Amador Savater, en el prólogo al libro George Orwell o el horror a la política (A. Machado Libros. Madrid 2023), cuenta de las abstracciones y etiquetas que difunden la sospecha, marcan con el estigma e inoculan el miedo. Pere Aragonés, President del Govern de la Generalitat, y su cooperador necesario Salvador Illa, líder del PSC, recurren a los estereotipos de la “neolengua” de 1984 para excluir de antemano toda posibilidad de pensamiento independiente, bloquear la capacidad de contestación. Por eso, en desafío pacífico a las etiquetas que les lanzaban para invalidarlos, quienes en la mañana del pasado domingo 8 de octubre desbordaron el Paseo de Gracia atendiendo al llamamiento de Sociedad Civil Catalana se limitaban a expresar su rechazo a la amnistía que, según todos los indicios, proyecta Pedro Sánchez, obligado como está a cumplir las exigencias del prófugo de Waterloo, Carles Puigdemont.
Sánchez Pérez Castejón, como la mayoría de nosotros, está adherido de modo inquebrantable a la creencia de que, desde el mismo momento en que le es necesaria una cosa, esa cosa también se convierte en buena y conveniente para todos
Porque -aclaremos de una vez- la amnistía de la que estamos hablando trae causa de la necesidad, habida cuenta de que los votos de los Diputados de Carles parecen imprescindibles para Pedro si quiere alcanzar la mayoría absoluta y ser investido de nuevo Presidente del Gobierno. A partir de ahí, la conclusión bien averiguada es que Sánchez Pérez Castejón, como la mayoría de nosotros, está adherido de modo inquebrantable a la creencia de que, desde el mismo momento en que le es necesaria una cosa -por ejemplo, la amnistía-, esa cosa también se convierte en buena y conveniente para todos. Se han visto ejemplos de cómo una minoría compuesta de inasequibles al desaliento consigue salir adelante con su independencia y su canesú, pero ese logro necesita para plasmarse, además del indeleble compromiso de los conjurados con la causa, sumar a su favor la fuerza del silencio y la ceguera de las gentes honestas, esas que nada dicen porque nada ven porque nada imaginan.
En el Paseo de Gracia nos reíamos, nuestra risa tenía un punto de cólera, pero ninguna huella de triunfo o de veneno o de carbono 14, convencidos de que un periodista sólo puede ser honesto si se preserva de cualquier etiqueta partidaria, porque como escribió Orwell “uno no puede aceptar una disciplina política, sea la que fuere, y conservar su integridad como periodista”. La conclusión no es que el periodista deba mantenerse al margen de la política, sino que cuando se comprometa lo haga en calidad de ciudadano, de ser humano, y no en calidad de periodista, porque en esa función no puede poner su pluma al servicio de partido alguno bajo ningún concepto. Ninguna razón le impide escribir de la forma más crudamente política, si ese es su deseo, pero sólo puede hacerlo en calidad de individuo, de outsider o, como mucho, de francotirador que opera al margen de toda disciplina.
Mejor, indica Orwell, tener presente que las ventajas de una mentira son siempre efímeras
En fin, para nuestro autor, el argumento de acuerdo al cual no se deberían decir ciertas verdades porque ello “haría el juego” a tal o cual fuerza siniestra es un argumento deshonesto en el sentido de que las personas solo recurren a él cuando les conviene y porque a este argumento subyace habitualmente el deseo de hacer propaganda de algún interés partidario y de amordazar las críticas tildándolas de ser “objetivamente” reaccionarias. Mejor, indica Orwell, tener presente que las ventajas de una mentira son siempre efímeras y que, si suprimir o colorear la verdad pasa a menudo por un deber positivo, el progreso auténtico sobreviene siempre gracias a un incremento de la información, lo cual requiere una constante destrucción de mitos.
Cuestión distinta y tal vez exagerada es que para un periodista de hoy pueda ser mala señal no estar bajo sospecha por tendencias reaccionarias, así como hace cuarenta años era mala señal no estar bajo sospecha por simpatías comunistas.
Continuará.
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