He empezado a ver Doctor en Alaska, una serie de los años 90. Cuenta la historia de un joven doctor que acaba en un pueblo perdido donde va a ejercer por unos años. El motivo es que el Estado le pagó la carrera. Sin llegar al nivel de Papillon, el panorama resulta desolador para un joven criado en Nueva York. Los primeros capítulos se centran en el proceso vital que experimenta el médico mientras se adapta al medio, y se aclimata a la gente. Incluso ha de recurrir a un lago helado para cumplir con su aseo.
Esto me ha recordado a Mónica García.
— ¿Mónica qué?
— Sí, hombre. Mónica García, médico y madre.
— Aaaah. «Mema», la de Podemos, Más Podemos, Más Unidos.
— Touché.
Está muy bien ser médico y tener mucho éxito, siempre y cuando esta circunstancia no derive en un ataque de hipertrofia de ego. Tal es lo que ocurre con nuestra doctora
El caso es que el doctor en Alaska y su forma de entender la profesión es todo lo contrario a lo que representa Mónica García, conocida como MeMa. El joven neoyorquino atiende a sus pacientes con pocos medios y como buenamente puede, con sencillez, sin poner límites o cupos de enfermos, volcándose en la necesidad y afinando la exigencia. La candidata García piensa que forma parte de «la élite de los médicos que por ser médico automáticamente se convierten en buenas personas». Está muy bien ser médico y tener mucho éxito, siempre y cuando esta circunstancia no derive en un síndrome de ego hipertrofiado. Tal es lo que ocurre con nuestra doctora.
Mónica García es anestesista. Una especialidad con dos ventajas. Primero, los pacientes no se quejan. Segundo, vives de los sueños ajenos. Sin embargo, es una profesión de gran responsabilidad. Una desconocida que de la noche a la mañana se convierte en jefa de la oposición en el parlamento madrileño no es un caso habitual. Por una singular carambola del destino, logró más votos que el PSOE de Gabilondo, a quien, por cierto, también acompañó Jorge Javier Vázquez durante la campaña de 2019 con notable éxito. MeMa consiguió 4.500 votos más que el metafísico socialista.
Es innegable que hacer oposición en política es de lo más divertido porque no hay que rendir cuentas a los ciudadanos o soportar la presión de ejecutar un presupuesto. Viene a ser como en un debate de la tele que nadie ve: hay que llevar la contraria, alinear todo tipo de pegas, tocar insistentemente las narices, incurrir en promesas imposibles, anunciar medidas fantásticas, hacer mucho ruido, no mover un dedo, tocar el tambor y, si eres de Vox, puedes presentar tarde las enmiendas a los presupuestos y decir que la culpa es de la informática.
Para presidir Madrid se precisa algo más que un discurso agresivo y repetitivo y una colección cansina de tuits colgada con mala uva
Hay que reconocer que MeMa ha conseguido algo que, inicialmente, se antojaba muy complicado: no ser capaz de haber redondeado un perfil de oposición seria y rigurosa al Gobierno de Díaz Ayuso. Ha logrado que, incluso los que no somos de la sierra rica de Madrid, nos hayamos enterado de la existencia de un Juan Lobato, ex alcalde de Soto del Real y candidato socialista a la Comunidad.
A la doctora García le molesta que le canten las verdades del barquero: si la suerte y la torpeza de Ferraz logró el buen resultado de Más Madrid, ahora tiene que asumir que su formación atraviesa momentos muy delicados. Parece que la izquierda del PSOE de toda la vida, no el sanchismo, está despertando.
Además, no soporta que le sugieran que ha de evitar tanta frase hecha en sus discursos y que para presidir Madrid es necesario hacer algo más que colgar tuits agresivos a velocidad de ametralladora. Lo que proclama sobre la sanidad es, como dice el tenista, «cansino». Una tortura. Los madrileños no se merecen seguir escuchando idénticas consignas todos los días. Las mismas que cuando Javier Fernández-Lasquetty llevaba pantalones cortos y fue nombrado consejero por primera vez, ya va para quince años.
A Mónica García se la ha engullido el personaje. Ha olvidado que un médico tiene un "contrato social". Ella se ha planteado como objetivo convertir la sanidad pública en una sanidad soviet, en la que todos los profesionales formarán parte de una gran nadería, un ejército monocromo de funcionarios grisones, silentes y sin talento. Se acabó el estar disponible cuando se le necesite, la formación permanente, la delicada atención al paciente, aspirar ala excelencia, a la calidad, al saber. Con MeMa se impondrá la dictadura sindical y se pondrá fin a la meritocracia.
La pena es que Cicely, el tranquilo pueblo de Doctor en Alaska, no es más que un escenario de ficción, en las antípocas de la realidad que nos ofrecen MeMa y sus huestes. Al menos hasta mayo, todos los domingos mani y todos los días, huelga, como ya anunciamos en Navidad. Afortunadamente, la realidad de nuestros sanitarios, salvo los liberados sindicales del pandero y batablanca, están mucho más cerca del protagonista de Alaska que de lo que encarna la candidata García.
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