Vivimos tiempos convulsos, donde las cosas no son lo que aparentan. El trasfondo es mucho más complejo, lleno de aristas, todas ellas fruto de nuestras incongruencias; pero, además, el escenario es profundamente cínico, dirigido por la mano del Joker. Hay una realidad insoslayable, la superclase no pretende ceder ni un ápice del poder, renta y riqueza acumulada en las tres últimas décadas. Y mucho menos tras la pandemia. Nos la van a intentar volver a meter doblada, otra vez, bien entrado el verano, que es cuando se decidirán a dar el paso. Reclamarán el enésimo sacrificio, a modo de ritual maya, a la ciudadanía. Y para ello hay que intentar romper el actual Gobierno de coalición, no vaya a ser que a última hora les dé por oponerse a la austeridad. Aunque, esto último, bajo la barita ortodoxa de Nadia Calviño, guardiana de la quintaesencia, lo dudo.
Todo se reduce a algo muy básico, ¡es el mercado, amigos! Eso sí, previo enésimo intento de extraer o de mamar de las rentas del Estado; esta vez intentando capturar una gran porción de los fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que, en principio, deberían estar destinados a un cambio de modelo productivo, más ecológico, digital y vertebrado social y geográficamente. El objetivo de los mismos debería ser dotar de recursos que permitan alcanzar esas metas, aumentando la competitividad y el mercado, especialmente, de nuestras pymes. Pero, pelillos a la mar, la austeridad es compatible con financiar a los de siempre, by the face, a cambio de nada. Deberemos estar muy atentos.
Estos recortes, y venimos avisando desde hace meses, colocarían gratuitamente la carga financiera sobre los hombros más débiles y nos someterían a otro ciclo de austeridad destructiva en el futuro
El objetivo por lo tanto, es claro: persuadir de nuevo al público de la necesidad de austeridad una vez de que la crisis disminuya. Las propuestas incluirán la transferencia de los costes de la covid-19 a los pensionistas y a los trabajadores, vía devaluación salarial y retraso de los aumentos del salario mínimo. Estos recortes, y venimos avisando de ello hace meses, colocarían gratuitamente la carga financiera sobre los hombros más débiles y nos someterían a otro ciclo de austeridad destructiva en el futuro. Por eso hay que deshacer el Gobierno, por tierra, mar y aire, lo que haga falta, aprovechando todas las excusas que se presenten. Las voluntad popular se la pasan por el forro.
¿Democracia plena?
España y la mayoría de las democracias occidentales no son ejemplo ya de casi nada. Son totalitarismos invertidos, donde las grandes corporaciones hacen y deshacen a su antojo. Intentan, con el control de los medios de comunicación, lo de siempre, alentar la desmovilización cívica, condicionar al electorado a entusiasmarse por períodos breves, controlando su lapso de atención y promoviendo luego la distracción o la apatía. Para ello intentarán, como detalla Sheldon Wolin, mantener un sistema legal que sea obediente y represivo. Obviamente fomentarán, de nuevo, un sistema de partidos en el que un partido, esté en el Gobierno o en la oposición, se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, mientras que dejan a los ciudadanos más pobres con una sensación de impotencia y desesperación política. Ya están en ello.
Este esquema, a su vez, Wolin dixit, “es fomentado por unos medios de comunicación cada vez más concentrados y aduladores; por una máquina de propaganda institucionalizada a través de grupos de reflexión y fundaciones conservadoras generosamente financiadas, por la cooperación cada vez más estrecha entre la policía y los organismos nacionales encargados de hacer cumplir la ley, dirigido a la identificación de disidentes internos…”. ¿Nos suena?
La reinvención de la democracia
Y en esta encrucijada, ¿qué va a hacer la socialdemocracia? ¿Qué va a hacer finalmente en nuestro país el PSOE? Recientemente, Stephanie Mudge, en un brillante artículo, 'Moraleja para la reinvención socialdemócrata', traducido al español para la revista bimensual Política Exterior, analizaba la actual situación de la socialdemocracia. El pragmatismo frente a la ideología, el realismo frente al idealismo fueron las consignas de una “tercera vía” que al final se tradujo en una abstención creciente en la izquierda y una socialdemocracia debilitada.
El mercado se convirtió a mediados de los 90 en la entidad más poderosa de la política democrática occidental, y esta evolución ha resultado más sorprendente y peligrosa en el ámbito de la socialdemocracia. Primero el SPD alemán, después el SAP sueco, pasando por el PSOE español, o el PSF de la segunda etapa de Francios Mitterand, todos ellos precursores de una tercera vía que alcanzó la apoteosis con el laborismo de Tony Blair y los demócratas de Bill Clinton. Según este nuevo catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo pueden satisfacerse ahora en la medida en que se sometan a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debe darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta. Obviamente, y así lo asumieron, el mercado no podía garantizar el pleno empleo, la justicia distributiva o la protección del medio ambiente.
Como señala al final del artículo la propia Mudge, desde la adopción de la tercera vía, los economistas transnacionales prescriben por los mercados, los especialistas dictan las cosas que “funcionan”, y los estrategas promueven las “cosas que ganan”. Ninguno de ellos, sin embargo, hablan de las personas. Pero, además de ineficientes, acaban siendo distópicos. Por eso, ante el actual escenario, mi pregunta es clara, ¿qué va a hacer la socialdemocracia? ¿Dejar que todo se guíe por las fuerzas del mercado, como el ministro Ábalos pretende hacer con el tema de la vivienda?, ¿o serán capaces de reinventar su tradición ante la crisis actual?
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