Habrá pocas sensaciones más molestas y menos visibles que padecer ‘tinnitus’. Por si no les suena de nada, es ese pitido o zumbido constante, las veinticuatro horas del día, que algunas personas padecen. En España, se calcula que unos 3,5 millones de personas sienten como si una mosca se hubiera colado en su oreja y diera tumbos sin tregua dentro de la cabeza. Desde que se despiertan hasta que se van a dormir, sin que sirva de nada maldecir el dichoso ruido para que cese, porque está en lo más profundo del cerebro. Suele provocarlo el síndrome de Ménière, esa enfermedad del oído que puede provocar episodios de vértigo.
Aunque no sea persistente siempre, a algunos nos ha abandonado el silencio de forma temporal. En épocas de exámenes, de estrés, después de un concierto o con las noticias de política. Cuando las personas en quienes hemos confiado nuestra representación en el Congreso se ponen manos a la obra para sacar adelante el país, no me negarán que se siente un ligero mareo, como un poco de vértigo, cuando estos se recolocan sus americanas al abrigo de sus trincheras y no logran acuerdos tan sustanciales como son los presupuestos generales.
Que no haya acuerdo sobre los Presupuestos de 2018 es un síntoma de la incapacidad de los grandes partidos para adaptarse a un escenario político mucho más abierto
Habiendo pasados dos meses de 2018, no parece que la opinión pública haya caído en la cuenta de que seguimos sin presupuestos para este año. Algo que debió firmarse a finales del extinto 2017. Imaginen que no tienen ni idea de qué van a cobrar, ni qué gastos van a tener que afrontar este año mientras que su cuenta bancaria sigue corriendo y los días pasando. A muy malas, si es un poco organizado, tirará de los números que hizo el año pasado. No parece mala idea si no fuera porque, en el caso de España, puede lanzar por la borda el trabajo de todo un año en la Cámara Baja. Por ejemplo, las subvenciones o impuestos creados por el Gobierno durante 2017 no serán efectivos hasta que no haya unos presupuestos nuevos que los incluya en cada partida.
Venimos de unos años en que se han ido prorrogando las cuentas del Estado y no parece que nadie se haya alarmado por ello. Cabe recordar que en 2016 estuvimos seis meses sin Gobierno, con todas las consecuencias que ello acarrea. De forma similar, estamos viviéndolo en Cataluña: tanto en 2016, que se prorrogaron las cuentas de 2015 y, ahora de nuevo, sin presupuestos para 2018. Pero volviendo al Gobierno central, para muchos es una victoria haber fragmentado más la representación parlamentaria de los españoles, con nuevos actores políticos, algunos más jóvenes, otros con ideas menos difusas que apilarlas en unas solas siglas. En efecto, ese nuevo escenario enriquece el debate político y refleja de manera más concisa los intereses de los ciudadanos, pero aún no se ha reequilibrado lo suficiente en cuanto a negociaciones se refiere. Verán, negociar no es otra cosa que un acuerdo con el que obtendrás un beneficio y tendrás que estar dispuesto a perder otro. Si no, no es acuerdo y solo ganaría una de las partes. Eso tiene otro nombre y se aleja bastante del concepto de democracia.
Y lo que podía ser una victoria, está enquistando en cierta forma la maquinaria del país. No es culpa de los nuevos partidos. No es eso. Era obvio que la fragmentación del Congreso iba a dificultar la aprobación de leyes. Alcanzar el consenso entre cuatro grandes partidos sonaba a casi imposible e iba a complicarlo todo. A pesar de ello, los dos grandes partidos, PP y PSOE, ignoraron que para poder gobernar era imprescindible hacerlo con socios que iban a provocar tensiones en zonas intocables. El actual Gobierno, pese a su experiencia en el poder, no quiso dar pasos atrás para facilitar su propio mandato.
Que no haya acuerdo para los Presupuestos Generales de 2018 es un síntoma del fracaso de este nuevo escenario. A saber, que los populares están echando de menos a los nacionalistas para alcanzar un pacto que saque adelante las nuevas cuentas del Estado. El ruido mediático parece reducirse a Cataluña (que si independencia, que si lenguas vehiculares en la escuela, que si investidura…), que no digo yo que no sea para prestarle atención, pero estamos ensordeciendo ante el coste altísimo que supone esta falta de cultura de la negociación, la misma cultura en la que abunda la vía de la confrontación.
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