Opinión

El simulacro de elecciones presidenciales en Irán

Las recientes elecciones a la presidencia de la República Islámica de Irán, celebradas el pasado 18 de junio, han sido una burla a la comunidad internacional, una estafa al pueblo

Las recientes elecciones a la presidencia de la República Islámica de Irán, celebradas el pasado 18 de junio, han sido una burla a la comunidad internacional, una estafa al pueblo iraní y una señal muy negativa sobre la previsible evolución del papel del régimen de los ayatolás en el escenario global. De entrada, estos comicios no responden a los estándares democráticos considerados correctos. Un organismo, cuyos miembros son nombrados directa o indirectamente por el Líder Supremo, Alí Jamenei, el llamado Consejo de Guardianes, tiene la facultad de rechazar a los candidatos inscritos legalmente que considere inapropiados. En esta ocasión, de los diecisiete aspirantes sólo cuatro han sido aceptados. Por supuesto, no se admiten candidatas mujeres ni creyentes de otras religiones que no sean la islámica chiita. Estaba cantado que la victoria sería para el previamente designado por el Líder Supremo, el presidente del Tribunal Supremo, Ebrahim Raisi.

Es interesante leer las declaraciones de la secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard, sobre este personaje: “El hecho de que Ebrahim Raisi se haya alzado con la presidencia en vez de ser investigado por crímenes contra la humanidad tales como asesinato, desaparición forzosa y tortura es una amarga constatación de que la impunidad reina en Irán”. Asimismo, ha señalado: “Nosotros continuaremos exigiendo que Ebrahim Raisi sea investigado por su participación en crímenes contra la humanidad pretéritos y actuales de acuerdo con el derecho internacional, incluyendo aquellos Estados en los que existe jurisdicción universal”. En cuanto al juicio que le merecen estas elecciones a Amnistía Internacional, ha añadido: ”Ebrahim Raisi alcanza la presidencia tras un proceso electoral que ha tenido lugar en un ambiente altamente represivo en el que son vetados aquellos candidatos cuyas posiciones políticas no coinciden con las oficiales”.

Más de 30.000 presos políticos

Otra falsedad manifiesta se refiere a la participación. Según el régimen, ésta ha sido del 49% del censo. Sin embargo, centenares de opositores han grabado 3.500 videos de colegios electorales en cuatrocientas ciudades a distintas horas del día mostrando que estaban vacíos o con unos pocos votantes. Estas grabaciones se han obtenido asumiendo un alto riesgo porque la Guardia Revolucionaria vigilaba estrechamente que no hubiera ningún testimonio del número de ciudadanos que han acudido a las urnas. Algunos de estos observadores han sido detenidos y se encuentran en prisión donde con toda seguridad serán sometidos a todo tipo de vejaciones y maltrato, eso si no son directamente ejecutados. La voluminosa y fidedigna información así conseguida arroja una estimación de la participación del orden del 10%, es decir, que el gobierno ha multiplicado por cinco las cifras reales. Este dato demuestra que la sociedad iraní rechaza la dictadura religiosa que la oprime y que sólo se mantiene en el poder mediante el terror y la represión. En una entrevista en la cadena de la televisión Al Jazira después de conocerse su “éxito” en las elecciones, Raisi fue interrogado sobre su activa involucración en la matanza de 30.000 prisioneros políticos en 1988, un crimen contra la humanidad del que existen abundantes pruebas y que ha sido objeto de diversos informes por parte de expertos de Naciones Unidas. No solamente no negó su responsabilidad en aquella atrocidad, sino que se mostró orgulloso de ello y afirmó con rotundidad que había defendido “la seguridad” de su país. Este ser repugnante será a partir de agosto, cuando tome posesión, el jefe del Ejecutivo de la República Islámica. Una vez más, la ensoñación de que en Irán hay responsables políticos “moderados” y “duros” y que hay que entenderse con los primeros se desvanece en el aire.

El régimen se ha vanagloriado de que dispone de uranio enriquecido al 60%, muy próximo al nivel útil para preparar cabezas nucleares para equipar sus misiles balísticos

La dictadura iraní necesita que las sanciones impuestas por Estados Unidos durante el mandato de Trump sean levantadas para reanimar su economía en quiebra, para financiar las operaciones terroristas y las guerras en las que está metida en el Líbano, Iraq, Yemen, Siria y Gaza y para continuar con su programa nuclear. El régimen se ha vanagloriado de que dispone de uranio enriquecido al 60%, muy próximo al nivel útil para preparar cabezas nucleares para equipar sus misiles balísticos de alcance medio con los que puede amenazar a toda la región. Tanto las pruebas de los misiles como el enriquecimiento de uranio en proporción muy superior a lo fijado en el tratado JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action) con Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Francia, Reino Unido y la UE, violan este acuerdo de manera flagrante. Jamenei sigue los pasos de Kim Jong Un en Corea del Norte, valerse del arma nuclear como base de su supervivencia en el poder.

Chantaje inadmisible

Por supuesto, Rusia y China urgen a la Administración Biden a ceder y eliminar las sanciones., pero lo más sorprendente es que la UE también está empeñada en dar a uno de sus peores enemigos las mayores facilidades para que acumule un arsenal atómico, lo que oscila entre la ingenuidad y la estupidez. Es ilustrativo repasar la lista de países y organizaciones que han felicitado calurosamente a Raisi. Entre otros, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bielorusia, Siria, Hamas y Hezbolah, o sea, lo más selecto del totalitarismo y del terrorismo planetario. Las democracias occidentales deberían interpretar correctamente el resultado de las elecciones presidenciales de Irán y no hacer el juego a esta gavilla de regímenes dictatoriales, belicistas y hostiles a nuestros valores y principios.

Raisi ha dejado claro que no tolerará ninguna interferencia en su política exterior, en su represión interior o en su programa armamentístico. Su exigencia en las conversaciones de Viena de que se supriman las sanciones no ofrece otra contrapartida que el nebuloso compromiso de que no fabricará cabezas nucleares. Dado que su fiabilidad es nula, acceder a su petición equivale a arrugarse ante un chantaje inadmisible. Estados Unidos y la UE han de retirarse del JCPOA, ejercer sobre Irán la máxima presión diplomática, redoblar las sanciones, ser inflexibles en los temas de derechos humanos y apoyar a la oposición democrática. Solamente un cambio de régimen acabará con esta amenaza que hasta hoy se ha aprovechado de la debilidad y de los errores estratégicos de Occidente.

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