El actual socialismo español en el poder, dadas las muchas razones políticas y datos que se han venido publicando en esta columna, es un proyecto de imposible encaje en Europa por su inadaptación a unas básicas reglas de juego económicas e institucionales. Sus epígonos griegos, franceses e italianos han desaparecido de la escena por las mismas razones que muchas especies biológicas a lo largo de la historia: su inadaptación a los tiempos que les tocaron vivir.
El socialismo original que devino en comunismo marxista, fracasó porque en el ámbito económico su pretensión de cálculo económico centralizado de la economía resultaba absolutamente inviable, según demostró en 1932 Ludwig Von Mises con su magistral e imperecedero ensayo Socialismo. Más tarde, en 1944, Karl Popper en su libro La miseria del historicismo demolería para siempre la filosofía política historicista de Marx. El entierro casi definitivo del comunismo tardaría en llegar con la caída del Muro de Berlín, dejando atrás ruinas humanas y económicas sin fin. Dicho lo cual, todavía en Cuba, Corea del Norte, etc se siguen cultivando semejantes miserias y en España cerca de un 10% de votantes siguen simpatizando con ellas.
En Europa, pronto se generaría un movimiento socialista integrado en el Estado de Derecho y la democracia liberal, que trataría de conducir sus aspiraciones igualitarias por la senda política civilizada, hasta el punto de consolidar con el paso del tiempo extraordinarios logros, magistralmente descritos por Gabriel Tortella en su imprescindible libro Capitalismo y Revolución (2017), en el que sostiene la tesis de que la socialdemocracia ha muerto de éxito, al haber llegado lo más lejos que podía llegar en sus ambiciones políticas. La crisis de Suecia de los años 90 del pasado siglo marcó el límite del socialismo posible, cuya superación veremos que es tan digna de estudio como ignorada en España.
En España, a diferencia de los países más serios de Europa, el socialismo fue siempre revolucionario, prosoviético y por tanto inadaptado a la “democracia burguesa” según la despreciativa frase del argot socialista. Este posicionamiento político radical hizo fracasar, junto con los anarquistas, los nacionalistas, las juntas militares y los intelectuales de la época –que trataban de dar lecciones de su ignorancia– la monarquía parlamentaria que aún funcionando tan bien como las del norte de Europa, sucumbió para dar lugar a la 2ª República.
Con la llegada de Felipe González al liderazgo del PSOE, el socialismo español normalizó su relación con la democracia liberal
El fracaso republicano surgió de la inadaptación de los partidos de izquierdas a la democracia, que consideraban –no así en el resto de Europa- propiedad exclusiva de ellos, en ningún caso de los demás partidos. Con la llegada de Felipe González al liderazgo del PSOE, el abandono del marxismo y su clara conversión en un partido socialdemócrata de corte europeo, el socialismo español normalizó su relación con la democracia liberal.
Siguiendo la senda –descrita por Tortella– de otras socialdemocracias, el socialismo cuando gobernó en España aumentó desmesuradamente los impuestos, aún más el gasto público, consecuentemente la deuda pública y sobre todo el desempleo. El crecimiento económico se vio frenado por tales políticas -ya iniciadas por el socialdemócrata Suárez- y aunque la renta per cápita volvió a crecer, al final del último mandato de González se había agotado el modelo socialdemócrata. Con disciplina presupuestaria y políticas más liberales, Aznar impulsó el crecimiento económico y la convergencia con la UE, generó superávit fiscales, redujo la deuda pública y propició una disminución del desempleo nunca experimentada en democracia.
Con Zapatero se volvió a los vicios socialistas -poner las carretas de los derechos delante de los bueyes de su financiación–, la economía solo decreció, nos alejamos de Europa en renta per cápita, el desempleo se disparó junto con los déficits fiscales y nuestro país –para nuestra vergüenza, no la del sonriente Zapatero- fue intervenido por “los hombres de negro”. El modelo económico socialista había llegado a su fin.
Rajoy con políticas socialdemócratas más responsables, logró adecentar las cuentas públicas, crear empleo a un -insólito- ritmo superior al crecimiento de la economía y estabilizar la enorme deuda pública que le legó Zapatero.
Sánchez con sus socios anti-sistema regresó a las andadas: decrecimiento económico, divergencia con la UE, la mayor deuda pública desde la guerra de Cuba y un liderazgo en desempleo que más que duplica el europeo. Si España no estuviera protegida por su pertenencia al Euro, habría suspendido pagos como un estado fallido tipo Argentina y su crisis superaría a la de Suecia de los pasados años noventa.
Ante las circunstancias descritas, cualquier nuevo gobierno mínimamente responsable deberá aprender y copiar las sensatas reformas suecas para regresar del socialismo imposible de Sánchez a una socialdemocracia llevadera.
Las recetas de la necesaria metamorfosis, que al estilo sueco son imprescindibles para recuperar España del desastre socialista, nos las ofrece un consumado experto en la materia, Mauricio Rojas, en su ensayo España y Suecia: crisis similares, respuestas divergentes (2015):
- Estructura del Estado: Cierre del proceso de disgregación competencial y establecimiento de una división clara y definitiva de atribuciones entre el Estado, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos, garantizando los mismos derechos y obligaciones en cualquier lugar de la Nación.
- Estabilidad fiscal: Eliminación del déficit fiscal, reducción de la deuda pública y disminución de la carga tributaria. Reestructuración de los impuestos, con rebajas de los relativos al trabajo y al emprendimiento -la inversión- y aumento del IVA.
- Servicios públicos: Aumento del poder ciudadano para efectivizar el gasto público. El acceso al Estado de Bienestar se debe garantizar desde la libertad de elección ciudadana de la provisión pública o privada de los servicios, comenzando por la habilitación de vales o vouchers del bienestar en la educación, la sanidad, etc.
- Estatus de los funcionarios: Salvo en casos contados -defensa, seguridad, justicia,..- los funcionarios no deben tener mayores derechos que los demás trabajadores; así, cuando la competencia público privada -en educación, sanidad, etc..– favorezca, como en Suecia, a las entidades privadas a costa de las públicas los empleados públicos sobrantes podrán ocuparse en el sector privado.
- Educación: Puesto que España gasta más en educación que países como Finlandia o Corea del Sur con resultados muy superiores, hay que reconvertir el modelo actual para suprimir su endogamia y desfuncionalizar la educación, estableciendo: la plena libertad de elección del centro educativo mediante el “cheque escolar”, libre competencia público-privada, certificación y control de calidad independiente de su gestión y regulación nacional de normas comunes básicas.
- Mercado laboral: El excepcionalmente elevado desempleo español se corresponde con: dualidad derechos laborales, asimetría entre la escasísima representación de los sindicatos -sin apenas afiliados– y la muy amplia cobertura de su poder negociador -lo contrario que en Suecia-, rigidez salarial, salario mínimo y altos costes de despido -inexistentes en Suecia- y prestaciones incondicionadas -caso único- al desempleo que desincentiva la búsqueda de trabajo.
Entre 1870 y 1970, Suecia lideró el crecimiento económico y se situó entre los cinco países con mayor renta per cápita del mundo, con pleno empleo, limitada presión fiscal y equilibrio presupuestario. Llegaron los socialistas al poder y desde entonces decayó el crecimiento económico, aumentó el desempleo, subieron los impuestos, también el déficit fiscal y la inflación. Ese imposible socialismo generó a medidos de los años noventa del pasado siglo una crisis existencial del modelo, hasta el punto de hacerse popular una frase periodística: Suecia se había convertido en “el único país bananero que no producía bananas”. La socialdemocracia había dado al traste, en solo un cuarto de siglo, los logros del país durante el siglo previo.
Tras las reformas liberales antes señaladas, Suecia está volviendo a sus mejores tiempos –aún sin recuperar su liderazgo en renta per cápita– y es un ejemplo a seguir por España, antes de que sea demasiado tarde. Ante la recalcitrante actitud del Gobierno frente a la siniestra realidad de los datos ya citados, solo nos queda esperar a que antes de caer en el precipicio, un nuevo gobierno se haga responsable de llevar a cabo, cuando menos, la media docena de imprescindibles reformas que harían posible regresar del actual socialismo imposible a una cierta socialdemocracia viable.
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