Si el consejero delegado de una empresa, que tiene la oportunidad de crecer a través de la fusión con otra más pequeña y a la que debería controlar, se niega a hacerlo y cambia el rumbo de la compañía y obtiene después peores resultados, ¿qué pasaría con él? Piensen en Pedro Sánchez.
Si el director general de una corporación presenta por tercera vez menos beneficios, siendo así que los últimos son menos de la mitad que los de hace tres años; si ese mismo ejecutivo que poco a poco va arruinando a la sociedad que gobierna ha aprovecha para cambiar un pisito de Vallecas por un chalet con jardín y piscina en Galapagar, ¿qué pasaría con él? Piensen en Pablo Iglesias.
Y si el máximo responsable de una corporación, capaz de levantar un imperio de la nada hasta el punto de que podría haber sido el número dos de la compañía líder, hubiera unido su empresa a la que daba mayores beneficios y no lo hizo, y ahora se encuentra a punto de desaparecer, cerca de la insignificancia y la insolvencia política, ¿qué pasaría con él? Piensen en Albert Rivera.
Y si un modesto empresario, con negocio en su provincia y poco más, con buena imagen y mejor labia, se ve aupado por arribistas que lo ensalzan y voceros y tertulianos que lo consideran la gran esperanza de la izquierda. Si deja la empresa local y la convierte en nacional, pero sin oficinas ni personal, sin estrategia, y sin que la marca se conozca, y tras esto fracasa hasta llegar al ridículo, ¿qué pasaría con él? Piensen en Íñigo Errejón.
Dejo intencionadamente a Pablo Casado, que ya hundió su empresa el 28 de abril y quedó a salvo porque llegaron nuevas elecciones que no le dejaron tiempo para la dimisión. Justo es decir que ha enderezado el rumbo. Y dejo a Santiago Abascal, un producto basado en la emoción y los sentimientos, y del que no conocemos nada que no sea su verbo duro, oportunista y bravucón: ¿qué política económica propone, y qué sanitaria, infraestructuras, relaciones internacionales? Nadie lo sabe. Lo dejo ahí porque, aun con todas esas carencias, va a ser la gran sorpresa por obra y gracia de Pedro Sánchez, el cadáver de Franco y la impericia del Gobierno a la hora de gestionar la crisis de Cataluña.
Posiblemente no hubiera hecho falta semejante exordio para llegar a la conclusión de que la política permite lo que la vida normal niega a cualquier ciudadano. El fracaso en la política tiene un rostro menos transcendente y permisivo, inane muchas veces. Y también la ruina, y la vergüenza. Hasta el verbo dimitir, tan absoluto e inequívoco, significa aquí otra cosa: salir, pero ahora no; dejarlo, pero más tarde; marcharse, pero que no me olviden. Me voy pero te juro que mañana volveré, que decía la canción.
Los expertos aseguran que el debate que vimos anoche explica varias cosas. La primera da idea de la salud y el pulso democrático de esta Nación, dicho sea esto último con permiso de Adriana Lastra. Un debate a cinco, sólo uno, y todo hombres, que ha valido para que las cosas se queden igual. No fueron a ganar, fueron a no perder. La faena fue en términos taurinos aseada, larga y tediosa. El respetable sabía que iba a ser así. Lo sabe cuando los toros están elegidos y la faena escrita. Y además, como decía el añorado Joaquín Vidal, anoche olían a linimento Sloan a un kilómetro. O sea, afeitados.
Difícil creer que alguien tras el debate cambiara el sentido de su voto o se sintiera impelido a votar si antes estaba en la abstención. Por eso no me sorprendió que la Academia de Televisión que lo organizó tuviera la osadía de proponer un debate sin preguntas. Para qué, si a fin de cuentas se cumple aquello que una vez me dijo Fraga: pregunte lo que quiera que yo responderé lo que me parezca.
Ya no pido a los políticos que no nos engañen, que parece que de eso va la política en España. Sólo que nos consideren, que piensen que tenemos criterio propio
No dijeron lo que van a hacer. Nunca lo dicen. Les da miedo la verdad. Ni ellos saben de lo que son capaces a partir del lunes que viene. Las frases tajantes terminan todas en el cubo de la basura. Si gana el PSOE, que es lo que parece, sólo hay dos posibilidades. La primera que se eche en manos de los separatistas. Ha sido presidente con sus votos, y ya ha probado esa miel. Volver a serlo con el apoyo de un partido cuyo líder está en la cárcel y sentenciado por delincuente, malversador y sedicioso, y de otro que está huido de la justicia debe de “entusiasmar” mucho a quien vota Sánchez porque si no, no se puede entender. La otra opción es la llamada abstención patriótica del PP que permita acuerdos puntuales escritos en un papel. Ya sé que esto es dejar engordando a Podemos por la izquierda y a Vox por la derecha. Pero no le den más vueltas, no hay más cera que la que arde o Junqueras volverá a recordarnos, para escarnio de todos, que fue él, Puigdemont y los del PNV y los de Bildu los que hicieron presidente a Sánchez. Ayer ERC y JxCat participaron en las protestas contra el Rey. ¿Puede el PSOE -su parte más sensata y posibilista-, volver a las andadas?
Con aromas de una histórica frase de Alfredo Pérez Rubalcaba deberíamos decir que merecemos unos políticos que nos tomen en serio, que dejen de tomarnos el pelo. Ya no pido que no nos engañen, que parece que de eso va la política en España. Sólo que nos consideren, que piensen que tenemos criterio propio, o que nuestro criterio es precisamente no tenerlo después de tantas elecciones fallidas.
La única opción
Si no es usted un convencido, si le sucede como a mí que a seis días de las elecciones no sabe qué va a hacer, considere está posibilidad: votaré a aquel partido que me trate con más respeto y consideración. El que me mienta menos y mejor, que ya es pedir poco, oigan.
Y digo que votaré porque eso es lo que haré una vez más, aunque sea como se vota en España, con una pinza de la ropa en la nariz. Peor que quedarse en casa es no votar. Me gustaría creer que voy a dar el voto a alguien que tiene claro que por encima de su partido, las siglas, su biografía y futuro personal está el interés general de millones de españoles. Me gustaría creer que es posible. Dice Platón que de noche, especialmente, es hermoso creer en la luz. No puedo explicarlo mejor. Pero el ánimo es bajo y la confianza escasa. Ninguna en realidad.
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