Todos somos responsables de la violencia atroz y descarnada que palpita tras episodios como los que recientemente nos han conmocionado, el de Beatriz y sus hijas Ana y Olivia. Solo días antes de descubrirse la monstruosidad de lo sucedido en Tenerife, en Sant Joan Despí un padre lloraba la muerte de su pequeña de tan solo cuatro años asesinada por su madre. A Beatriz, la madre de las niñas asesinadas, la han matado en vida. También a los padres del progenitor, abuelos de las pequeñas. Está claro que es imprescindible intentar prevenir episodios como este. Cada vez hay más dispositivos en marcha, desde las casas de acogida a las órdenes de alejamiento, para evitar asesinatos. Esta lucha debe empezar mucho antes de desembocar en la comisaria o en el hospital. Esta lucha se inicia desde los primeros pasos que dan los pequeños.
No podemos mirar hacia otro lado cuando la crueldad de algunos llama a la puerta con tanta constancia, el miedo paraliza a las víctimas de maltrato, mujeres a manos de sus parejas, madres a manos de sus hijos. Puede parecer fácil lo de denunciar, pero no lo es. Para dar ese paso se necesita un apoyo familiar y social que no siempre se tiene al alcance. Todos somos parte implicada. La protección policial y judicial es básica y necesaria pero insuficiente. Debemos implicarnos todos en este grito social de SOS contra el maltrato, bien sea físico o psicológico, que puede derivar en tragedia. Desde el cura, al médico de cabecera, desde la amiga, al vecino, desde el profesor del colegio al compañero de trabajo.
Sin titubeos ni templanzas
Es preciso esforzarse por cambiar las mentalidades machistas, celosas y posesivas, esas actuaciones que van mucho más allá de la autoridad judicial, policial, o de la clase política. Va de educación en mayúsculas. Va de actuar con firmeza, de apartar de la iglesia a un cura que señala como culpable a Beatriz por haber sido infiel. Sin titubeos, no cabe tibieza ni templanza ni flexibilidad. Más de 48 horas han pasado desde sus declaraciones y solo se han condenado sus palabras nada más. El padre Báez no representa a ningún fiel que se precie. Y la Iglesia debería ser la primera interesada en apartarle. Pero en esta sociedad consentimos y así nos va.
Consentimos la violencia del niño porque es pequeño y no entiende, y quienes no entendemos somos los adultos que se nos va de las manos algo tan importante y en lo que no estamos poniendo el foco: la educación, la que se basa en el amor y el respeto al otro, tenga el sexo que tenga, piense como piense. No queda lejos aquello de la minifalda, de "se lo ha buscado por ir así vestida". No, por desgracia no queda tan lejos. Comentaba estos días una mujer que se divorció en los años 80 que dejó de ir a confesarse porque el cura le decía que aguantara. Son 1096 mujeres muertas desde 2003, desde que existe este registro de violencia de género. El reto que tenemos por delante debería ser una prioridad para todos, desde los medios de comunicación a las comunidades de vecinos.
La responsabilidad social de este lacerante fenómeno empieza en la familia, en los padres que educamos a esos niños que se convierten en auténticos monstruos, los progenitores que dan mal ejemplo en casa, la escuela cuando mira hacia otro lado, los vecinos que no alertan cuando oyen constantes peleas en la casa de enfrente, el policía que no se cree a la víctima, el cura que confiesa al maltratador y no da ninguna voz de alarma. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en lo que está pasando y en la base de ese adulto violento y asesino que se gesta desde la niñez. La mentalidad de una sociedad no cambia en un día para otro, por eso no hay tiempo que perder en trabajar para mejorar la educación y el respeto que son la base de una sociedad civilizada. La violencia tiene muchas causas. La falta de educación, de atención, de respeto, de ejemplo, de amor, de límites y de valores. A la falta de un no a tiempo. Cuídense.
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