Fue un grito aislado en el páramo silente de la derecha. La primera respuesta al ataque de la ministra Isabel Celaá contra el derecho de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos vino de Madrid. Isabel Díaz Ayuso enarboló el estandarte de la libertad de enseñanza frente a la bronca ofensiva del Gobierno socialcomunista que ya asoma las zarpas y que será realidad en cuanto un condenado por el delito de sedición otorgue sus bendiciones desde la cárcel.
Cierto que Celaá no disfruta de enormes cualidades expresivas y que pudo hacerse un lío con tan delicada explicación. Los obispos al menos, así lo entendieron, y llevados de su natural mansedumbre, atribuyeron el episodio a un "lapsus". Ayuso no lo entendió así. Celaá será muy torpe con la palabra pero en este negociado, en el PSOE tienen las ideas muy claras. Y sus socios, más.
El derecho de elección de centro no está recogido en la Constitución, resumió la ministra, ante dos mil directores y profesores de centros católicos, que emitieron un quedo murmullo de protesta, un bisbiseo de damiselas, pese a que se ponía en cuestión la propia esencia de su ser, su futura existencia. Heroicos docentes, dispuestos en todo momento a salir corriendo si las circunstancias lo precisan.
Mintió aún más la ministra al día siguiente, cuando escondió bajo su asiento en el consejo de Ministros al menos cuatro resoluciones del TC que señalan exactamente lo contrario de cuanto hasta ahora había expresado. Nada nuevo ni sorprendente. Por no desentonar con su jefe, en el Gobierno de Sánchez (casi) todos los ministros mienten. Más aún, quien asume semanalmente la función de portavoz del Ejecutivo.
El PP entregó Cataluña a los separatistas el día que le cedió a Pujol las competencias sobre Enseñanza. Ahí empezó todo
La derecha siempre ha sido poco beligerante en este terreno. Todas las leyes de educación de la democracia han sido socialistas excepto dos. La LOCE de Aznar pereció antes de nacer y la LOMCE de Wert nació maniatada y paralizada. Las cuatro restantes fueron socialistas. Celaá también tiene la suya, hasta el momento en un cajón porque el Ejecutivo está en funciones.
Podemos también tiene sus ideas al respecto. Muy claritas. Dijo Pablo Iglesias: "No me gusta que con dinero público se financien escuelas cuyos métodos no los deciden instituciones dependientes de la ciudadanía". "La ciudadanía", es decir, el Estado. Celaá hace méritos para seguir en su sillón del Gobierno sociopopulista que ya se está armando en el laboratorio del gurú Iván.
'Doctor Frankenstein, supongo", le dará la bienvenida Sánchez a las puertas de Moncloa. El primer paso, demoler la educación privada y religiosa, ya está en marcha. Vendrán luego los acuerdos con los secesionistas, la amnistía para los golpistas, el referéndum pactado, las reclamaciones de Bildu-Urkullu, el derribo de la Constitución y, finalmente, la Monarquía. El "régimen del 78", como lo denomina Iglesias, saltará por los aires. Y Zapatero, quizás desde Caracas, (rin-rin, ruido de caja registradora) aplaudirá complacido.
Ingeniería social, adoctrinamiento
El PP entregó Cataluña a los separatistas el día que le cedió a Pujol las competencias sobre Enseñanza. Ahí empezó todo. Díaz Ayuso, por eso, saltó como un resorte al escuchar las palabras de Celaá, toda una declaración de guerra. Primero, las escuelas. Luego, los maestros. Luego, los centros. Cuando se manosea la enseñanza, el edificio de la democracia se tambalea. Estatismo, adoctrinamiento, ingeniería social. La presidenta de la Comunidad Madrid, que no acostumbra a pestañear en los momentos difíciles, anunció que "defenderá sin descanso" el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos. Una voz contra los bárbaros, un paso al frente en un centroderecha acoquinado e inerme. Días después, reaccionó Casado, y se reunió con sus consejeros del ramo.
Los 'populares' están catatónicos tras el anuncio sorpresa del Gobierno Sánchez-Iglesias con el aval de los separatistas. "No hay espacio, no se puede hacer nada", dicen en Génova, catatónicos, como esperando que que el desastre de Frankenstein le entregue, en un par de años, el colchón de La Moncloa. Casado recuperó 22 escaños el 10-N, pero el PP aún tiene que recuperar cinco millones, como le recordaba este domingo, con cariño fraternal, Núñez Feijóo.
Casado no se mueve. Ha reunido a sus consejeros de Educación para hacer la foto. Díaz Ayuso, sin embargo, ha asumido, sin titubeos, el papel que le tiene reservado el destino. Llegó a Sol, entre bromas y burletas de los suyos, de columnistas, tertulieros, precisamente para eso. Para ejercer de dique de contención frente al único gobierno europeo con un partido de extrema izquierda en su seno, salvo Finlandia. En materia de empleo, de enseñanza, de fiscalidad, de sanidad... Madrid ya tiene pinta de El Álamo. Con un PP agarrotado, salvo la excepción Cayetana, a quien apenas escuchan, Ayuso emerge como el último refugio de tantos españoles, madrileños o no, que a estas horas están atemorizados ante el tsunami de intolerancia cejijunta y rencor totalitario que ya se acerca.
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