Opinión

Dos sociedades diferentes en una misma urna

No es un día cualquiera en Cataluña. A pesar de que la gente acude a su trabajo, los atascos son los de siempre y el paisaje de cualquier jornada laboral

No es un día cualquiera en Cataluña. A pesar de que la gente acude a su trabajo, los atascos son los de siempre y el paisaje de cualquier jornada laboral sea tan cotidiano como siempre, en el aire se palpa una sensación distinta. Los catalanes han sido convocados a votar en unas elecciones en las que dos modelos opuestos de sociedad se enfrentan en las urnas.

Los amarillos versus los naranjas

Nueve de la mañana. Colegio electoral situado en el mismo ayuntamiento barcelonés. La gente acude a votar calmadamente, sin grandes aglomeraciones. Son personas mayores, acaso porque estas duermen poco y tienden a madrugar más que el resto de sus vecinos. Los interventores burbujean alrededor de mesas, papeletas, se miran los unos a los otros con desconfianza. Los partidarios de la independencia ponen caras terribles, con gestos de “si os pasáis un pelo os vais a enterar”; los interventores de Ciudadanos los miran severamente con un gesto que viene a decir lo mismo.

La gente, bastante ajena a ese duelo de miradas terribles, va a lo suyo y vota. Algunas personas llevan carros de la compra o la bolsa del pan. Una señora de edad provecta me dice que ha votado en todas las elecciones desde el advenimiento de la democracia, pero que estas son para ella muy especiales. Sin preguntarle qué ha votado, porque me parecería una grosería, la simpática abuelita – me dice que tiene doce nietos, lo que ya es tener – no oculta su satisfacción. “Mire, así es como se solucionan los problemas entre personas de bien. Votando con todas las de la ley y luego, lo que salga tenemos que aceptarlo todos porque ¿sabe?, lo contrario sería volver a unas épocas que no me gustaban nada”. Después de eso se despide porque tiene prisa. Ha quedado para ir a la peluquera de su escalera, una vecina de rellano ya jubilada, que la peina por pura simpatía. Esa señora, cargada de años, de nietecillos y de canas, me ha parecido que representaba lo que de mejor tiene Cataluña, encarnando ese Seny del que tan escasos andamos.

Avanza la mañana y acuden jóvenes que votan por primera vez. Miran decididos las papeletas y eligen a pelo, sin esconderse, incluso haciendo gala de su opción. Algunos, incluso se hacen fotos en la puerta del colegio electoral con la papeleta. Cosas de estos tiempos de redes sociales. Hay un aire de rebeldía en su actitud. Unos cuantos votan partidos independentistas, otros, en blanco, los hay quienes incluso votan al PACMA, pero los que depositan su voto y su confianza en partidos constitucionalistas se muestran orgullosos de ello. “Hemos salido del armario”, me dice un chaval que desea ser ingeniero de telecomunicaciones. “Hasta ahora me han llamado de todo, que si facha, que si unionista, que si botifler, pero a mi me da igual. No van a hacerme callar”. Le digo si se ha enterado que a Inés Arrimadas la han insultado cuando iba a votar y me dice que sí, que es debido a esas cosas por las que desea que en Cataluña se abra una nueva etapa. Este muchacho llegará, fijo. Tiene las ideas claras.

“Mi hermano y yo llevamos casi un año sin dirigirnos la palabra”, me confiesa un interventor de Ciudadanos con infinita tristeza. A su lado, una chica de Esquerra tercia diciendo que rompió con su novio por el proceso

Me doy una vuelta por otros colegios electorales de Barcelona: Barrio Gótico, Raval, Derecha de l’Eixample, Gracia, Sant Andreu. En todos se reproduce más o menos la misma imagen de tranquilidad y de esperanza. Unos la mantienen porque desean que la secesión se consolide, aunque cuando les preguntas no saben muy bien qué razones darte, si exceptuamos las sentimentales; los que desean que este proceso se acabe argumentan más y mejor: quieren que la ruina económica se frene y que vuelva la convivencia a los hogares. “Mi hermano y yo llevamos casi un año sin dirigirnos la palabra”, me confiesa un interventor de Ciudadanos con infinita tristeza. A su lado, una chica de Esquerra tercia diciendo que rompió con su novio por el proceso. “Era un españolista”. Pero ¿lo querías?, le pregunto y la muchacha – casi un crío, veinte años tiene - se rompe. “Claro que sí. Quina merda de política”, suspira. Los dejo discutiendo amigablemente. Uno querría pensar que, a lo mejor, estos dos acaban saliendo juntos esta noche y se enrollan. Sería lo mejor para este país. Dejar los odios a un lado y buscar lo que tenemos en común.

Mientras tanto, algunos interventores de Esquerra han empezado a encontrarle pegas a todo. Esto no ha hecho más que comenzar.

¿Y si tomásemos un café?

En un pueblecito de la comarca del Berguedà se produce un enfrentamiento verbal entre interventores de la secesión y los constitucionalistas. La cosa se queda en una simple escaramuza verbal al mediar entre ambos un señor maduro, que había sido profesor de ambos en el instituto local. Los amonesta diciéndoles si no les da vergüenza discutirse de esa manera. Los chicos bajan la cabeza avergonzados y se dan la mano, un si es no es intimidados por la presencia de su antiguo maestro.

En Gerona capital más de lo mismo. Es la misma gente que acude a votar la que intenta poner paz entre los que han confundido estas elecciones con la batalla del Ebro. Los interventores de Esquerra tienen instrucciones muy concretas, dicen. Ayer ya se supo cuales eran y no parece que estén dentro de lo que entendemos como juego limpio. Pero una cosa es lo que digan las direcciones de los partidos y otra muy distinta la de tener que aplicar esa mano de hierro con tus amigos, tus familiares, tus vecinos, tus compañeros de trabajo. Algunos se escudan detrás de excusas tales como “Es que a mí me han dicho en el partido que lo haga así” o “Bueno, no es que esté de acuerdo con la consigna de armar follón, pero claro, con lo que está pasando no nos queda otra”. ¿Qué maldad, que veneno se les ha suministrado a toda esa ingente masa de catalanes para que acepten la consigna de reventarlo todo antes que perder? En Sarriá, uno de los barrios altos de Barcelona, se intenta esconder las papeletas de Ciudadanos. “Del PP no, que a esos no los votará nadie”. Se enmienda la cosa, naturalmente, pero la tensión crece. Los presidentes de mesa, piensen como piensen, han de mantenerse imparciales, pero uno de ellos grita “Soy partidario de la independencia, pero es un escándalo que hagáis estas cosas, collons”.

"Hasta tal extremo nos ha llevado el delirio de unos cuantos. Hermanos que no se hablan, parejas que rompen aun queriéndose, dirigentes democráticos siendo increpados por la calle, y mientras, los dirigentes frotándose las manos

Al final, todo queda en nada. Las bofetadas vendrán en el recuento, murmura un apoderado del PP. Así es. Todos los partidos son muy conscientes de que la cosa puede ir de un voto para lograr ese escaño anhelado que incline la balanza de un lado o del otro y van a pelear como lobo para que caiga del de su partido. Las espadas están en lo alto y ninguna formación política va a dejar que las otras le pisen el poncho.

Hasta tal extremo nos ha llevado el delirio de unos cuantos. Hermanos que no se hablan, parejas que rompen aun queriéndose, dirigentes democráticos siendo increpados por la calle, y mientras, los dirigentes frotándose las manos, a ver si una vez más la gente de la calle les resuelven la papeleta que ellos mismos se han encargado de ensuciar con sus mensajes demagógicos.

Es ya media tarde y faltan pocas horas para que salgamos de una vez por todas de dudas. En un colegio del Eixample barcelonés, una interventora propone invitar a café a sus adversarios políticos. Los demás aceptan y se van turnando para salir a fumarse un pitillo a la puerta del local y beberse un café de máquina que, aunque no tenga muy buena pinta, podría muy bien representar ese espíritu de convivencia que tanto hemos echado en falta los catalanes en los últimos tiempos.

Le digo a un señor de los Comuns, que sorbía su cortado mientras aspiraba con fruición el humo de su Winston, que la Constitución Española se redactó a base de tomar mucho café y fumar cajetillas y cajetillas de cigarrillos. Lo ignoraba. Me voy de allí con la esperanza de que, si tomásemos más café hablando como hacíamos antes y fumándonos, el que fume, un pitillo, a lo mejor, este país tendría posibilidades de arreglo.

A las pruebas de este colegio electoral me remito.

Miquel Giménez

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