Viendo lo que responden varios ministros cuando se les pregunta, no parece que el Gobierno esté por la labor, al menos por ahora, de permitir que los niños puedan salir a la calle, aunque sea un rato y junto a sus progenitores, durante este confinamiento. Es justo lo contrario a lo que se acaba de aceptar en Italia y que ya estaba funcionando en Francia, Alemania, Bélgica, Austria, Inglaterra, Suiza y Holanda. Quizás es que nuestros expertos sean más expertos que los de dichas naciones, si bien no lo parece si tenemos en cuenta las cifras de contagiados en cada país.
Ya saben ustedes que en teoría los menores sí pueden ir a la compra junto a sus padres. La realidad es que la inmensa mayoría de la población está prefiriendo dejarlos en casa y no aprovechar la triquiñuela de las compras para pasearlos. Entre otras cosas, para evitar que los delatores que andan vigilando en las ventanas y balcones linchen a gritos a las familias.
Es sabido que mucha gente, demasiada, está encontrando muy diversas formas de saltarse el confinamiento. Ahí están las miles de multas ya puestas y todas las que se pondrán. Pero, como en todo, siempre hay grados en la manera de hacer las cosas. Lo de coger un par de catanas para llamar la atención de la Policía parece bastante desmesurado y seguramente obedece a algún desequilibrio, pero en las normas o en las casas siempre hay resquicios para la rebeldía.
Nosotros, hartos ya de este confinamiento especialmente duro para los niños, decidimos hacer algo de una vez este lunes. Sacamos nuestro lado más insurgente para irnos de excursión familiar al garaje. Mejor dicho, fue una excursión al coche que tenemos en el garaje, donde estaba sin moverse un centímetro hace veinticinco días. Este tipo de excursiones están terminantemente prohibidas por las autoridades, porque no se pueden utilizar las zonas comunes de las viviendas para semejantes menesteres.
Nuestro valiente desafío al Gobierno apenas duró cuarenta y cinco minutos. La arriesgada excursión consistió en bajar once plantas en el ascensor y caminar los veinte metros que hay desde el elevador hasta nuestro coche. Por ello, tomamos medidas de seguridad. Primero bajó mi pareja junto al pequeño. Minutos después, bajé yo. Dentro del vehículo, los adultos, que llevábamos guantes y mascarillas caseras, nos sentamos lo más lejos que pudimos, uno en la parte trasera y otro en la parte delantera, porque lo del maletero nos pareció exagerado.
Pusimos música, en concreto un CD de canciones infantiles que hace las delicias del pequeño. Movimos el coche dos metros hacia delante y otros dos metros hacia atrás para aumentar, aunque fuera ínfima y fugazmente, la sensación de libertad. Esto provocó confusión al pequeño, que interpretó que íbamos a viajar y, por primera vez en meses, se colocó sin llorar en su silla y, sonriente, gritó la palabra prohibida: "Calle". Nos costó bastante convencerlo de que no íbamos a parte alguna. Con la cautela y el sigilo que logramos conseguir, volvimos sobre nuestros pasos.
Esta sarcástica excursión al garaje es, como ya habrán notado, la excusa para reivindicar que los niños puedan salir de casa. Con responsabilidad y con lógicas limitaciones para salvaguardar la salud de todos, por supuesto. Siempre junto a sus padres, durante un tiempo momentáneo, manteniendo la ya célebre distancia social y haciendo lo que haga falta. No resulta apropiado ni necesario caer en la demagogia de mentar la comparación con los paseadores de perros para defender esta necesidad vital que tienen los menores, que son sin duda los grandes olvidados en toda esta crisis. Hay argumentos sólidos de sobra. Aquí siguen algunos que ya han señalado profesionales de la materia.
En toda Europa, menos en este cainita trozo de planeta, los menores sí pueden pasar un tiempo fuera de casa, pero no por ello el virus se está transmitiendo con mayor virulencia en esos países, sino al contrario. La Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños salgan a dar una vuelta cerca de casa junto a sus padres. No está demostrado que, como nos dijeron y nos creímos, los pequeños transmitan el coronavirus más que los adultos, pero sí está demostrado que el bicho es muchísimo menos letal para ellos. Los pedagogos recuerdan que los retoños se desarrollan mejor fuera de casa que entre cuatro paredes. ¿Es necesario seguir?
Hace dos semanas, cuando sólo llevábamos nueve días encerrados, ya decíamos aquí, y perdonen la autocita, que los niños necesitan salir a la calle porque "la situación de pasar tanto tiempo dentro del hogar no es natural ni lógica ni saludable". Los padres, al menos nosotros y todos los que conozco, no queremos que los mocosos salgan para librarnos de ellos durante un rato, para poder teletrabajar mejor o para colocárselo a los abuelos, sobre todo porque nada de eso sería posible. No hay egoísmo en esta petición. No es por nosotros, es por ellos. Los ejemplos europeos demuestran que existen fórmulas para hacerlo posible. Si no es así, siempre nos quedarán las intrépidas excursiones al garaje.
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