Opinión

Bolívar y otros líderes perversos

Marx definió a Simón Bolívar como “el canalla más cobarde, brutal y miserable”

Si Hitler hubiera ganado la gran guerra y montado su imperio ¿sería hoy adorado como héroe? ¡Qué horror…! ¿Presidiría su imagen los edificios públicos? ¿Se habría puesto de moda su bigotito de mosca? ¿Un héroe asesino, un sanguinario responsable de millones de muertes elevado a personaje heroico? Rechazo la idea, ni siquiera apetece imaginarlo. Sin embargo, un asesino mucho más brutal y monstruoso preside los lugares públicos y recibe los honores de la gente como héroe de la nación china. Me refiero a Mao Tse-Tung y su monumental retrato en la entrada, por ejemplo, del palacio Imperial de Pekín.

Las masas se acomodan a la adversidad. Me asusta pensar que Hitler bien podría ser un líder cabal si hubiera ganado la guerra porque una vez adoctrinada la supuesta gran Alemania con capital en Berlín y extendida por Europa desde Urales hasta los Pirineos, o tal vez hasta Gibraltar, la gran nación adoraría a su héroe de la misma manera que adoran los chinos a Mao en edificios públicos, parques y plazas sin que nadie se acuerde ya, o tal vez sí, de sus crímenes. A otra escala, algo parecido sucede en el País Vasco, donde tienen la costumbre de homenajear a los asesinos.

Claro que también actuó sin piedad, o al menos no con la que habría sido exigible, Alejandro Magno, y tampoco Julio César, y no digamos Genghis Khan, y nos hemos acostumbrado a encumbrarlos como héroes sin recordar ya sus desmanes, sin preguntarse si fueron más o menos crueles o si respetaron a los pueblos sometidos.

Un feroz socialista, Largo Caballero, hombre de confianza de otro genocida, Joseph Stalin, soñaba convertir España en un ‘soviet’. Y Yolanda Díaz y Pedro Sánchez lo admiran.  Su nombre se exhibe en las calles de nuestras ciudades sin que nadie haga grandes esfuerzos por evitarlo.

Desatar su envidia a quienes vivían en Madrid, su ciudad durante los primeros años del siglo XIX, y plasmarla en su famosa Carta de Jamaica cuando se encontraba en Kingston

Digo todo esto porque la veneración a Simón Bolívar es mucho más desafiante que respetuosa. No voy a compararlo con Hitler, ni siquiera con Guevara, pero sí con quienes utilizan el tópico de considerar opresores y genocidas a los colonizadores, sobre todo si son españoles. Si son de otras nacionalidades se les trata con respeto. Eso fue lo que hizo el caudillo independentista Simón Bolívar, desatar su envidia a quienes vivían en Madrid, su ciudad durante los primeros años del siglo XIX, y plasmarla en su famosa Carta de Jamaica cuando se encontraba en Kingston, documento que Castro en Cuba, Chávez y Maduro en Venezuela o Morales en Bolivia han usado para calificar a España de genocida. Colonizadores ingleses o franceses, como es sabido, fueron negociando con los indios el comportamiento que habían de tener para no hacerles daño, de ahí que sean tan frecuentes los matrimonios mixtos en Estados Unidos. Espero que se entienda la ironía. En una carta a Engels fechada el 14 de febrero de 1858, Marx definió a Simón Bolívar como “el canalla más cobarde, brutal y miserable”. Esto no es ironía. Lo digo por si le sirve a doña Yolanda Díaz.

¿Se imagina alguien los bustos de Hitler presidiendo la Puerta del Sol, los Campos Elíseos o la Plaza Roja? ¿Se imagina alguien que Hitler no se hubiera topado con un destructor de vidas mucho más brutal, el asesino Stalin, y hubiera salido victorioso en Stalingrado? Produce escalofríos. Claro que nadie sabe con precisión si Stalin fue o no el más cruel de tantos cuantos sátrapas ha conocido la historia.

Más nos valdría ser devotos de San Isidro, de Messi, o de Ayuso, de quien sea. El hecho es que podamos mostrarle a alguien nuestra admiración

Necesitamos líderes, gente a quien admirar, personajes a quienes reverenciar. Ser devoto es una necesidad, incluso de Simón Bolívar, con espada o sin espada, como si al pueblo le hubiera ido mucho mejor después de su revolución salvaje que antes de ella. Más nos valdría ser devotos de San Isidro, de Lionel Messi, o de Ayuso, de quien sea. El hecho es que podamos mostrarle a alguien nuestra admiración.

Uno de los más estrafalarios líderes que ha conocido la historia fue Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco, mucho más parecido a un bufón que a un ideológo. Tuvo un montón de ideas estrafalarias que siguen venerando los vascos, no todos, claro, como se venera a los santos. Pero don Sabino, al fin y al cabo, no tuvo la sangre fría del fundador de Esquerra Republicana de Cataluña, Companys, un genocida responsable del asesinato de unas ocho mil personas, en su mayoría católicos, colocado en peana por los independentistas. Eso de ser sanguinarios parece no importar a los hooligans, el hecho es disponer de un dios para adorar.   

Salir vencedor en las guerras tiene sus recompensas, aunque se haya aniquilado a la población vencida. El terror es esencial en las victorias

El hombre más admirado y amado en occidente durante los últimos dos milenios y veintidós años fue un personaje pacífico que murió asesinado con solo 33 años y dejó un reguero de seguidores, el más multitudinario de la historia. Su benevolencia se parece al de otro hombre de paz, Siddhattha Gotama, mendigo y asceta, más conocido como Buda, hombre espiritual de paz. En la necesidad de buscar líderes, Federico García Lorca es un ejemplo extraordinario. Una persona que alimentó su espíritu gracias a los recursos familiares que le permitieron no tener que ganarse la vida y cultivar su vena poética. Es verdad que escribió mucho, pero con solo su breve colección de poemas de El Romancero Gitano y su trágica y temprana muerte, un asesinato gratuito, se convirtió en el nombre más frecuente de las nuevas calles de nuestras ciudades. Otro héroe de paz.

Abundan los líderes sanguinarios. Salir vencedor en las guerras tiene sus recompensas, aunque se haya aniquilado a la población vencida. El terror es esencial en las victorias. Ni Julio César ni Alejandro Magno fueron diciéndole a los galos ni a los persas que por favor se rindieran para no matar a los inocentes muchachos de los ejércitos enemigos. Es muy fácil contar la historia a favor de los vencedores. Los vencidos no suelen tener historiador.

Los seguidores de Simón Bolívar también han olvidado su crueldad a la manera en que los chinos adoran a Mao.

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