El 25 de octubre pasado, apenas un par de días antes de que el pleno del Senado aprobara la aplicación del artículo 155 en Cataluña, pedí desde estas páginas a la entonces todopoderosa vicepresidenta del Gobierno que dimitiera y se fuera a su casa de una vez. Obviamente no me hizo caso, como debe ser, por más que la ocasión lo mereciera. La doña, en efecto, había quedado desautorizara por el propio Mariano Rajoy después de que, esa misma semana, siguiera descartando la aplicación del famoso artículo y abogando por nuevas elecciones autonómicas catalanas. “Y bien, Soraya, Sorayita, has perdido el apoyo del presidente, has hecho el ridículo en Cataluña, no cuentas con respaldo alguno en el PP… ¿A qué estás esperando para irte a casa?”. Arreglar lo de Cataluña, casi nada, era el encargo de una vida, el trabajo que justifica una carrera, la gestión que, culminada con éxito, asegura una cita en los libros de historia de un país. Fracasó rotundamente. Porque ella sólo sabe torear de salón, jamás reñir batalla en campo abierto. Le falta raza, carece de instinto, le sobra soberbia. Lo más que logró fue aquella foto para la infamia en la que un ogro grandote le masajea la espalda con fruición, ominoso metemano que la doña parece aceptar complacida.
La mujer que ha dispuesto de mayor poder en la historia reciente de España no ha sido capaz de trasladar, transformar ese poder en algún beneficio tangible para el país que le dio todo. Ella era la fontanera del cansino Mariano, su ama de llaves, su confesora; la factótum que resolvía la intendencia e impedía que la maquinaria del Estado colapsara en el frenesí de su amo por la siesta. Siempre desde la sombra. Trabajadora. Lista. Menos inteligente de lo que cree. A ella nunca le alcanzaron las piedras que durante años llovieron inclementes sobre el tejado de zinc de un partido que había renunciado a cualquier cosa que pudiera llamarse ideología, para ponerse al servicio de la gestión de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Sin ideología. Sin valores. El desnudo poder por el poder. Ella aceptó encantada ese poder gregario, pero antes se blindó a conciencia. Jamás una mancha, la mierda de una paloma volandera cayendo en su solapa. Protegida hasta los dientes. Blindada por una muralla de silencio dentro de Moncloa, y por el foso de los leones que fuera componían los acuerdos secretos alcanzados con todos los grandes de la comunicación. Jamás su nombre en un escándalo de los muchos amasados por el PP. El amigo Cebrián le cubría el flanco de la izquierda (bien que se lo cobró el rico progre); el amigo Casals hacía lo propio en la vertiente de derechas. ¡Y puente levadizo arriba!
En el terrible desgaste de un Gobierno vampirizado por la indolencia de su presidente, la señora vicepresidenta ha salido con su imagen limpia como los chorros del oro, como el rayo de luz a través del cristal, como el yo pasaba por aquí y a mí que me registren, como si la situación de una España hoy en manos de los enemigos de España no tuviera nada que ver con ella, con él, con ellos, con un partido que pudo hacerlo casi todo y terminó haciendo casi nada. Sorprende que esta mujer que se tomaba sus apariciones públicas de los viernes como si de un ejercicio de oposiciones se tratara, todo aprendido de memoria, tuviera la osadía de presentarse a primarias, tan ligada como estaba al desastre Mariano, tan consciente como por fuerza tenía que ser del escaso cariño que despertaba en el partido, de su nulo anclaje con las bases populares. Sorprende sobre todo después del espectáculo para la historia –novela negra de la más negra historia de la derecha española- que supuso la tarde del jueves 31 de mayo, moción de censura en el Congreso, el bolso de la dama reposando inquieto en el escaño vacío de Mariano, mientras Mariano, tocata y fuga, suprema cobardía, se ponía de whisky hasta el moño en un garito de la calle Alcalá, y en el Parlamento se torcía, quien sabe si para 12 años, dice el yerno del suegro, o para un siglo, el rumbo de España.
Se fue Mariano. Se va Soraya. Hacen mutis por el foro los dos grandes responsables de la última oportunidad que vieron los siglos para haber cambiado de verdad España
Un bolso latiendo en un escaño vacío como metáfora del saco sin fondo al que han ido a parar los sueños de un país hoy tironeado por la jauría de los pregoneros del odio, la revancha y la partición. Los sueños de un país que sigue sin encontrarse, sigue sin vivir en sí, sin hallar su ritmo, su senda hacia el futuro, su camino hacia esa sociedad abierta y tolerante, respetuosa con el pasado y ansiosa de un futuro mejor. Un país constantemente zancadilleado por pillos, pillastres, ladrones, sinvergüenzas, pájaros de mal agüero y listísimas boquitas de piñón, cuando no sencillamente por canallas hijos de mala madre. Se fue Mariano. Se va Soraya. Hacen mutis por el foro los dos grandes responsables de la última oportunidad que vieron los siglos para haber cambiado de verdad España, los protagonistas de decepción histórica de aquellos 11 millones de votos que en diciembre de 2011 otorgaron al PP mandato para abrir el país en canal y operar a conciencia hasta hacer posible una España con calidad democrática, una España más tolerante, más rica, más justa, más abierta, radicalmente reñida con la enloquecida España que los camisas pardas del lazo amarillo nos quieren imponer si nos dejamos. Se van, en suma, cerrando a cal y canto la última oportunidad que tuvo la derecha democrática de haber hecho un país mejor.
Misterio en torno a su futuro
Nadie sabe dónde se va la señora, aunque es difícil imaginar tanta vanidad travestida en simple abogada del Estado afecta a la subsecretaría de Pesca y Alimentación del ministerio correspondiente. Cuentan que cuenta con la posibilidad real de saltar al Santander. No se trataría de desempeñar ninguna función relacionada con la actividad financiera estricta, cosa de la que tampoco sabe y que además tendría tasada por las incompatibilidades propias del cargo que ha desempeñado –la señora ha presidido la comisión delegada de secretarios y subsecretarios de asuntos económicos-, pero sí de ubicarse en un área social centrada en la defensa de los derechos de la mujer, ya saben, el género y eso. Ya saben también que doña Ana Botín se ha declarado la más feminista de entre las feministas del perro mundo, aunque a la hora del impuesto a la banca, la señora se ha revuelto y ha hecho saber al niñato que es muy capaz de llevarse la sede social del banco fuera de España. Con las cosas de comer, ni hablar.
La política española sigue tan enfangada como siempre, pero el espectro del centro derecha tal vez luzca hoy mejor cara tras la salida de la infausta pareja, Mariano y su madrastra, el político castrato y la mujer pantera, la dama resuelta a utilizar el poder del que dispuso en beneficio propio, dispuesta a usar su enorme influencia en destrozar a los enemigos del partido que intentaron disputarle la primogenitura. Ni supo ganar, ni supo perder, ni ha sabido integrarse. El sorayismo nunca existió. Todo era impostado, quizá como los apoyos periodísticos de que dispuso y que hoy callan. Su ego hemisférico le imposibilitaba aceptar una posición en el PP supeditada a Casado, porque en el fondo ella desprecia a los Casados, insignificantes mequetrefes todos contemplados desde el arbotante intelectual de su señoría. Imposible, por tanto, imaginarla a las órdenes de Casado como portavoz del PP en una Comisión en el Congreso. Se fue Mariano. Se va Soraya. El país que salió adelante tras el reinado de Isabel II será capaz de superar esos y otros trances de la mano de ese español medio infinitamente superior en calidad moral y humana a sus políticos. Una oportunidad para Pablo Casado. ¿Será capaz Casado, por fin, de salir de la cueva y empezar a pasearse a cuerpo gentil?
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