La semana pasada les contaba mi perplejidad ante el hecho de que se celebre el Día de la mujer trabajadora. ¿Quién quiere trabajar? Si te pagan por hacer algo es que tiene truco la cosa. A mí nadie me paga por ir de copas, de excursión o por remolonear en la cama un miércoles a las doce de la mañana. Pues bien, algún ofendidito salió a reclamar: que si mi columna apestaba a clasismo, que si debía madurar de una vez y ponerme a trabajar, etc. Me quedé desconcertada: ¿acaso se creen que estoy escribiendo estas líneas porque me llenan de felicidad, de orgullo y satisfacción? No, señores, me pagan por hacerlo. Algún narcisista habrá que incluso ofrecería dinero a Vozpópuli para que le publicaran sus ocurrencias, hay gente pa’ tó. Sobre todo gente a la que le sobra el dinero, entiendo. Supongo que los indignados con mi columna se regodean exultantes cada domingo por la tarde: ¡mañana por fin es lunes! Quizá su reacción tuvo que ver con que yo hablaba de la liberación de la mujer (de la liberación de trabajar, se entiende). Si eres mujer y no trabajas, estás oprimida. Ahora bien, si eres hombre y por lo que sea no necesitas trabajar eres el no va más, la envidia del barrio, un fiera que entra partiendo la pana, invitando a la peña, invitando a cañas y a la hija del dueño la tiene loca, loquita, loca.
No pretendo con esto hacer un alegato feminista, más bien lo contrario: de nuevo, y como decía la semana pasada, el feminismo nos ha timado a las mujeres. Aunque las feministas a sueldo se lo están montando de lujo con el chiringo, ese mérito no podemos negárselo. Han sabido, nada más y nada menos, que refutar el principio de no contradicción aristotélico: ¡chúpate esa, filósofo machista! La misma cosa será A cuando me apetezca que sea A, y B cuando yo diga B. Y no estoy pensando ahora mismo en los cambios de sexo, ni siquiera en que todos los hombres sean violadores a no ser que sean Menas, que entonces lo que necesitan es educación, cariño y mucho amor. No, es más sencillo que todo eso.
Qué poco feminista que el siguiente en la línea de sucesión hubiera de ser un golfo cierra bares como Froilán, otro violador hasta que se demuestre lo contrario
Les pondré un ejemplo real. Real en el sentido más literal de la expresión: la Familia Real. Hay mucho cachondeo ahora con la posibilidad de que la Infanta Elena cambie de sexo y el futuro rey sea Froilán. ¿Sería esto feminista o machista? ¡Las dos cosas! Según interese a la hermenéutica del feminismo gubernamental. Es feminista que la Infanta Elena tenga derecho a reivindicarse como hombre, aunque eso convertiría automáticamente a la Don Eleno en un violador en potencia, Pam dixit. Y qué poco feminista que el siguiente en la línea de sucesión hubiera de ser un golfo cierra bares como Froilán, otro violador hasta que se demuestre lo contrario. Por no hablar de lo horriblemente patriarcal que resultaría verle desfilar de uniforme por la academia de Tierra, de la Armada y la del Aire, como hará en breve su prima, la princesa Leonor. Princesa por culpa de una ley machista y patriarcal que convirtió en rey a su padre por el mero hecho de ser hombre (y aquí sí se cumple lo del “por el mero hecho de ser mujer/hombre).
Pero todo esto no importa, porque queda muy cuqui y empoderante que el futuro Jefe de las Fuerzas Armadas, capitán general del Ejército de Tierra, de la Armada y del Ejército del Aire y del Espacio sea una Jefa, una jefaza, una capitana como la copa de un pino. La violencia es esencialmente machista y patriarcal, pero si la controla una mujer ya no tanto. Por eso la ministra de Defensa es Margarita Robles, por no olvidar cómo se les cayó la baba a muchos cuando nombraron a Carmen Chacón para este cargo, la primera de su sexo y, además, embarazada de siete meses. El mismo motivo por el que los nombres con más papeletas para asumir la próxima secretaría general de la OTAN son femeninos. Porque la guerra está mal, no habría guerras si no hubiera hombres. Ahora bien, si hay que ir se va, pero que sea mujer. El “sólo la puntita” del feminismo pacifista. ¿No me digan que no son unas fueras de serie a la hora de salirse con la suya? Yo, sin embargo, me quedo con mi punto de vista inicial: prefiero ser rica y no tener que trabajar, ni guerrear, ni ser CEO, o ministra. Y si eso les disgusta, no se preocupen: tomen cinco euros y cómprense una vida que tenga asuntos propios que atender.
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