Mientras Sánchez ultima su gran acuerdo con Puigdemont que incluiría amnistía, referéndum y escenificación en Waterloo y Feijoó les hace la rosca a los de Junts a ver si se abstienen, los simpáticos CDR intentan boicotear la Vuelta a su paso por Cataluña. Ahora lanzo por aquí un saco de clavos a ver si pinchan las ruedas, se descalabran y se percatan de que esa Vuelta españolaza no es bienvenida en estas tierras de estelada, ahora intento derramar litros de aceite sobre la carretera para que el hostión sea morrocotudo y lo capten las cámaras de todos los medios o ahora silbo, insulto y exhibo banderas lazis como demostración que este es un altre país.
Eso hacen los CDR que, forzoso es decirlo, siempre han sido jaleados, mantenidos, financiados e incluso loados por los dirigentes tanto de Puigdemont como de Esquerra. Aquel Apreteu, apreteu de Torra toma carta de naturaleza en esos sabotajes que van más allá de intentar torpedear un evento deportivo, porque pueden causar heridas e incluso, Dios no lo quiera, muertos. Lógicamente a quienes los llevan a cabo eso les importa poco o nada. La muerte. Siempre que no sea la suya, les es indiferente y si, además, es la de un espanyol, de un opresor, de un nyordo mejor. Hete aquí la esencia del separatismo catalán: todo vale, incluso la muerte de otros si conseguimos nuestros objetivos. Nunca fue cierto que esto fuera de democracia ni que los lazis exhibieran beatíficas sonrisas. Hubo quien confundió las muecas crispadas del odio con la risa sana, igual que es fácil confundir una estelada con otro bandera cualquiera, pero los parecidos son escasos. Poco o nada se ha hablado de este bochorno, ver como un puñado de vándalos denigran nuestra tierra con actuaciones violentas; lo suyo es hablar de Rubiales y hacer listas de quienes lo apoyan, que todo sirve para esas listas de malos periodistas que anunció en su día Yolanda Díaz.
Servidor, que no es partidario de apuntar a nadie en la pizarra como cuando éramos pequeños, si debe decir una cosa: tengo claro que me acodaré de todos quienes omiten diariamente la realidad catalana y el hecho de que aquí no se haya pacificado nada, más bien al contrario. Los descerebrados andan creciditos y mediante organizaciones como Ómnium están reagrupándose para volver a hacer de las calles el infierno que en su día crearon. Tienen, además, el plus de estar cabreados con sus propios partidos y eso hace que sean mucho más peligrosos. Nadie piensa en ilegalizar esas entidades que promueven abiertamente la rebelión, la violencia callejera o la defensa de ideologías tan racistas como las que esgrimen estos estelados. Es una lástima que no esté en vigor la legislación de aquella añorada República de la que tanto y tan bien hablan, porque con aplicarles la tristemente famosa Ley de la Defensa de la ídem se acababa la tontería en cero coma.
Lo suyo es hablar de Rubiales y hacer listas de quienes lo apoyan, que todo sirve para esas listas de malos periodistas que anunció en su día Yolanda Díaz
Sánchez dirá que ha pacificado Cataluña. A base de dárselo todo a los lazis, claro. Y que estas cositas de los clavos, el aceite y el run run de nuevos disturbios son bulos de fachas. Pero el lector debe conocer que Joan Baptista Cendrós - uno de los fundadores de Ómnium en pleno franquismo junto a grandes apellidos nacionalistas como Carulla o Millet - era millonario gracias a comercializar en toda España su marca Floïd, harto conocida igual que Carulla con su Gallina Blanca. Cendrós dijo claramente que él era un fascista, un nazi catalán. El abuelo de David Madí, el Richelieu de Mas, que aquí todo son sagas familiares seculares, llegó a afirmar “No acepto nada de España y pienso que todo lo que se haga para matar a los castellanos es bueno”.
De esos simpatiquísimos próceres proceden los no menos simpatiquísimos CDR así como los políticos separatistas. Pacten, pacten con ellos, Sánchez y Feijoó, pacten porque que van de buena fe. O mejor todavía, cásense entre ustedes y tengan muchos hijos. Inunden Cataluña y el resto de España de gente cargada de odio, de clavos y de cainismo. Total, qué más da ya todo.
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