El sistema de bipartidismo imperfecto con dos grandes partidos nacionales, uno social-demócrata y otro liberal-cristiano-conservador, turnantes en el Gobierno, con los nacionalistas parasitarios jugando al ventajismo en las legislaturas en que fuera menester, saltó por los aires en 2015 con la aparición de tres nuevos jugadores en el tablero político, una formación de centro liberal, otra nacionalista española inequívocamente conservadora y una tercera de extrema izquierda marxistoide. Esta ampliación de opciones electorales coincidió con la subida al monte de los hasta entonces posibilistas separatistas catalanes, que se lanzaron enloquecidamente a la rebelión y a la secesión unilateral. Como es natural, este complejo panorama descoyuntó las estrategias de los mayoritarios, cuya plácida existencia de alternancia en el poder sin mayores complicaciones que contentar a los insaciables nacionalistas mediante la cesión gradual y controlada de competencias, engallamiento simbólico y dinero, se vio perturbada por la necesidad de trabar alianzas con socios no siempre previsibles, proclives a las posiciones intransigentes y que ponían en cuestión las bases mismas del edificio de la Transición.
Un engendro guerracivilista
Semejante ceremonia de la confusión ha conducido a un Congreso de los Diputados inmanejable por lo atomizado, con un tercio de sus señorías dando patadas a la mesa con la sana intención de romper la vajilla de la abuela, la transformación del PSOE de una formación seria en una horda capitaneada por un aventurero que ha hecho de la mentira su método de trabajo, de la incompetencia su divisa y de la irresponsabilidad su estandarte, un PP desmoralizado, desnortado y oscilante a la búsqueda suplicante del aglutinamiento bajo sus siglas de todo el centro derecha, un numeroso comando separatista en actitud permanente de sabotaje, un engendro guerracivilista preñado de odio empeñado en ganar la contienda fratricida de 1936-1939 ochenta años después por la vía del arrasamiento de las instituciones, la violencia verbal y física y la demolición de la obra del 78 y una organización firmemente conservadora, sin complejos frente al pensamiento políticamente correcto, defensora a ultranza de principios y valores clásicos e impermeable a las campañas de marginación y demonización a las que se ve sometida por el resto de contendientes en liza.
Uno de los factores de nuestros males actuales, es decir, la excesiva complejidad del arco parlamentario, ha de tender a la simplificación, con la batalla de Madrid del 4 de Mayo como una primera ocasión de hacer limpieza
Si a este inquietante escenario, añadimos el flagelo vírico y el derrumbe de nuestra estructura productiva, no es difícil sentar la conclusión de que vivimos en una inestabilidad que no puede prolongarse demasiado porque su inexorable final es la catástrofe. Es por ello que uno de los factores de nuestros males actuales, es decir, la excesiva complejidad del arco parlamentario, ha de tender a la simplificación, con la batalla de Madrid del 4 de Mayo como una primera ocasión de hacer limpieza. De entrada, parece probable que Ciudadanos, cuyo candidato es una persona respetable, pero prácticamente desconocida, después de sus fallidas mociones de censura en Murcia y Castilla-León que lo han convertido en una adherencia de Pedro Sánchez, desaparezca por la percepción de su posible electorado de que su papel es ya inútil. La previsible victoria de Isabel Ayuso, si la interferencia de la dirección nacional del PP no estropea el plan perfectamente diseñado por Miguel Ángel Rodríguez, no será en ningún caso por mayoría absoluta y deberá apuntalarse para gobernar en los 12-15 escaños de Vox, que verá así consolidado su carácter de elemento imprescindible, tanto a nivel nacional como autonómico, porque Madrid es el rompeolas de las Españas. En cuanto al reparto del voto rupturista entre Más Madrid y Podemos desembocará en la humillación de Pablo Iglesias, que se verá relegado al triste cometido de colista, eso si supera el 5%, porque las encuestas le asignan un declive permanente desde que se inició la precampaña. Ante la disyuntiva de incorporarse a la Asamblea de Madrid como diputado irrelevante o renunciar a su acta y continuar en el Congreso, asimismo como figura de tercera fila, los dos caminos son escasamente atractivos para un individuo que necesita la exposición pública como las plantas la fotosíntesis. A partir de aquí, un Podemos sin su guía incandescente está condenado al inexorable decaimiento.
Coraje y adhesión insobornable
Dentro de este cuadro, existe una circunstancia determinante que es la confusión mental que atenaza a Pablo Casado y a su equipo más cercano. Si su intención es agrupar al conjunto del centro-derecha bajo su hegemonía y su manera de conseguirlo es el rechazo visceral a Vox y la aceptación, aunque edulcorada y vergonzante, de las tesis de la izquierda, tal como su inexplicable apoyo a la Ley de Protección del Menor, de indudable factura socialista-podemita, acaba de demostrar, jamás alcanzará su propósito y se verá obligado ineludiblemente a contar con Santiago Abascal para alcanzar el poder, tanto en las CCAA como en La Moncloa. Por otra parte, y el ejemplo de Ciudadanos es ilustrativo, puede sonar el momento en que los sectores liberal-conservadores españoles de criterio más asentado empiecen a considerar a Vox por su claridad de planteamientos, su coraje y su adhesión insobornable a cuestiones para ellos muy significativas, la unidad nacional, la ineficacia del batiburrillo autonómico, el despilfarro presupuestario, el desmadre de la inmigración ilegal, la dimensión trascendente del ser humano, el patriotismo, el orgullo de nuestra inabarcable Historia y la relevancia de la familia tradicional como fundamento de una sociedad viable, como el receptáculo más coherente de su sufragio, en cuyo caso el PP corre el riesgo de un creciente empalidecimiento hasta que su imagen no aparezca en el espejo.
De la misma forma, pues, que la prepotencia, la corrupción, la colonización del Estado y el cesarismo del PP y el PSOE durante dos décadas alumbró nuevas estrellas en nuestro firmamento público, el caos, la ruina y la descomposición institucional a la que asistimos impotentes a lo largo del último quinquenio, pueden reducir el desorbitado número de actores políticos que hoy devoran la riqueza y agrietan la estabilidad de la Nación. Hay algunos que tienen bastantes números para apagarse para siempre y otros para consolidarse e incrementar su influencia y su prestigio. En lo que queda de legislatura nacional sabremos cuáles se desvanecen en la nada y cuáles ascienden a la altura que exigen estos tiempos trágicos.