En Siria el horror continua. El martes pasado un ataque con armas químicas mató a más de setenta personas en una localidad al noroeste del país, no muy lejos de la frontera turca. Una veintena de los fallecidos eran niños y se cuentan por centenares los afectados. El ataque, perpetrado por el ejército del presidente Bashar Al-Assad, ha vuelto a poner a Occidente contra las cuerdas y a interpelar a EEUU, que finalmente, por orden de Donald Trump, bombardeó la base aérea de Shayrat como represalia.
La matanza coincidió con el inicio en Bruselas de una conferencia de donantes que persigue reconstruir el país en base a donaciones de un consorcio de países capitaneado por la Unión Europea. En Siria a estas alturas, y después de siete años de guerra, está todo por reconstruir, pero nada se podrá hacer hasta que la contienda toque a su fin.
Una cosa es disponer de armamento y de personal entrenado para manejarlo y otra bien distinta es estar preparado política y psicológicamente para ir contando y repatriando bajas
La comunidad internacional está dividida y carece del interés y de la capacidad para hacer algo al respecto. La cuestión es que si la guerra se ha prolongado de esta manera es porque nadie está en posición de acabar con aquello. Las partes beligerantes lo intentan, pero ninguna tiene la fuerza necesaria para conseguirlo. En las cercanías la Unión Europea se limita a mirar y a lamentar las magulladuras que le provocan las esquirlas del conflicto en forma de atentados terroristas.
Los países europeos carecen de la voluntad política y de las capacidades militares para enfrentar un conflicto de tales características. Porque una cosa es disponer de armamento y de personal entrenado para manejarlo y otra bien distinta es estar preparado política y psicológicamente para ir contando y repatriando bajas. Europa cuenta con ejércitos bien pertrechados, pero no quiere emplearlos. Lo cual es perfectamente lógico y razonable.
A EEUU le sucede algo similar desde la guerra de Vietnam aunque no de un modo tan acusado. A la América de Trump le sucede también que el presidente dedicó mucho tiempo (y muchos tuits) a criticar las intervenciones militares en el extranjero. El America First, en definitiva, es difícilmente conciliable con una intervención abierta en Siria.
El ataque lanzado por EEUU sobre la base siria quizá fue un mensaje a Putin para que contenga a su protegido. A fin de cuentas, Trump no es precisamente un maestro de la sutileza
El crucigrama sirio de Trump no es sencillo de resolver. Por un lado no puede desenfundar a la ligera, por otro no puede callar ante masacres como la del martes. Lo primero no lo ha hecho. Lo segundo tampoco. Condenó el ataque y dejó en el aire involucrarse más a fondo en el asunto. Por más a fondo hay que entender con pólvora, gasolina, acero y, sobre todo, con tropas sobre el terreno. Desde este punto de vista, el ataque lanzado por EEUU sobre la base siria quizá fue un mensaje a Putin para que contenga a su protegido. A fin de cuentas, Trump no es precisamente un maestro de la sutileza.
Un problema añadido es que EEUU apenas tiene aliados en la región. Al menos aliados fiables. Al-Assad cuenta con el apoyo manifiesto de Rusia e Irán y a la oposición siria la sostiene Turquía. Los aliados naturales de EEUU en esta empresa serían los países de mayoría sunní como Jordania, el Líbano o los emiratos del Golfo, pero no parecen muy por la labor de inmiscuirse en esta guerra más allá de cuestiones puramente defensivas y siempre contra el Estado Islámico.
De entrar se meterían en un avispero del que seguramente saldrían más baldados que de la guerra de Irak. Un partido con el árbitro y la afición en contra. La guerras se ganan sobre el terreno que es exactamente donde está librándola Assad y sus aliados.
Los dilemas múltiples que Trump se encuentra en Siria son los mismos que enfrentó Obama en su momento
¿No cabría entonces una misión puramente humanitaria destinada a detener las atrocidades que están perpetrando todos los bandos? Cabría, claro, pero estas misiones son extremadamente arriesgadas y suelen salir carísimas en términos de soldados muertos. ¿O acaso hubo intervención humanitaria en Ruanda o en Darfur? No la hubo porque los riesgos que entrañaban eran directamente inasumibles.
Los dilemas múltiples que Trump se encuentra en Siria son los mismos que enfrentó Obama en su momento. Tal vez por eso mismo se abstuvo de intervenir. Trump, aunque solo fuese por articular una política exterior diferente, podría hacer lo contrario. Pero antes tendría que responderse una serie de cuestiones.
La primera es por qué interviene: ¿para detener la matanza o para espantar a los rusos? La segunda es qué piensa hacer el día después de pacificado el país: ¿estaría dispuesto a partirlo y a afrontar las consecuencias de la partición? Y, la tercera, si las cosas se ponen feas como sucedió en Irak: ¿va a sostener la apuesta o saldrá volando de ahí como en el 93 hizo Clinton en Somalia?
No es un asunto fácil, de ahí que todos, empezando por la Casa Blanca, lo estén dejando correr con la esperanza puesta en que se termine arreglando solo. Y lo hará, solo es cuestión de seguir contando muertos.
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