Achacaba hace escasos días José Luis Feito el rápido descenso de España en el escalafón europeo de la renta per cápita a la ineptitud de este Gobierno. Y para respaldar su tesis, no comparaba los datos que certifican la mejor o peor salud de nuestra economía con los de Alemania o Dinamarca, ni siquiera con la media de la UE, cotejos en los que, en casi todos los ratios, salimos perdiendo. Feito confrontaba las cifras y las expectativas de España con un modelo más cercano y aparentemente modesto, de ahí la pertinencia y el atractivo de su análisis. Confrontaba la evolución del PIB, la inflación, el empleo, los costes salariales o la vigente política impositiva, entre otras variables, con Portugal, y el resultado no dejaba lugar a dudas: nuestros hermanos lusos están gestionando la crisis ocasionada por el Covid, y la derivada de la guerra en Ucrania, mucho mejor que nosotros.
Lo interesante del ejercicio realizado por el profesor Feito es que contrastaba dos gobiernos de izquierda que arrastran dificultades similares. Uno, socialista clásico, el del portugués Antonio Costa, que se liberaba de influencias radicales tras conseguir la mayoría absoluta en las generales de enero; otro, el español, inclasificable, al menos hasta que en el último debate del estado de la nación Sánchez decidió despojar del todo al PSOE del disfraz socialdemócrata. A simple vista, podría deducirse que son las manos libres de Costa las que le han permitido situar a Portugal en una posición relativa mucho más proclive a una rápida recuperación, y que, a la inversa, son las manos atadas de Pedro Sánchez las que lastran la española. Pero la historia y los hechos desmienten tal deducción.
La receta de Antonio Costa: pragmatismo, previsibilidad, selección correcta de las prioridades y seguridad jurídica, justo lo que se echa de menos en España
Y es en este punto donde no comparto la tesis de Feito, que distingue entre la socialdemocracia de Costa y el “socialcomunismo” de Sánchez. Costa fue capaz de atraer inversión extranjera con una política fiscal y una legislación laboral pragmáticas, alejadas de inviables tentaciones ideológicas. Y lo hizo mientras contaba con el apoyo parlamentario del Partido Comunista y del llamado Bloque de Izquierda. Sánchez, no ha querido o no ha podido soltar ninguna amarra, por razones de aritmética parlamentaria, pero siempre ha acabado haciendo lo que le ha venido en gana. En los seis años largos de Costa al frente del gobierno portugués, la economía del país vecino se ha fortalecido y almacenando credibilidad suficiente como para ser capaz de recuperar su nivel de crecimiento pre-covid ya en el primer trimestre de este año. Su receta: pragmatismo, previsibilidad, selección correcta de las prioridades y seguridad jurídica. España no alcanzará el PIB previo a la pandemia hasta la segunda mitad de 2023, y en los cuatro años de Sánchez ha dado tantos bandazos que ni tiene política económica reconocible, ni ha resuelto, ni siquiera orientado, uno solo de los problemas estructurales que arrastramos. No se trata de ideología; o no solo. Se trata de incompetencia.
El presidente adolescente
Massimo Recalcati, uno de los analistas políticos del diario italiano La Repubblica, se preguntaba esta semana “cómo se distingue una vida adulta de una vida adolescente”. Se refería, claro está, a la decisión del Movimento 5 Stelle de cancelar su apoyo al gobierno de Mario Draghi, abriendo una crisis de consecuencias imprevisibles (y ninguna buena de no reconducirse la situación). Los dirigentes del partido fundado por el cómico Beppe Grillo se han enzarzado en una infantil lucha por el poder interno que amenaza la normal transferencia de los fondos europeos y los planes de recuperación diseñados por el Ejecutivo de Draghi. Poca broma. “Mientras la vida adulta, asumiendo las consecuencias de sus actos, conoce el sentido de la responsabilidad que toda decisión conlleva -escribía Recalcati-, la adolescente, evitando tal asunción, no conoce otra responsabilidad que la que sigue atribuyéndole a la vida inexorablemente corrupta del mundo adulto”. ¿A qué les suena?
En el debate del estado de la nación Sánchez utilizó en distintas ocasiones el mismo pretexto al que alude Recalcati: la inexorable corrupción del establishment, de los cenáculos, está en la base de una herencia envenenada que procede de la Transición y que nunca ha corregido los defectos que venían de fábrica, o sea, del franquismo. Todos los males proceden del pasado, o de Putin, como si él fuera nuevo en esto y se acabara de estrenar como gobernante. “Profetas de la catástrofe”. Con una desenvoltura digna de más floridas evocaciones, el presidente adolescente amplió el abanico de los enemigos del bienestar sanchista: “profetas de la catástrofe”, llamó reiteradamente desde la tribuna a quienes contradicen su optimismo. Banco de España, AIREF, FMI, OCDE… Meros curanderos. Sánchez es nuestro Beppe Grillo particular. Un cómico de primera.
Portugal es para Sánchez el espejo mágico de Blancanieves. Y la prueba de que otra política de izquierdas, alejada de populismos y estridencias, es perfectamente posible
Feito tiene razón. Lo que Portugal pone de manifiesto es la incompetencia de este gobierno. Y todas las semanas tenemos algún ejemplo de ello. El más reciente de los descubiertos es el “Proyecto de Ley de medidas de eficiencia procesal del servicio público de Justicia”, un disparate jurídico, un texto que, en un período que se prevé de alta litigiosidad, va a complicar y encarecer los costes de los conflictos entre compañías, en lugar de simplificarlos y abaratarlos. Una muestra más del desconocimiento que sobre la vida cotidiana de las empresas -en su mayoría pequeñas que ya no admiten una sola carga más- atesora orgulloso este gobierno. Sí, creo que es reveladora la reflexión de José Luis Feito, respaldada por datos incontestables, y que son el Banco de España, la AIREF, la UE o la OCDE a los que hay que creer frente a quienes demuestran casi a diario que la ideología solo es una cortina de humo que se utiliza para ocultar enormes lagunas en la gestión de los problemas reales del país.
Y el dedo acusador, el que nos señala como escasamente fiables e incumplidores, no está ni en Frankfurt ni en Bruselas, sino mucho más cerca. Aquí al lado. Es Lisboa la que nos pone, la que pone a Pedro Sánchez en evidencia. Portugal es para Sánchez el espejo mágico de Blancanieves. Y la prueba de que otra política de izquierdas, alejada de populismos y estridencias, es perfectamente posible.
La postdata: después de Lastra, nada con sifón
Ni pesos ni contrapesos. En el PSOE de hoy solo manda uno. Adriana Lastra es la última víctima del pulgar cesáreo; y, probablemente, también la última que intentó defender una mínima autonomía de criterio y la parcela de poder que, mayor en otros tiempos y ahora raquítica pero parcela, otorgaba la condición de vicesecretaria general.
A Lastra le tocó el papel de poli malo. Hasta que Pedro Sánchez, amortizado Pablo Iglesias, se hizo también cargo de la secretaría de Villanías Varias, y lo tuyo, Adriana, empezó a no tener demasiado sentido. Si acaso salir de vez en vez para soltar, con decreciente convicción, unos cuantos dicterios contra la Oposición. Si acaso, porque que te dedicaras a hacer política no entraba en los cálculos de Napoleoncito. Quizá sí en los tuyos, pero no en los suyos. Ese es terreno vedado.
Te vas, Adriana, y lo que no está claro es si lo que viene después de ti será mejor. Distinto seguro que sí. Para pactar con Bildu lo que haga falta ya está Bolaños, ¡qué descubrimiento! El, o la que te sustituya, será otra cosa. Con más capacidad política, dicen. ¡Qué tontería! Ya no queda nadie con capacidad política en el PSOE. Ni los barones. Vendrá Patxi López, pura imagen, nada con sifón, pero de tragaderas oceánicas, como se ha comprobado en el pacto con Bildu sobre la memoria; el lehendakari que con su incapacidad política y nulidad en la gestión malgastó la gran oportunidad que los socialistas tuvieron de equilibrar algo el predominio del nacionalismo en Euskadi.
O quizá reaparezca por la puerta grande Antonio Hernando, con su mochilita cargada de cuadernitos de apuntes y arrepentimiento. O alguien parecido, amaestrado, inane, perfectamente entrenado para clausurar temporalmente su voluntad. Eso vendrá, Adriana. Ser dura, pequeña, no fue suficiente.
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