Opinión

Sociovergencia, nunca más

El objetivo es claro: que socialistas y nacionalistas se vuelvan a repartir el poder pacíficamente, para que el establishment pueda seguir haciendo negocios en Cataluña

Se conoce como “sociovergencia” al pacto de facto entre el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) y Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) por el que ambos partidos se repartieron durante décadas el poder en la región. Mientras los nacionalistas ocupaban la Generalitat, los socialistas gobernaban las grandes ciudades y diputaciones. Ambas organizaciones colocaron a miles de militantes, repartieron obras, concesiones, ayudas… y crearon extensas redes de corrupción para beneficio partidista y personal.

Los medios de comunicación editados en Cataluña mantuvieron siempre una relación de complicidad con la sociovergencia a cambio de subvenciones y publicidad institucional. Lo mismo puede decirse de patronales, sindicatos y de todo el establishment. El catalanismo era la ideología que legitimaba ese statu quo; quienes se atrevían a cuestionarlo eran condenados al ostracismo por “anticatalanes”.

La pax sociovergente se rompió con la formación del Govern tripartito entre PSC, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) e Iniciativa per Catalunya. CDC interpretó que se le había arrebatado una Generalitat que le pertenecía por derecho. “¡Ustedes tienen un problema, y ese problema se llama 3%!”. Cuando Pasqual Maragall le lanzó esa acusación a Artur Mas en el Parlament, en febrero de 2005, un escalofrío recorrió el espinazo de la Cataluña bienpensante. Se había roto el pacto de silencio sobre el que se había desarrollado la política catalana hasta entonces.

El viejo partido de los menestrales comenzaba a amenazar el liderazgo de los convergentes en el campo nacionalista. La espiral de radicalización se había puesto en marcha

CDC interpretó la reforma del Estatut promovida por el Tripartito como lo que era: un ataque que amenazaba su supervivencia. Y reaccionó de forma furibunda, virando hacia el soberanismo. Mientras tanto, ERC aprovechaba su presencia en el Govern para infiltrarse en toda la sociedad y aumentar su influencia. El viejo partido de los menestrales comenzaba a amenazar el liderazgo de los convergentes en el campo nacionalista. La espiral de radicalización se había puesto en marcha.

El “procés” debe interpretarse como la continuación lógica de aquellos “locos años del Tripartit”, etapa en la que los equilibrios de poder se rompieron y los discursos se radicalizaron. Durante sus primeros años, el establishment le siguió el juego a Artur Mas, creyendo que todo acabaría en un nuevo pacto con el Gobierno español. A medida que las consecuencias negativas del procés se hacían evidentes, muchos de ellos comenzaron a reclamar una vuelta a la vieja normalidad. Habiéndose transformado CDC en un movimiento populista freak, le tocaba a ERC convertirse en la nueva pareja de baile de los socialistas, el nuevo nacionalismo pragmático e institucionalizado.

El ascenso al poder de Pedro Sánchez les ha abierto el cielo a los partidarios de la nueva sociovergencia, que han aplaudido con las orejas la “mesa de diálogo”, los indultos y todas las medidas de “pacificación”. El objetivo es claro: que socialistas y nacionalistas se vuelvan a repartir el poder pacíficamente, para que el establishment pueda seguir haciendo negocios en una Cataluña cerrada a la competencia interior y exterior.

Cientos de miles de catalanes nos negamos a ser ciudadanos de segunda, despreciados por las administraciones que sostenemos con nuestros impuestos

Para que el proyecto de vuelta a la sociovergencia tenga éxito, hacen falta dos cosas. Por una parte, que los nacionalistas renuncien a la independencia formal y se conformen con una confederalización de España, sellada por un Tribunal Constitucional hecho a medida y por un simulacro de “consulta”. Y por otra, que los constitucionalistas volvamos a la resignación, abstención y desmovilización de donde salimos en 2017. Casi todos los editoriales y las encuestas que publican los grandes medios de comunicación editados en Cataluña deben ser leídos en esa clave.

Pero ni las traiciones del PSOE, ni la cobardía de PP, ni los errores mortales de Ciudadanos han acabado con el sueño de una Cataluña liberal y plural, leal y solidaria con el resto de España. Cientos de miles de catalanes nos negamos a ser ciudadanos de segunda, despreciados por las administraciones que sostenemos con nuestros impuestos, desconectados del resto de los españoles, silenciados por los medios de comunicación, y pastoreados por los partidos, patronales y sindicatos de un régimen clientelar. Por eso hemos creado Valents: porque no queremos más procés, pero tampoco queremos volver a la sociovergencia.

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