Opinión

Una sociedad en Babia

Es preciso un marco laboral libre de ataduras corporativas tercermundistas y libre entrada-salida de los mercados sin restricciones

Según el Diccionario de la RAE, estar en babia significa «estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata». Narcotizada por las recientes crisis económicas, las de los partidos políticos, los desafíos nacionalistas, el feminismo igualitario, el verde horizonte energético, ahora la guerra de Ucrania y tantas otras excusas, la sociedad española se está olvidando de las “cosas de comer” y en todo caso confundiéndolas con “manás” provenientes del Estado de Bienestar y la Unión Europea en forma de préstamos sin coste –de momento- y donaciones a fondo perdido, camino de un Estado fallido al final del trayecto.

En Babia llevan casi un siglo habitando los argentinos, y así les va: haciendo durante décadas lo que el socialismo patrio del siglo XXI viene haciendo aquí desde que gobierna, el marco institucional argentino se ha ido degradando, y con él su economía. En el siguiente cuadro puede observarse la evolución entre 1960-2020 de la renta per cápita, expresión incuestionable del progreso económico y social de las naciones, de cuatro países de dimensiones similares: Australia, España, Corea del Sur y Argentina

Fuente: Banco Mundial

Lo más llamativo a señalar puede resumirse así:

  • Australia, Corea y España, hasta la crisis financiera de 2008, siguieron trayectorias de crecimientos elevados y sostenidos, mientras Argentina acumulaba y consolidaba crecientes retrasos con todos ellos.
  • Desde 2008, España se despega de Australia y Corea y con la excepción del periodo de Rajoy, tanto Zapatero como Sánchez convierten a España en una nueva Argentina secularmente estancada.
  • Si en el periodo 2008-2020 España hubiese proseguido con la tasa anual de crecimiento previa a Zapatero -3,11%- la renta per cápita Española sería un 56% superior a la actual. Y con la tasa anual de crecimiento -más modesta- de Corea (2,3%) del periodo 2008-2020, nuestra renta per cápita sería un 42% superior.

Cabe añadir que la trayectoria de nuestra convergencia con la UE registra, como es natural, resultados equivalentes: tras medio siglo de convergencia en renta per cápita, con los gobiernos socialistas del siglo XXI España no ha hecho sino alejarse año tras año de la media, -un acumulado 15,18%-, consolidándonos cada vez más como la Argentina europea.

¿Qué hay detrás de este pertinaz regreso al pasado? La razón estructural más profunda está asociada con los factores determinantes de la creación de riqueza: la tasa de empleo y el nivel de productividad del trabajo, ambos tercermundistas. Como ponen de manifiesto los datos de la Organización Internacional del Trabajo:

  • Con Holanda a la cabeza, con una tasa de empleo del 64,2%, seguida de Suiza, Australia, Corea, Canadá, Japón, Reino Unido, Alemania y Suecia; los países más ricos no bajan del 60%.
  • España con un 49%, dista diez puntos de aquellos; mientras que las medias de “Europa del norte” (59,3%), el “mundo rico” (56,4%) e incluso la media mundial –con abundancia de países subdesarrollados– (55,4%) también nos superan.
  • En lo que llevamos de siglo, el multifactor de productividad –el contendido tecnológico de los puestos de trabajo- tuvo un insólito crecimiento negativo en entre 2001-2014, para recuperarse mínimamente después..
  • Como los salarios reales solo pueden subir si lo hace la productividad -aunque el Gobierno no quiera saberlo- la renta per cápita tampoco puede crecer.

¿Alguien ha escuchado a la ministra de Trabajo, a la de Economía o al presidente del Gobierno hablar alguna vez de estas cosas? Tácitamente sí, pero para llevar a cabo lo contario de lo que habría que hacer para remediar los citados desastres.

Piensan que la obligación de buscar trabajo mientras se cobra un subsidio de desempleo típica de los países ricos –porque tienen pocos parados- es una fórmula calvinista y ultraliberal

Así el Gobierno y sus sindicatos consideran, por ejemplo, que la rica Holanda -campeón mundial en tasa de empleo- es un país despreciable por su elevada tasa de empleo precario, ya que casi la mitad de sus puestos de trabajo son allí a tiempo parcial. Dan por sentado también, que la obligación de buscar trabajo mientras se cobra un subsidio de desempleo típica de los países ricos –porque tienen pocos parados- es una fórmula calvinista y ultraliberal impropia de nuestra carpetovetónica cultura. Subir el salario mínimo hasta alcanzar un porcentaje de la renta per cápita superior al de todos los países con mayores tasas de empleo que España, para de este modo evitar que la nuestra pueda aumentar, es un gesto típicamente peronista coherente con nuestro –antes citado- fatal destino.

La perniciosa mezcla del legado franquista -protección sin libertad- con una legislación “democrática” –libertad sin responsabilidad- ha generado un marco de relaciones laborales incompatibles con altas tasas de empleo, lo que nos encamina a un relativo subdesarrollo económico liderado, como todos los datos ponen de manifiesto, por el socialismo español del siglo XXI.

Si al menos los pocos españoles que trabajan tuvieran un elevado nivel de productividad, se podría paliar - en parte- nuestra decadencia económica. Como es bien sabido, el nivel de productividad del trabajo está asociado a dos variables: la formación profesional de los trabajadores y la dotación tecnológica del puesto de trabajo.

La formación profesional está necesariamente asociada al nivel educativo, un anatema para los progresistas, cada vez más hostiles a la disciplina, el esfuerzo, la autoridad del maestro, la jerarquía del saber, los exámenes y todo cuanto ha contribuido siempre a la excelencia de las personas y las naciones. Por si acaso no fuera suficiente con el desprecio de los citados valores civilizadores, los libros de texto de la enseñanza secundaria están repletos de barbaridades marxistas en contra de la economía de mercado y la empresa.

Sectores protegidos

Por último, sin herramientas tecnológicas de última generación y una permanente innovación del quehacer productivo la competencia en mercados abiertos se hace imposible. La parte de nuestra actividad económica abierta a la competencia interior y sobre todo exterior sobrevive con éxito –como demuestran nuestras exportaciones- gracias al elevado nivel de competitividad de sus empresas. Sin embargo, los sectores protegidos de la competencia por convenios sectoriales y otras prebendas políticas, el capitalismo de amiguetes y muchas actividades profesionales –justamente los que acaban de apoyar al gobierno en su contrarreforma laboral– disfrutan de un statu quo, que beneficia -gracias a la “acción colectiva” de sus lobbies– a unos pocos a costa de la inmensa mayoría social.

La respuesta a los descritos desatinos institucionales y económicos de España tiene un solo nombre: Libertad. Un marco laboral libre de ataduras corporativas tercermundistas y libre entrada-salida de los mercados sin restricciones al desempeño de la función empresarial.

¿Regresará a tiempo de sus vacaciones en Babia la sociedad civil española para hacerse cargo -en las urnas- de nuestra cada vez mas evidente deriva económica e institucional camino de la Antártida del progreso?

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