Unos dirán que la culpa del terrible desgobierno que existe en nuestro país la tienen los de Podemos. Y sí, es cierto, que esos ministerios florero que nos salen por un pico, o las campañas estúpidas acerca de colores rosa que oprimen, o la semántica cursi de niñas repipi de la clase son fruto de esa formación, tan dañina en sus principios ideológicos como peligrosa cuando los traslada a la arena internacional, como hemos visto hace nada con Marruecos. Es verdad, la rémora comunista impide muchas cosas en nuestro país, impide que se nos tome en serio en Europa, que las inversiones de otros países afluyan como deberían o que en organismos internacionales se fíen de nosotros. Ir de la mano de una formación que alaba a Stalin, al Che, que envía a sus gorilas a apedrear a políticos constitucionalistas, que emplea la demagogia para encubrir sus satrapías y su enriquecimiento personal cuando no sus devaneos de sábanas no inspira a nadie para querer asociarse con nuestro país.
Otros dirán que los culpables del estado de degradación institucional son los separatistas y su constante chulería, su mantenella y no enmendalla, su racismo contra todo aquel que no esté homologado por sus inquisidores como apto para gozar de las delicias de ese Reich en el que pretenden convertir a mi tierra. Los nacional separatistas han conseguido trasplantar el cáncer que llevan dentro a la política nacional hasta tal punto que incluso lo más alto de la jurisprudencia ha tenido que parale los pies al gobierno con los manoseados indultos. No es menos cierto que los modos autoritarios de los separatas han calado en la política española, haciendo que se vea bien el señalamiento público del que disiente, el nulo respeto al estado de derecho, la mofa de la nación y sus máximos representantes.
Los nacional separatistas han conseguido trasplantar el cáncer que llevan dentro a la política nacional hasta tal punto que incluso lo más alto de la jurisprudencia ha tenido que parale los pies al gobierno con los manoseados indultos
Puede que incluso exista gente que opine que la culpa la tienen los medios de comunicación, siempre pendientes de las dádivas gubernamentales y prestos a acudir rápidamente a satisfacer sus deseos de censura, quitando ahora a este periodista molesto o a silenciar ese programa que osa decirle las verdades del barquero a quien manda. Medios pancistas que solo piensan en los beneficios económicos sin reparar en los daños sociales que producen, medios que tienen al frente a auténticos depredadores que no conocen ni a su padre cuando de la cuenta de resultados se trata, olvidando la enorme responsabilidad que deben tener en democracia.
Todos tienen razón, pero se equivocan en el auténtico causante: Pedro Sánchez. Ese es el centro en el que convergen todos los radios de esa pavorosa ruleta de la muerte. Porque sin Sánchez no existirían carteras importantísimas ocupadas por comunistas que, además, son más tontos-tontas-tontes que el que asó la manteca. Sin Sánchez no habríamos padecido un vicepresidente como Iglesias, un maletilla como Simón, un doppelgänger de Torrente como Ábalos, o una chiqui ministra que habla por los codos esperando que, al final, a fuerza de hablar lo que diga adquiera algún sentido para el oyente. Sin Sánchez no habría ni mesa de diálogo, ni indultos, ni diríamos que hacer cumplir la ley es venganza, ni los golpistas se pasearían a sus anchas ni pactarían gobierno ninguno, porque estarían donde la ley que nos afecta a todos ha decidido que estén, a saber, en la cárcel.
Sin Sánchez habríamos sido mucho más eficaces durante la pandemia, habríamos evitado el desplome de nuestra economía, de su factor más importante, el turismo, de la ruina de los autónomos, de la bancarrota de cientos de miles de empresarios modestos, de los abusivos aumentos de impuestos en una Europa donde todos los bajan
Sin Sánchez habríamos sido mucho más eficaces durante la pandemia, habríamos evitado el desplome de nuestra economía, de su factor más importante, el turismo, de la ruina de los autónomos, de la bancarrota de cientos de miles de empresarios modestos, de los abusivos aumentos de impuestos en una Europa donde todos los bajan. Miren donde miren siempre es Sánchez, Sánchez el tramposo, Sánchez el embustero, Sánchez el vendedor de humo, Sánchez, que considera más urgente llamar a la hija de la Jurado que visitar el Zendal. Son Sánchez y su PSOE, que no puede calificarse ni de obrero ni de socialista ni de español. Son sus dirigentes cobardes que mantienen sus culos pegados a las poltronas callando como puertas, no sea que el jefe los despida. Es Sánchez, siempre Sánchez, quien dilapida, practica el más delirante nepotismo, se esconde detrás de la verborrea o informes de preescolar. Sánchez el fatuo, Sánchez el inepto, Sánchez el aprendiz de brujo, Sánchez el egomaníaco.
Ténganlo presente cuando se convoquen elecciones generales, sea mañana, en otoño o algún día. Si es que llegamos a verlas, claro.
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