Bueno, pues en el verano fabricaron y difundieron una nueva etiqueta: sociedad civil. Dicen que la oficina de propaganda del acting President, que a este paso va a ser acting de por vida, se las sabe todas en la creación de eslóganes. Desde que se ha admitido, casi sin excepción, que el lenguaje crea la realidad, una especie de renovado nominalismo marca el devenir de este tiempo. Eso ya lo sabe, y lo padece, todo el mundo, con ese prestigio tenaz de eufemismos, neologismos y circunloquios con que tapar la incomodidad de la palabra vieja, tan poco connotativa.
También en España se progresa adecuadamente, y el primero el gobierno. Aquel Zapatero, nunca suficientemente denostado, hizo mucho por imponer a su alrededor ―un alrededor que llegaba a todo el país― la manipulación nominal de las cosas. Este Sánchez, y casi con él la recua entera del espectro político, no le va a la zaga. Uno está con los tiempos. Este Sánchez, en realidad, es todo él un nombre, una etiqueta.
El hombre/etiqueta no dice frases que expliquen un pensamiento, sino que se limita a hablar con consignas y cartelitos. Uno de los últimos, y mira que ya casi se ha pasado, ha sido sociedad civil. El sintagma se las trae, porque ya en sí mismo es un pleonasmo, con que empezamos bien. El adjetivo civil aplicado a sociedad cumple una función de epíteto, como decir nieve blanca, hierba verde y esas cosas literarias. Un derroche tonto. Pero a la oficina presidencial de propaganda, con un Iván Redondo a la cabeza, le pareció un hallazgo. Se decía que el presidente Sánchez tenía que tomar el pulso a la sociedad civil para montar un programa de gobierno que proponer al partido Podemos y, a su través, a la sociedad votante. Porque, ahora vamos cayendo, la sociedad civil de Sánchez no es la sociedad votante, aunque pueda parecerlo. En la sociedad votante hay mucho indeseable que no es sociedad civil ni de lejos. Y ser sociedad civil te da derecho a un pensamiento, una sonrisa angulosa, una mirada del gran dirigente.
Por eso el sintagma de marras no nace inocente. En el pleonasmo lleva su marca discriminatoria: el presidente se reúne con la sociedad civil, con los buenos, porque lo que no cubre la locución es sociedad no civil, es decir, todos aquellos que no me quieren. Cuando a un término totalizador se le pone un adjetivo se crea de inmediato una exclusión a través de un matiz trampa.
El periodismo, de suyo perezoso, está alcanzando cotas de desidia extrema con este nuevo mundo conectado
Ese civil no es humo de pajas, por tanto, sino una forma de señalar que el presidente quiere oír a los suyos y que, por tanto, gobernará para los suyos, para esa parte de la sociedad que lo merece. Las audiencias presidenciales, entonces, son actos de discriminación, de exclusión social, que al tiempo sirven de advertencia y admonición a la izquierda montaraz: si queréis estar conmigo, tranquis y a obedecer, como los demás; si no, arrasaré con todos en nuevas elecciones, cuando la sociedad civil se haya hecho ya mayoritaria.
La fábrica de etiquetas está a pleno rendimiento, y esta que nos ocupa ha sido la reina del verano. El presidente la ha puesto en práctica sin que se sepa muy bien cómo ni nadie lo haya explicado de alguna manera. Las audiencias con una claque misteriosa se han sucedido por diferentes sitios, como si los miembros de esa sociedad civil formasen una suerte de logia capaz de mostrar las necesidades de un país entero.
La cosa se ha ido celebrando, pues, medio en secreto, sin que apenas nadie se haya ocupado de indagar qué se hacía ahí. Y los periodistas los que menos. El periodismo, de suyo perezoso, está alcanzando cotas de desidia extrema con este nuevo mundo conectado. A nadie le interesa ir en persona a ver qué pasa, porque ya habrá alguien de por allí que nos teclee alguna frase que poner luego en un titular. Así pasaba, de hecho, con las reuniones a dos bandas de mister President. Los medios se han limitado a reproducir, medio bostezando, que estaba haciendo reuniones por España para tomar el pulso de la sociedad civil.
Una metáfora ridícula
Y casi nadie, ni de la civil ni de la incivil, se preguntaba por la naturaleza de esas reuniones, por el significado concreto de esa metáfora ridícula de tomar el pulso a un ente abstracto. No se preocupaba la gente, que andaba en los hoteles, como para preocuparse los periodistas, que bastante tienen con leer las redes sociales para ver qué hay que poner.
Al final, claro, la etiqueta ha sido un exitazo: todos sabemos ya que Sánchez no ha perdido el tiempo, que se ha pasado el verano (más allá de los votos, a quién le importan los votos) consultando a la gente, que ha conocido de primera mano lo que la gente necesita y que, coño, podemitas, ¿cómo no vais a apoyar gratis a quien ya sabe de memoria cómo gobernar este país? Definitivamente habéis perdido el contacto con la realidad. La próxima vez me suplicaréis una portería.
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