Un suponer: Imagínese usted, querido lector, militante de UGT y CCOO en Huelva, la Coruña o Almería, intentando explicarse si el mundo se ha vuelto loco cuando ve que su organización se apunta a esto tan humano de "lo mío es mío"; porque, no nos engañemos, de eso va la historia de un procés que comenzó cuando Mariano Rajoy le negó en 2012 a Artur Mas un sistema fiscal diferente del resto.
Algo se revolvería en sus tripas si realmente se tiene por una persona de izquierda... correría a darse de baja. Yo lo haría.
Pues eso es lo que les acaba de ocurrir a miles de afiliados a ambas centrales viendo cómo las centrales socialista y comunista que fundaron Pablo Iglesias y Marcelino Camacho participaban este domingo en Barcelona en una manifestación por la libertad de los "presos políticos", todos ellos exponentes de la burquesía más caracterizada.
Sí, han leído bien: A una marcha para que no se aplique la ley contra los autores del mayor ataque a la convivencia y la solidaridad entre territorios que ha sufrido España desde el 23-F -ya veremos más adelante si es rebelión o solo sedición-, so pretexto de que en este país no hay democracia (¡¡¡).
"La mayoría de la sociedad catalana cree que la prisión preventiva no está justificada y, por tanto, pedimos que salgan en libertad Dolors (Bassa) y el resto de gente que está en la cárcel. La mayoría de la sociedad catalana también cree que no es momento de 155 ni de unilateralidad. No es momento de juicios ni de detenciones"... Esta frase no es del huido Carles Puigdemont ni el presidente del Parlament, Roger Torrent, no, es del secretario de UGT en Cataluña, Camil Ros.
¡Ay! la perversa equidistancia: "No es momento de 155 ni de unilateralidad"... No, claro, señor Ros. Es momento de que las 3.500 empresas que han abandonado Cataluña se piensen muy mucho si vuelven en medio de ese clima de inestabilidad que usted las procura, y también de que quien, supuestamente, defiende los intereses de clase de los trabajadores se dedique a eso.
Tengo para mí que el líder ugetista muestra es una de las manifestaciones más claras del problema que padece esa comunidad desde hace décadas: la falta de línea divisoria clara entre partidos y sindicatos nacionalistas y constitucionalistas; como la hubo en el País Vasco. Y, si me apuran, la falta de esa linea dentro del nacionalismo entre catalanistas y soberanistas en los últimos cinco años.... Vamos, el potaje ideológico que ha vivido con normalidad buena parte de esa sociedad.
Porque cuando uno se levanta años escuchando en los medios de comunicación la reivindicación de lo mío, del agravio de las balanzas fiscales entre territorios que no tributan -tributan las personas-, caracterizada como la Revolución de las sonrisas sin que nadie -ni el Gobierno ni la dirección de los sindicatos de clase- replique... acaba creyendo que el mundo acaba en La Diagonal. Ni más ni menos.
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