Opinión

La sombra de Hitchcock vuela sobre Feijóo

Por un instante, Hichtcock sobrevoló el palacio de la Carrera de San Jerónimo. La sombra de la traición se encarnó en la persona de un diputado ignoto, llamado Sancho, como el rey asesinado por Bellido Dolfos, quien se

  • Investidura de Alberto Núñez Feijóo -

Por un instante, Hichtcock sobrevoló el palacio de la Carrera de San Jerónimo. La sombra de la traición se encarnó en la persona de un diputado ignoto, llamado Sancho, como el rey asesinado por Bellido Dolfos, quien se refugió en las murallas de Zamora luego de colarse por el llamado 'Portillo de la traición', ahora tan visitado. El monarca acuchillado fue Sancho II y este culiparlante socialista, atontado o despistado, es un tal Herminio Rufino Sancho Íñiguez, tres legislaturas asentadito en su escaño y 25 años como alcalde de Mezquita de Jarque (Teruel). Votó que 'sí' y tembló el misterio. Unos segundos de descomunal desconcierto. No hubo tránsfuga pero sí un sobresalto en el tedioso Hemiciclo porque las filas del progreso bermellón parece que no las tienen todas consigo. A estas alturas ya no se fían ni de los sanchos ni de los bellidos.

Como estaba previsto, Núñez Feijóo falló en el primer intento y habrá que esperar al viernes por ver si la mayoría simple le sonríe. Nada está cantado, murmuraban, muy de mañana, algunos recelosos socialistas en la cafetería del Congreso. Quizás se les apareció la cara de Page en sueños, o el espectro de algún tamayazo. O recordaban, como un indigesto regüeldo, la intervención Marta Lois, la portavoz de Sumar, cuya sola presencia en el oratorio parece presagiar catástrofes.

El caso es que las apuestas sobre nuevas elecciones subían en estas horas en la cotización de la M30 de la Cámara, dada la inquietud con que se manifiestan algunos semovientes de la cofradía de Patxi y Cerdán

Circula la especie de que Sánchez ha mudado el gesto desde la intervención del secretario general del PCE, un tipo que huele a checa y mete miedo. O será que no le sosiegan los mensajes expedidos desde Waterloo. El caso es que las apuestas sobre nuevas elecciones subían en estas horas en la cotización de la M30 de la Cámara, dada la inquietud con que se manifiestan algunos semovientes de la cofradía de Patxi y Cerdán.

A la espera de la resolución al mínimo enigma, el postulante a la presidencia se dio un soberano gustazo en el cierre de la ronda de los debates. Crecido como estaba tras su briosa desenvoltura en su debut de la víspera -aplaudido con pasión por su bancada y escocidos sin disimulo en las filas rivales- decidió dedicarse al regocijo, a pasárselo bien, a repartir mandobles, collejas y algún que otro pescozón. Ya quedó dicho que el gallego es temible cuando se enfada. Aitor fue la víctima propiciatoria elegida. No se sabe si por venganza del pasado o como apuesta de futuro.

El portavoz del PNV no está en forma. Sobrado de kilos y escaso de reflejos, desfondado, irascible, parece siempre a punto de mandar definitivamente a paseo a alguien. No está cómodo en su actual papel del mascarón de proa de una formación que se hunde, que el 23-J perdió cien mil votos y un escaño, y que está a dos minutos de que Bildu le arrebate el cetro regional en los comicios de Semana Santa. Esa es la herida que Feijóo se empeñó en rebosar de vinagre. Esa es la grieta por la que arrojó sus crueles asertos, sus perfidias y maldades. Quizás fue la bofetada que Rajoy no pudo devolverles tras su jugarreta en la moción de censura. O, sencillamente, se trataba de hacerles pagar las trampillas de estas jornadas de negociaciones inverosímiles.

"Tienen la ballena en la piscina", insistía Aitor, inhábil para los símiles metafóricos y redundante en el fatigado reproche. Olvidaba que un señor con su inabarcable cintura no debe mencionar a determinado cetáceo

"¿Quieren seguir siendo el kleenex de Sánchez?", preguntó mansamente al diputado vasco, quien acababa de sentenciar, desbordado de esa impostada fatuidad de los de Bilbao que nacieron mismamente en Bilbao, que "usted habrá ganado, pero no ha llegado". Antes le había restregado el 'afán de confrontación' por el acto multitudinario del PP el pasado domingo, o la cantinela inevitable sobre las relaciones non sanctas con Vox. "Tienen la ballena en la piscina", insistía Aitor, inhábil para los símiles metafóricos y redundante en el fatigado reproche. Olvidaba que un señor con su inabarcable cintura no debe mencionar jamás a determinado cetáceo.

El candidato, que optó por unir a Bildu y PNV en su respuesta, como había hecho con ERC y Junts la jornada anterior, decidió situar a los herederos de Sabino Arana frente al incómodo espejo de sus contradicciones. Se hartó de repetir que Bildu y PNV no son lo mismo, no vienen de lo mismo, no defienden lo mismo, no postulan lo mismo, pero votan lo mismo. ¿Qué piensa el votante moderado del PNV con que siempre respalden lo mismo que Bildu? Diseñó, con malévolo ingenio, el retrato de estos nacionalistas menguantes, entregados fervorosamente a los designios de Sánchez, sometidos a su dictado, a sus antojos, a sus exigencias, en espera de alguna propina, una dádiva que no llega. El peneuve es una especie de dama cornuda que suspira por un enamorado que la maltrata porque ya ha elegido a otra, la concubina de los terroristas. Insistió el líder de la derecha en que cuánto mejor no le iría a la grey de Ortuzar con un gobierno del PP. Le iría mucho mejor a los empresarios, a la industria, a los emprendedores, a los creadores de riqueza en el País Vasco... "¿Es preferible pactar con un Gobierno del PP que con un magma de veinte partidos en el que ustedes tan sólo son un satélite más?"

Feijóo dejó varias sentencias en el hediondo perchero de Mertxe Aizpurua. "Habla de derechos humanos quien ha sido condenada por apología del terrorismo"

Ahora se cumplen 2.513 años de la batalla de Maratón, había apuntado Aitor en el arranque de su cháchara. Una indirecta a la banda de Bildu, estos advenedizos, a la que calificó de 'herramienta de la mentira' y otras lindezas. La pulcritud en las formas en el seno la familia secesionista vasca ha saltado por los aires. Huelen las urnas y los cuchillos vuelan bajo. Feijóo dejó varias sentencias en el hediondo perchero de Mertxe Aizpurua. "Habla de derechos humanos quien ha sido condenada por apología del terrorismo". "Nada tengo que escuchar de Bildu hasta que no pida perdón a las víctimas y colabore con la Justicia en la resolución de 300 asesinatos pendientes". "¿Tienen que estar agradecidos a Bildu quienes se quedaron sin padres o sin hermanos por culpa de aquellos a los que organizan festejos de bienvenida? "Bildu es el único partido en España al que habría que tenderle un cordón sanitario".

Y una para Sánchez, que seguía apagado, mustio, mudito, como niño sin merienda o sindicalista sin paguita: "Hay que tener mucho cuajo para pactar con quienes no condenan el asesinato de sus compañeros de partido". Y la sentencia final: "Yo respeto al PNV; a Bildu, no". Un requiebro a la dama burlada por el sanchismo de cara a lo que pueda venir. Una carantoña a la mujer engañada por si se arrepiente y cambia de pareja. Un cariñito a ese votante vasco que quizás mire más por sus intereses que por esas fábulas horripilantes sobre Vox que prodigan los medios orgánicos del régimen y las cacatúas del territorio euskaldún.

Feijóo ha reforzado su imagen, ha consolidado su liderazgo, ha dejado a Sánchez en evidencia y, salvo sorpresas mayores a cargo de Puigdemont o de algún parlamentario tontales, está a punto de convertirse oficialmente en el jefe de filas de la oposición. Cuatro años sin tocar poder para el hombre acostumbrado al mando se antoja un lapso agotador, casi intransitable. Una larguísima maratón. Salvo que la legislatura se abrevie o sobrevenga algún cimbronazo económico procedente de Bruselas.

La jornada concluyó con la predecible votación (172 a favor de la investidura frente a 178) sobre la que Feijóo, luego de aseverar que 'nos hemos retratado todos, unos con la palabra, otros con su silencio', dejó en el aire una frasecilla juguetona: "Puedo salir presidente, o no. Lo veremos". El espíritu de Hitchcock no tendrá más remedio que pasarse el viernes por el Hemiciclo. Algún Sancho podría pifiarla.

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