Opinión

Siempre ganan ellos

Fue un grito, el único, que rompió el silencio de los Guardias Civiles que rendían homenaje en Pamplona al féretro de su compañero asesinado. La voz quebró la emoción para gritar lo que estaba en el sentimiento de todos: “¡Siempre ganan el

  • Familiares y compañeros despiden en León a uno de los agentes de la Guardia Civil que arrolló la narcolancha -

Fue un grito, el único, que rompió el silencio de los Guardias Civiles que rendían homenaje en Pamplona al féretro de su compañero asesinado. La voz quebró la emoción para gritar lo que estaba en el sentimiento de todos: “¡Siempre ganan ellos!”. No lo recogieron ni los plumillas ni las televisiones. La desigual pelea frente al narcotráfico ha devenido una enfermedad social, tan letal y humillante como para que el común y las instituciones se engañen a sí mismas. Unos sacando pecho propagandístico con los alijos intervenidos y otros con la complacencia de que mientras no afecte a su entorno se trata de algo ajeno y lejano. Tiene que aparecer la muerte para que se haga visible la diferencia entre ellos y nosotros. Pero ¿quiénes son ellos?

Sucedió en el puerto de Barbate, 30 mil habitantes mal contados, un pueblo que hasta 1998 tenía denominación de circunstancias, Barbate de Franco, famoso por el atún y las almadrabas, donde sobreviven barriadas que se llaman Carrero Blanco o Blas Infante, y donde como toda la Línea se padece el azote del paro desde que se desmantelaron las industrias con la reconversión de Carlos Solchaga. Un cantante local tiene una canción titulada “Atún y chocolate”. Es lo que hay.   

La desigual pelea frente al narcotráfico ha devenido una enfermedad social, tan letal y humillante como para que el común y las instituciones se engañen a sí mismas

Como el atún es producto de temporada el chocolate permite un empleo de todo el año y así a la hierba se le fue sumando la coca y el caballo. Se llama “rebujito” al caramelo envenenado de coca y heroína; el producto más singular de la zona de la Línea, ampliable a gran parte de la costa gaditana y allende. Un comercio tan potente que desde hace 30 años se ha convertido en industria. Los puertos de Cartagena y Valencia ya disputan primacías con Amberes y Rotterdam. Pero es necesario, a lo que parece, que asesinen a dos guardias civiles y a otro le corten el brazo con la hélice -que por esos misterios del achique de espacios en el blanqueamiento informativo nadie cita- para que nos digan dónde tenemos que mirar.

 Sin embargo debemos recrearnos en unos basura metidos a sicarios, pero apenas si filtran que en la Línea hay barrios como El Zabal -Villanarco para la policía- donde habitan en mansiones amuralladas los jefezuelos, entre calles sin pavimentar, alta tecnología y piscinas decoradas como en los magazines. Mierda y lujo, o el lujo de la mierda. Toda la atención debe pararse en El Cabra, como si fuera el protagonista de una serie distópica. Un criminal aventado con seis antecedentes penales y muchos más no penalizados, pero al que ni siquiera identificamos con nombre y familia. Déjense de pendejadas, si no lo hacemos es por miedo a ellos o a la truhanería de sus abogados. Debemos quedarnos con el nombre de pila, Francisco Javier, como el santo jesuita ¡vaya sarcasmo!, y luego unas siglas, a las que el diario institucional por vocación señala por sus apellidos, M.P. “como en el carnet de identidad”, escribe el escribano procaz que firma el artículo. Si la Guardia Civil tuviera que usar los carnets de identidad que marcan los diarios, lo tendría imposible.

Kiko el Cabra, el asesino que pilotaba la narcolancha, trabajaba según los antecedentes para el clan de los Antones, como antes lo fue de los Castaña, y quizá nadie quiera recordar que el jefe, al que le cayeron 6 años en 2018, pero que salió del trullo mucho antes de cumplir condena, es el que se paseaba por Barbate con un león sujeto por una correa de oro, emulando a otro de sus colegas, Abdelilah, hoy supuestamente en Marruecos, que hacía lo mismo pero con un tigre que acabó mondándole el brazo a una señora. Chascarrillos demenciales que harán emocionarse al espectador de teleseries. Sin embargo, ahí están y ahí siguen haciendo lo mismo y con una impunidad aliviada por unas autoridades incompetentes y unos abogados avispados en los trucajes de la ley.

En el asesinato de los dos guardias civiles y el herido grave se dan las condiciones para revisar qué está pasando en una sociedad del sálvese quien pueda. Si hay algo de manifiesto es la saña y la vileza del espectáculo de unas narcolanchas que hacen cabriolas, caballitos y rodeos en torno a un colchón hinchable donde sufren unos patéticos uniformados, conscientes de que su vida está al albur de unos descerebrados con el odio muy despierto. Diez narcolanchas protegidas del temporal en el puerto y unos guardias civiles vendidos por sus superiores a resguardo. Luego se van seis lanchas y quedan dos que mantienen la tortura. Y al final una, la del Cabra santo de Francisco Javier, el del apellido de siglas para protegerle a él y a los suyos, que son los mismos que se concentraron ante la puerta del calabozo para gritar “Inocentes, inocentes!, ¡Libertad, libertad!”. Eso apenas apareció en televisiones ni diarios. Y el coro, qué decir del coro de la canalla, ese lumpen -palabra descatalogada pero viva- que jalea a los verdugos desde el muelle.

En el asesinato de los dos guardias civiles y el herido grave se dan las condiciones para revisar qué está pasando en una sociedad del sálvese quien pueda

La forma más elemental de enmascarar los problemas consiste en encabalgarlos. La falta de oportunidades es un cáncer social en la zona de la Linea, donde el paro juvenil alcanza el 70 % y solventarlo es una necesidad de primer orden, porque la sociedad cuando se empobrece se envilece. Pero el narcotráfico no está vinculado al paro sino a un principio más evidente en nuestra sociedad de mercado “estilo Rodrigo Rato”, y es que la droga mueve mucho dinero y es un negocio suculento, con riesgos no tan altos como su rentabilidad. 19 mil procesados en el Campo de Gibraltar en los tres últimos años hacen una industria, pero son un ejército. Nos mata el buenismo. Si un joven puede escoger entre un trabajo cotidiano, precario y sin aspiraciones, o una oferta de dos mil euracos por mirar al mar soñé que estabas junto a mi … mientras aparece la guardia civil y das el cante, o llegar a 30 mil por un viaje con motores de 120 caballos al servicio de unos capos bien pertrechados, que te garantizan una estancia breve en el trullo, ¿hay opción? 

Lo novedoso de esta criminalidad, flanqueada por la chusma digital, está en que se ha normalizado. Tiene más apoyo social porque genera un miedo barnizado de respeto hacia el criminal, rico e impune. Y ahí entra en escena el coro que grita “Inocentes” o “Mata a los Perros”. Constituidos en mafia, mientras no se demuestre lo contrario, ellos siempre ganan.

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