Opinión

Un silencio atronador y cómplice

Nunca se desvanece la tentación de pensar que los episodios de radicalismo en Cataluña son ocasionales. Que no hay que generalizar. Que no será para tanto. Desde las grandes televisiones,

Nunca se desvanece la tentación de pensar que los episodios de radicalismo en Cataluña son ocasionales. Que no hay que generalizar. Que no será para tanto. Desde las grandes televisiones, cabeceras y editoriales de la Comunidad Autónoma, cuando se trata el problema de Cataluña se pide no inflamar, calificando de inflamación a la denuncia de los sucesivos capítulos de acoso, intimidación y señalamiento que desde el nacionalismo se ejerce contra el disidente, porque según explican – con cierta condescendencia – son casos aislados y excepcionales. La denuncia del acoso es a menudo percibida como un complot, una jugada maestra de los constitucionalistas y un dolor de cabeza.

Pero cuando se acaba la propaganda, queda la realidad. Tras el episodio de Canet de Mar, donde el independentismo más radical emprendió una campaña de acoso contra una familia que quería ejercer su derecho a que su hijo fuera educado en español un 25% de las horas escolares, ha ocurrido el siguiente caso concreto y no generalizable de violencia política.

Jordi Salvadó y Eva Fernández, vicepresidente y secretaria de la organización juvenil constitucionalista S’ha Acabat respectivamente, han recibido esta semana múltiples amenazas de muerte, por el simple hecho de hacer política y no comulgar con la ideología hegemónica en las instituciones de la comunidad. Este hecho, que es de extrema gravedad, ha pasado inadvertido para las grandes cabeceras, grupos mediáticos y periodistas en posiciones relevantes de este país. Debería sorprender, pero la realidad es que hemos normalizado los episodios de violencia política.

Señalamientos de domicilios a Jueces y Rectores de Universidad, agresiones y acoso a carpas constitucionalistas, linchamientos a familias que piden que se respeten sus derechos, manifestaciones diarias que impiden el descanso vecinal, amenazas de muerte al disidente... La lista se va engrosando cada día, ante la impasible mirada de los periodistas y medios de esta comunidad que, salvo contadas excepciones, han renunciado a su autonomía y mirada crítica en aras de recibir el calor del poder. La renuncia a la denuncia es inequívoca.

Los episodios se suceden ante la normalización por parte de la sociedad y el silencio cómplice de los medios cercanos al poder regional. Pero no debemos normalizar lo que no es normal

Urge por tanto decir lo que tantos callan: Cataluña es la comunidad con la peor calidad democrática de España. El problema está tan enraizado que los episodios se suceden ante la normalización por parte de la sociedad y el silencio cómplice de los medios cercanos al poder regional. Pero no debemos normalizar lo que no es normal.

La razón del silencio mediático no es otra que la de invisibilizar el problema de convivencia que existe en Cataluña y, con ello, para seguir invisibilizando a la Cataluña leal al resto de España. A nadie se le escapa que no puede haber “un sol poble” (un solo pueblo) si existe una mitad de catalanes que se niega a pasar por el embudo nacionalista de la ideología única.

Como afirmó Fernando Savater al ser entrevistado por Irene González en este periódico, quien dispone de una columna o plataforma para crear opinión pública “tiene una obligación moral”. En el caso de Cataluña, esta obligación moral pasa por exponer lo que ocurre ahí sin edulcorantes ni matices, pero también por apoyar a aquellos que día a día afloran las reivindicaciones de la mitad de la Cataluña cada vez menos silenciosa.

Hay que dar voz y explicar el gran trabajo de Societat Civil Catalana, con Fernando Sánchez Costa al frente, a la hora de combatir el discurso único; difundir la incansable lucha de la AEB e Impulso Ciudadano en el terreno educativo y de la neutralidad de las Instituciones; apoyar la gran labor del Club Tocqueville como centro de reflexión y difusión de ideas constitucionalistas y, por supuesto, estar siempre al lado de los valientes jóvenes de S’ha Acabat que están logrando encender una llama de libertad ante la oscura hegemonía de las ideas nacionalistas.

Es una urgencia democrática explicar lo que ocurre en Cataluña y apoyar y dar voz a aquellos que constituyen el dique de contención del avance del separatismo, porque como recordaba Isaiah Berlin: “Las primeras personas a los que los totalitarios destruyen o silencian son hombres de ideas y mentes libres”. Seamos valientes y rompamos ese silencio que es ya atronador.

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