de hacerle una entrevista, súper portada incluida, al presidente de un banco a punto de retirarse, pero también a punto de entrar en el laberinto del Supermán de las tripas del Estado, comisario Villarejo? Si la realidad desmiente la impudicia del banquero de Chantada, Lugo, ¿alguien seguirá la pista de ese fulgor mediático? ¿Acaso no sabían lo que se comentaba en el Madrid profundo, o lo hicieron porque lo sabían?
De cualquier modo, el blanqueo no es solo algo ligado a fondos financieros, sino que también se refiere, aunque no hagamos referencia de esa servidumbre, a echar una capa de color sobre el rostro de personajes dentro de toda sospecha. Eso que ahora se adjetiva como “presuntos”, lenguaje judicial que empaña a los sospechosos y que disimula el miedo. Que el medio de comunicación más importante de España, el referente, dedique un lugar estelar a ensalzar al principal implicado en el pago a sicarios debería tentarnos la ropa; no porque peligren nuestras cuentas bancarias cuanto porque se achica nuestra dignidad profesional.
El comisario Villarejo -me resisto a ponerle el ex a quien ha ejercido la profesión con tanto rigor y desvergüenza- no es un cualquiera. Bastaría calibrar el volumen de su actividad, que va desde el partido gobernante -el PP de Mariano Rajoy- al banco todopoderoso -BBVA-. Con eso solo ya tendría un currículum “premium”, como dicen ahora los modernos avejentados. No cabe considerarle parte de las cloacas del Estado, porque el Estado, si hablamos con precisión, tiene tripas, no alcantarillas. Es una diferencia de matiz importante, porque si consideráramos cloacas a los excesos de atribuciones, tendríamos que ampliarlo al Estado casi al completo.
El blanqueo no es solo algo ligado a fondos financieros, sino que también se refiere a echar una capa de color sobre el rostro de personajes dentro de toda sospecha
Nada que ver con Hume y los clásicos; estamos frente a la realidad y esa nos indica que la inmensa mayoría de las actividades del Estado garantizan su poder y muy poco el derecho de los ciudadanos. Bastaría con detenernos en el garantismo hacia los delincuentes de postín, sobrecargados de presunciones, de siglas y de anonimatos. Se nos cae la baba hablando de las nuevas tecnologías y no nos damos cuenta de que Villarejo hizo de ellas un instrumento óptimo en su beneficio y en el de sus pagadores. ¿Quién espió a Villarejo? ¿Acaso estaba aforado y a él no le escuchaba nadie? El Estado es cómplice, de ahí que en vez de “cloacas” tenga “tripas”, es decir, lo que está dentro de Leviatán y le ayuda a sobrevivir. ¿Cuándo dejó Villarejo de ser un comisario fetén para pasar a sicario de los grandes del negocio, partidos o bancos? Habría que confiar en nuestra candidez para creernos que alguna vez dejó de ser el que ahora es.
Pronto llegarán las consignas desde las tripas del Estado y sus voceros, abundantes, para sugerirnos que en aras de las instituciones, incluidas las bancarias, hay que aliviar la tensión y poner vaselina en las rozaduras que han generado las dos peripecias más escandalosas de los últimos años. Un partido y un banco están metidos en el fango hasta las cachas y como el volumen de ambos es grande, el estiércol que desplazan llega a demasiadas narices.
Como no me canso de repetir que tenemos la memoria tan corta como un telediario y tan frágil como un click, nadie ha sacado a colación a Juan Alberto Perote, el coronel del Centro Superior de Inteligencia, que puso al servicio del banquero Mario Conde, entre otros, incluido el Partido Popular, los informes confidenciales de los Servicios de Información sobre el PSOE de Felipe González. Fue el gran escándalo y la gran incógnita de los primeros años de la década de los noventa.
Perote logró poner contra las cuerdas al PSOE, ya en los últimos años de gobierno y en vísperas del aznarato. De coronel se hizo sicario al servicio de nuevos amos. Gracias a la compra de sus secretos y sus documentos, el incriminado banquero de Banesto, Mario Conde, llegó incluso a pedir su indulto de la mano del entonces doble ministro de Interior y de Justicia, Juan Alberto Belloch, que consideraba que las tripas del Estado eran todo el Estado. Hay que decir que Felipe González no cayó en la trampa que le tendían el banquero y los dos Juan Albertos, Perote y Belloch, pero adelantó su final anunciado por Aznar: ¡váyase, señor González!
Algo habrá en las entrañas de la Transición para que llevemos en el ADN estos virus que se repiten. Un sicario desde las tripas del Estado, un partido y un banco. Sin contar otros flecos.