Reportaje emitido por TV en Septiembre:
Presentadora monísima en escenario virtual urbano explicando, con tono desenfadado, el fenómeno de los “micropisos”; debido al aumento de precios, los pisos que la peña se puede permitir son cada vez más pequeños.
Aparecen después imágenes con marca de agua de un conocido portal inmobiliario, a cuál más agobiante, con cocinas donde no cabes de pie y neveras encima de lavadoras, mientras una voz en offcomenta: “Vivir en un piso de 30 m2 cuadrados sin ventilación, todo esto por 1.000 euros”.
A continuación, transeúntes random a los cuales se les ha ofrecido visionar estas imágenes, dan su opinión a cámara:
-Vergonzoso… increíble… así está la juventud. Pobrecitos míos -dice con voz de fumadora una señora madura pero moderna, con gorra y gafas de sol, destilando indignación.
-La juventud, con lo que gana, no puede pagar ni el piso. Es un abuso -dice otra todavía más madura pero presumida (tinte capilar rojizo, boca perfilada en granate, y pañuelo cubriendo cuello), que aprieta los labios al final en plan “fatal todo”.
Aparecen más imágenes desde la calle, de ventanas enrejadas y pequeñas, a tiro de pis de can, que se supone iluminan los micropisos, y luego un atractivo comercial del gremio inmobiliario intentando normalizar estos cuchitriles, dando datos: “35-40 m2, justo por encima de lo mínimo que se considera habitable”.
Volvemos a los transeúntes opinadores y sale un señor de unos cuarenta, con gorra azul y barba rubia tipo Abraham Lincoln pero en corto, conmocionado y sentenciando:
-Esto es un abuso; esto es demencial; esto no puede ser. Un ser humano no puede vivir así.
Y después una pareja joven mirando la tablet con las imágenes, haciendo conjeturas sobre la entrada al garito y deduciendo que es un sótano porque “las fotos se ven con luz artificial”.
Finaliza el desasosegante reportaje con una imagen de página principal de la típica web de búsqueda de pisos, con la voz en off diciendo que “los expertos aseguran que el problema pasa por la alta demanda y la baja oferta del mercado inmobiliario”.
Hete aquí que esto último (alta demanda y baja oferta) se ha visto agravado por las políticas económicas jispersonianas y el encarecimiento de las hipotecas, haciendo que el alquiler deje de ser una opción y pase “a ser casi obligatorio para el 50% de quien aspira a acceder a una vivienda” (El Mundo).
Si a este escenario añadimos la Ley de Vivienda que aprobó el goaverno en abril, que es intervencionista (regula precios de alquiler), desprotege al propietario frente al impago, y facilita la okupación, se produce un cuadro clínico en el que los propietarios de viviendas en alquiler las retiran del mercado, y al reducirse el stock, se van de madre los precios; lo que en lenguaje de titular preocupante sería: “La oferta de alquiler cae un 30,57% y el precio sube un 9,2% gracias a la Ley de Vivienda de PSOE y Podemos según datos de la FAI” (La Gaceta 20231023).
Esos escaldados propietarios buscan entonces nuevas maneras de rentabilizar sus inmuebles y se entregan por ejemplo al alquiler temporal, que usa fórmulas como la del proindiviso, y que se ha disparado un 40% desde la aprobación del bodrio legal.
El coliving puro es más glamuroso que lo de trocear el alquiler por estancias; porque puedes tener cocina en tu habitáculo, gimnasio y/o piscina común para ponerte cachas, club social para salsear con los vecinos, pet spa para esponjar al caniche
Llevada esta solución al mundo de los anglicismos, aparece, dentro del conjunto biensonante y variopinto del Flex Living, el concepto de coliving, que viene siendo la manera cool de describir lo de “alquilar una habitación” y que representa la solución extrema para jóvenes susceptibles de emanciparse pero tiesos, (3 de cada 4 jóvenes de 30 años en España no pueden hacerlo), que reciben sutiles mensajes paternos tipo “Andresito, vete pensando en pirarte; ya está bien de chupar del bote”.
Cabe matizar que el coliving puro es más glamuroso que lo de trocear el alquiler por estancias; porque puedes tener cocina en tu habitáculo, gimnasio y/o piscina común para ponerte cachas, club social para salsear con los vecinos, pet spa para esponjar al caniche, y salas para hacer coworking, networking y todo los “ings” que hace esa gente que vive sin horario y que trabaja en vaqueros y con portátil.
Trasladémonos ahora, sin anestesia, de esta visión utópica con jóvenes españoles imitando la vida de Silicon Valley, a tres momentos recientes y a unas promesas políticas que llevan implícita la desvergüenza de arrastrar cuatro años en el poder sin haber mejorado un ápice “las cosas de las viviendas de las personas felices que viven las gentes” como diría Yolandaperón:
- El de la firma del pacto Soe-Sumar, donde los firmantes se comprometieron a la ampliación del parque de vivienda pública hasta alcanzar el 20 % del total; promesa que queda super bien, pero completamente inalcanzable según varios expertos inmobiliarios: "teniendo en cuenta que actualmente solo representa un 2% del parque total, me parece un sueño" y "deberían pasar, como mínimo, dos décadas”, declaran dos de ellos en El Independiente (20231026).
- El del debate de investidura, con Jisperson diciendo que “aumentaremos el bono para el alquiler; crearemos una línea de avales que les permitirá cubrir hasta el 20 % de la hipoteca; y acometeremos la habilitación de las 183.000 viviendas públicas para alquiler asequible”.
- Y la entrega de la nueva cartera ministerial de Vivienda a la futura ejecutora de todos estos orgasmos habitacionales, que es Doñaisabel Rodríguez, sonriente manchega de fisionomía suave y vestir monocromático, que pasó en dos días de verse de patitas en la calle a abrazar un maletín negro en plan koala.
Habría que: liberar más suelo; aumentar la colaboración público-privada; agilizar y digitalizar los papeleos; promover un clima jurídico y fiscal menos hostil para el propietario, e ir a saco contra el okupa
Para evitar que lo de alquilar habitaciones degenere en alquilar trozos de habitación (con situaciones como: “a mí me da por favor la parte con ventana, por las vistas al patio, que la vecina tiene un lejos y yo necesidad” o “he de subirle el alquiler por roncar. El coinquilino de cama dice que no pega ojo”), habría que: liberar más suelo; aumentar la colaboración público-privada; agilizar y digitalizar los papeleos; promover un clima jurídico y fiscal menos hostil para el propietario, e ir a saco contra el okupa; que hay abuelitas sacándose la licencia de armas (denunciar la imposibilidad de custodiarlas podría acelerar el desalojo), y tampoco es plan.
Doñaisabel y su pierrotiana cabeza tienen tres obstáculos (uno legal, otro técnico, y el otro muy peliagudo) para tener éxito en el ministrar:
1-Que la Ley de Vivienda es infumable y entra en conflicto con muchas de las soluciones anteriormente propuestas y habría que reformarla como tuvo que hacerse con la del SíEsSí.
2-Que muchas competencias en materia de vivienda recaen sobre las comunidades y los ayuntamientos, que contentuelos con el goaverno no andan.
3-Y que una persona que, como hizo ella el día anterior a la investidura, proclama públicamente (sin antes aclarar que lo hace bajo los efectos de sustancias que anulan la voluntad y el discernimiento), que Jisperson “ha demostrado que cumple su palabra” provoca, cuanto menos, desconfianza moral e intelectual. Esta condición de júligan confesa de un tío zulo-friendly, perdonador de delitos, y que recibe felicitaciones de bestias pardas internacionales, incapacitan a cualquiera para analizar situaciones de manera objetiva y elegir por tanto soluciones eficaces.
España, con este goaverno, está abocada al madriguerismo.
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