Un destacado miembro de su profesión se refiere a él siempre con cariño: "Es una buena persona, hasta creo que es médico, corríjame si me equivoco porque tal vez no esté bien informado". Nuestro héroe se matriculó en la misma escuela de Altos Estudios de Honestidad y Ética que Salvador Illa, el actual ministro de Sanidad. Ambos suspendieron.
Fernando Simón (Zaragoza, 57 años) marchó a África con su esposa, también del ramo, para engrosar con su tedioso curriculum, huero de aventuras, y tras ejercer en Mozambique y Burundi, amen de en alguna república iberiomericana, regresó a nuestro país ya con el alias de experimentado 'epidemiólogo' en el bolsillo. Su sueño africano le ocupó nueve años, de ahí que apenas tuviera tiempo para doctorarse entre nosotros o siquiera para cumplir los escuetos trámites del MIR.
'Excalibur' se llamaba el perrito del ébola. Más complicado resulta saber el nombre de alguno de los 45.000 muertos por la covid, enterrados a escondidas y despedidos en la más ardiente soledad
Simón es de otra pasta, está cincelado con la materia con la que se elaboran los líderes y los triunfadores. Gasta una voz infernal, viste camisas de manga corta, desconoce esa herramienta llamada plancha y se diría que le arregla el cabello un concienzudo amateur. Un dato sorprendente: jamás se depiló las cejas. Accedió a la relevancia laboral merced al PP, con dos Anas madrinas, Pastor y Mato. La una sigue, la otra no. Mato se vio en la obligación de sacrificar un perrito cuando lo del ébola, una ceremonia transmitida en directo por algunas televisiones, y cientos de miles de españoles rompieron en lágrimas y en gritos contra Rajoy por tamaña crueldad. 'Excalibur' se llamaba el animalito. Más complicado resulta saber el nombre de alguno de los 45.000 muertos por la covid, enterrados a escondidas y despedidos en la más ardiente soledad.
Contradicciones y falsedades
Durante cuatro meses, Fernando Simón ha aparecido se ha mostrado cotidianamente en nuestras casas para apenas decir nada o, en su defecto, para aventar unos cuantos puñados de mentiras. Los sermones de Simón son, básicamente, un compendio de obviedades y falsedades. Por eso su habilidosa oratoria acaba de ser distinguida con un premio Castelar. Tal cual. Memorable es su eterna letanía de trolas indigestas. "No se producirán más que un par de contagios o tres". "No le diría a mi hijo que no fuera a la manifestación". "No hacen falta mascarillas". "Hacen falta mascarillas". "Habrá ocurrido algún enorme accidente de tráfico, o quizás serán infartos" (cuando se disparó el número de muertos). "Hay unos dos mil fallecidos que están desubicados". Y así. Su mensaje, lejos de los pregonados parámetros de 'la ciencia', se convirtió en la herramienta más útil y fiel a los designios de la Moncloa.
Semanas hubo en las que no se registraba muerto alguno en España, mientras que los gobiernos regionales contaban sus caídos a docenas. Y así seguía, día a día, muerto a muerto
Al referirse a los fallecimientos, no lograba hilvanar un dato certero, una cifra con credibilidad fehaciente. Un día, de pronto, al equipo médico habitual le dio por cambiar los procedimientos y desaparecieron dos mil cadáveres, 1.916 por precisar. "Cosas de los gobiernos autonómicos", explicó Simón, sin sonrojo. Otro día, emergieron unos doscientos fallecidos sin nombre, de no se sabe qué cementerio o de qué inescrutable estadística. Semanas hubo en las que los voceros oficiales no registraban muerto alguno, mientras que las autoridades regionales contaban sus caídos a docenas. Y así ha seguido, día a día, muerto a muerto, exhibiendo una verborrea tramposa con prosodia de fullero. Se faltaba a la verdad con los fallecidos, con los expertos, con los respiradores, con las mascarillas, con los test (Sánchez llegó a afirmar que España era el país con mayor número de pruebas, y habló de un millón), con los sanitarios infectados, con las fases de la 'desescalada'. Un revoltillo de ocultamiento, falseamiento, engaño...
Sonreía arrogante cuando algún periodista le mencionaba su creciente popularidad, casi de un crack, o le informaba de que ya era estrella de cómic, prota de pósters, y hasta de grafitis de suburbio con su efigie de campeón. En un arrebato de fanatismo, un grupo de paisanos colocó su nombre en una calle madrileña, quizás de Lavapiés, en una ceremonia tiernamente apócrifa. "Si hay algún beneficio económico, dénselo a una ONG", comentaba con humildad franciscana.
'Puto virus'
Encabalgado ya en el star system de la pandemia, nuestro doctor House de todo a cien posó altivo y arrogante para la portada del colorín de 'El País', enfundado en una chupa de cuero y a lomos de un motarrón impertinente, como Marlon Brando en 'Salvaje', salvando las distancias que hay entre Omaha y Zaragoza. Dentro de la revista aparecía exhibiendo una camiseta metal hurlant con el lema 'Puto virus'.
"Hemos salvado más de 450.000 vidas", suele predicar Pedro Sánchez sin asomo de color en las mejillas. Fernando Simón asiente y sonríe. Apareció en la pálida ceremonia del Palacio Real, en ese gélido adiós a los caídos por el virus chino, con una mascarilla con tiburones, un detalle desnortado, una brometa adolescente. Jo qué guay. Luego se le vio en una playa portuguesa practicando surf, allí sin mascarilla ni tiburones. Era el momento más angustioso de la primera etapa de los rebrotes. Obrigado.
El último acto de su largo rosario de intervenciones que conducen a la estupefacción se acaba de producir esta misma semana. Celebró, con ese tono de indiferente superficialidad, que no vengan turistas foráneos a nuestro país porque así no contagian. Si se prohibieran los coches no habría accidentes. Y si se cerraran las playas no habría ahogados. Los hosteleros de media España, a dos pasos de la ruina, lo querían degollar. "Actúa como un sociópata", confesaba un veterano empresario levantino, desbordado de incredulidad e ira. "Sin turismo británico, el hambre se comerá Canarias", exclamaba un hotelero de las islas a dos pasos del hundimiento y el llanto. La Mesa del Turismo ha exigido su dimisión. ¿Y...?
Estamos a dos pasos de un de un nuevo estado de alarma por la inoperancia de un Gobierno que se ha negado a trabajar en un 'plan B'. El drama no ha hecho más que empezar
"Es un epidemiólogo", justificaba Pedro Sánchez el desafortunado comentario de su número uno anti-virus. Algunos presidentes regionales se subían por las paredes. Era un directo a la mandíbula de la ya escasa credibilidad universal de nuestro país: la peor gestión de la pandemia, de la crisis sanitaria, de la crisis social, de la 'desescalada', de la 'normalidad''. Estamos a dos pasos de un de un nuevo estado de alarma por la inoperancia de un Gobierno que se ha negado a trabajar en un 'plan B'. El drama anunciado para otoño parece que se acelera. El drama asoma ya sus zarpas. Basta con asomarse al abismo de la EPA. Un millón de empleos al desagüe. Y esto no es nada.
Pero ahí seguirá Simón, con su sermón tan odioso como ficticio, su predicar farisaico, sus verdades a medias y sus mentiras enteras. Quizás piense, con Elliot, que "no somos capaces de soportar demasiada realidad". Por eso procura edulcorarla, disfrazarla, camuflarla o, sencillamente, sepultarla junto a esos 45.000 muertos de nunca jamás.
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