Tendemos de manera peligrosa a achacar todo lo malo que nos sucede a otros. De pequeño, si el televisor rudimentario que mis padres habían adquirido a base de letras y más letras se estropeaba lo más común era soltar una frase lapidaria: “Es cosa de ellos”. El aparato seguía sin funcionar, pero parecía que sobre el armatoste, la mesa camilla, el bufé y la Santa Cena que atiborraban el minúsculo comedor de mi infantil hogar se instalaba un seráfico y placentero sentimiento de paz.
La conversación siguiente, más o menos siempre igual, era de pan y moja que es salsa de melón. Claro, si es que todo lo estropean. Así van las cosas. Y espere, al paso que vamos no sé dónde iremos a parar. Ya me gustaría verlos a ellos bregando con los precios, que para qué le voy a contar como están los precios, y no me diga que no es una vergüenza. Bueno, pero seguro que a ellos es trae sin cuidado. ¡Anda y que no viven bien!
Intrigado ante tantas acusaciones, servidor se colaba de rondón en tan sesudo intercambio de opiniones y preguntaba con infantil ingenuidad ¿Pero quiénes son ellos? Indefectiblemente, algún adulto respondía enigmático, como dándome la contraseña para asistir a un areópago de conspiradores, que quiénes iban va a ser, pues “ellos”. La cosa acababa por zanjarse cuando se me enviaba a mi cuarto a jugar, leer o dibujar. Así salí, un ser huraño de escasísimo sentido gregario.
De mayor, es un hablar, he llegado a una conclusión. En ese “ellos” se encerraba todo el sentimiento de queja, de acusación, de enfado con algo totalmente incontrolable. Porque, aunque no se especificaba quienes eran, se sabía implícitamente que tenían que ser los que mandaban, los de arriba, esos que vemos circular en comitivas oficiales como muestra “Bienvenido Mr. Marshall”. El concepto no ha pasado de moda. Seguimos creyendo que todo nos viene dado de manera providencial y que el mundo se mueve por impulsos misteriosos de los que apenas tenemos conocimiento. Es una idea tan útil para dormir razonablemente por las noches como antaño lo era que, una vez muerto, irías al cielo si te arrepentías in extremis. Añado que también es una manera estupenda para desentenderse de nuestra propia responsabilidad como individuos. Para no tener que asumir la cobardía que disfrazamos de fatalidad, de mandatos más allá de nuestro control.
En ese “ellos” se encerraba todo el sentimiento de queja, de acusación, de enfado con algo totalmente incontrolable
No se entiende de otra manera que vivamos un momento histórico tan convulso en España sin que la gente reaccione y muestre su disconformidad con el gobierno y sus aliados. Un simple detalle: muy poca gente reconoce que votó a Sánchez o a Podemos; de los lazis no comento, porque son un secta basada en el odio, la ceguera y el nulo razonar, así que sus votantes están encantados de decirlo a cualquier hora del día o de la noche.
En cambio, es notable que exista no poca gente que se sienta avergonzada de lo que ha producido su voto, que es de lo poquito que nos deja el estado en materia de poder intervenir en las cosas. Pero como somos lo que somos, y la culpa la tienen siempre “ellos”, decimos con aire digno y asnal en cualquier tertulia que es un escándalo lo que está pasando y que el gobierno no tiene vergüenza. Claro, son “ellos”, como también lo son los responsables de la postración que padece la nación en todos los órdenes o de las chuscas ideas que a diario emanan de Moncloa. Como son “ellos”, no hay más que decir.
Todo menos asumir que si “ellos” están mandando es porque “nosotros” los pusimos ahí con nuestra papeleta, y conste que no me incluyo. Sería tanto como reconocer que nos hemos equivocado alzando a personajes como Sánchez, Colau, la banda podemita y otras hierbas a la cúspide del poder político. Insisto, somos como somos, un país con escasísima capacidad autocrítica en el que la envidia es el pan nuestro de cada día – Borges escribió que incluso para decir que algo era estupendo lo adjetivábamos de envidiable – y la culpa, en suma, siempre la tendrán “ellos”. Así nos va a nosotros, de mal, y así les va a “ellos”, de bien. Hasta que no tomemos conciencia de nuestra responsabilidad política y cívica como individuos, “ellos” seguirán en el machito. ¿Es posible? No lo sé. Leo a Cayetana y pienso que sí. Leo a Rajoy y pienso que no.
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