Opinión

La sociedad civil como contrapeso

En una sociedad enferma de paternalismo, los jóvenes de S'ha Acabat es una especie de oasis en medio del desierto

El sábado me invitaron como ponente al acto de presentación de S'ha Acabat en Madrid. Muchos incurrimos frecuentemente en el error de caricaturizar a nuestros jóvenes como una generación de niñatos irresponsables y alelados. Pero los organizadores del acto, un grupo de universitarios, no encajan en absoluto con este estereotipo. En ellos encontré genuina preocupación no sólo por la situación política catalana, sino por algo tan fundamental y, a la vez, tan vilipendiado como son la crisis de nuestra democracia y la ruptura de la convivencia.

Su eslogan era “Madrid por el constitucionalismo”, un auténtico soplo de aire fresco entre tanta pancarta efectista y hueca. Porque, a pesar de su juventud, los miembros de S’ha Acabat son conscientes de la importancia de nuestra Constitución, no sólo en su condición de norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico, sino también como símbolo de garantía de nuestros derechos y libertades. Éstos nos pertenecen a nosotros como individuos y no al Estado, que no es su propietario, sino garante. En una sociedad enferma de paternalismo esta asociación es una especie de oasis en medio del desierto.

Frente a quienes quieren hacer de la Constitución una herramienta arrojadiza identitaria para así legitimar sus reivindicaciones nacionalistas e independentistas, los miembros de S’ha Acabat tienen claro que el texto del 78 es, ante todo, la consagración del principio de legalidad. Es el sometimiento de todos, poderes públicos y ciudadanos, al imperio de la ley. Es la que nos protege de las decisiones arbitrarias. Es derechos humanos y libertades fundamentales. En definitiva, es civilización y convivencia. Y no hace falta que yo les cuente que éste y no otro es el verdadero motivo por el que molesta al independentismo: porque es un freno a sus ansias hegemónicas.

Desigualdad y división

Pese a esto, está calando el peligroso mensaje de que la ley no es más que un instrumento al servicio del político de turno, que puede incumplirse o soslayarse en nombre de un fingido “mandato democrático”. Pero el sometimiento a la ley, tanto en su vertiente sustantiva como en la procedimental, es la máxima expresión de la igualdad. Que nadie les engañe: quienes recurren a la voluntad popular o a las bondades del diálogo para esquivar la ley, para escapar del actual marco legal usando la puerta de atrás, no están honrando la democracia, sino promoviendo la desigualdad y la división.

Cuando el poder olvida algo tan básico como que la ley no está para servir ni a sus demandas electoralistas ni a sus ansias identitaristas, sino para articular el respeto y la efectividad de nuestros derechos y libertades, es cuando más se aprecia la importancia de movimientos como el de S’ha Acabat. Porque ponen el acento en la importancia de la sociedad civil como contrapeso. Porque nos recuerdan la importancia de que los ciudadanos permanezcamos vigilantes.

En la reunión del sábado insistieron en que su mayor preocupación es que el empacho de procés nos lleve a abandonar el fuerte y a dejarlos solos para defenderse del asedio de los nacionalistas, ahora encima legitimados por el gobierno de España. No seré yo, desde luego. Que cuenten conmigo hasta el final.

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