La aparición de los sobres explosivos ha causado sorpresa en la opinión pública. No es algo común, ciertamente. Ni qué decir tiene que es inquietante, tanto que las autoridades y los servicios de seguridad se han puesto en alerta para investigar su origen. De momento, según ha trascendido, los sobres son iguales en todos los casos y las direcciones han sido escritas por la misma mano. Los ingenios explosivos no son particularmente sofisticados y todo eso sumado lleva a considerar, con toda la prudencia aconsejable, que la persona o personas responsables carecen de la sofisticación necesaria. Es decir, no son profesionales. Tampoco parece que la metodología empleada sea lo que diríamos muy fina, puesto que todos, a excepción del de la embajada ucraniana, han sido detectados oportunamente sin que hayan causado ninguna desgracia, gracias a Dios.
A partir de este hecho, y como siempre que se producen tales sucesos, hay que preguntarse Cui Bono, quién se beneficia
A tenor de lo expuesto al escribidor le surgen muchas preguntas. Demasiadas. Hemos visto en anteriores ocasiones como el envío de balas, de navajas y demás objetos amenazantes han sido muy jaleados política y mediáticamente en su momento para luego, tras ese fugaz esplendor, desaparecer en las tinieblas de la nada. Muchos los han considerado meros actos propagandísticos de falsa bandera. Sin entrar en si lo fueron o no, la verdad es que todavía no sabemos qué o quién estaba detrás de ellos. A partir de este hecho, y como siempre que se producen tales sucesos, hay que preguntarse Cui Bono, quién se beneficia. En las clases que se imparten en Tel Aviv para miembros del Mossad o del Sin Beth se insiste siempre en dudar de la autoría de un atentado hasta que no se reivindique o conozca con seguridad quién lo instiga. Decía mi admirado general don Emilio Alonso Manglano ante cualquier duda “profundice”. Hay, pues, que profundizar mucho más en este turbio asunto.
¿Quién ha enviado esos sobres? Nadie los ha reivindicado, nadie ha dicho “sí, los hemos puesto nosotros”. No existe ninguna reivindicación tras ellos. Podrían ser cosa de Rusia por el tipo de destinatarios pero eso, insistimos, se trata tan solo de una hipótesis de trabajo más en el momento de escribir este artículo.
Entonces, ¿a qué obedecen esas cartas explosivas? ¿Por qué se ha tardado seis días en dar a conocer a la opinión pública que a Sánchez le enviaron una? Son interrogantes que deben ser explicados de manera clara porque, si no se hace público lo sucedido – sin perjudicar a la marcha de la investigación, por supuesto – la gente puede pensar que estamos asistiendo a un montaje. Y eso es algo que no queremos ni imaginar, porque estamos en alerta cuatro antiterrorista, que no se le olvida a nadie. Y, por desgracia, tenemos la triste experiencia de los tiempos en los que ETA enviaba potentes explosivos disimulados en cartas o en cajas de puros con la intención criminal de asesinar a inocentes. No juguemos con según qué cosas, porque los sobres vayan ustedes a saber quién los ha preparado, pero los montajes los carga el diablo.
A las balas y navajitas misteriosas me remito.
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