Opinión

Por qué soy antivacunas

El coronavirus y los oportunistas que quieren medrar a su amparo están siendo un acelerador del detritus. Esta es la mercancía averiada que nos venden Sánchez e Iglesias

Nunca tan pocos habían estado llamados a enfrentar un desafío de tal magnitud. Hay todavía algo peor que los miles de fallecidos por el virus en nuestro país, el más castigado del mundo en términos relativos. Se trata de los que hemos sobrevivido a la catástrofe pero estamos amenazados por la muerte civil. El mantra de la corrección política se extiende como una plaga bíblica. No se puede estar en contra del estado de alarma. La delación se ha impuesto como costumbre social. El miedo preside el patrón de comportamiento cívico. El país se ha convertido en un inmenso gel desinfectante. Los gurús de la nueva patria nos dicen que España es una nación dantesca envenenada por la desigualdad, por la precariedad, por la pobreza extrema, y que necesita de la vacuna del socialismo para evitar la extremaunción.

Yo me propongo ser de los últimos de Filipinas. Estoy en contra del ingreso mínimo vital, ese que las mafias que trafican con hombres ya ‘venden’ en el Magreb para preparar la nueva oleada de inmigración ilegal que tanto le gusta al fatuo ministro Escrivá. Los liberales siempre hemos estado en favor de socorrer a los vecinos que por mala suerte o por incapacidad manifiesta no pueden sobrevivir por si mismos. Pero esto no tiene nada que ver con el PER andaluz ni con el modelo de subvención masiva patrocinado por nuestro vicepresidente comunista.

Durante la presentación del nuevo maná estatal el señor Iglesias dijo: “Hoy ha nacido un nuevo derecho social en España”. Y lo he creado yo. ¡A ver quién tiene los santos arrestos de no votar a este Gobierno en adelante! Así las gastan. Fue Evita Perón, no llores por mí Argentina, la que dijo que toda necesidad es un derecho. Y desde entonces aquel país de ensueño no ha dejado de vivir en la postración. Me pregunto qué tienen que ver las urgencias con las drogas, porque los derechos no inscritos en la naturaleza son como los narcóticos. Fabrican gente sin clase alguna de responsabilidad que no soporta el deber. Por eso estoy contra la vacuna socialista.

Claro que España va a cambiar aún más en el futuro. Va a estrecharse hasta el límite el número de activos condenados a financiar a los nuevos parásitos que empezarán a acostumbrarse a vivir del cuento

El ingreso mínimo perpetuo va a nutrir sin límite la casta de los derrotados, tiene la potencia nefasta de consolidar una clase desarraigada del aparatado productivo, pero sin cargo de conciencia. De esa gente que ya no volverá a sentir la llamada del más allá ‘¡levántate de la lona joder!’. ¡Haz algo por tu familia y por el país!, porque vales.

Yo sostengo que el Estado de bienestar ha sido el engendro más nocivo de todos los ideados por la civilización occidental. Ha corrompido moralmente a la sociedad, ha generado a unos seres depravados sin gana alguna de pujar por la vida. Claro que España va a cambiar aún más en el futuro. Va a estrecharse hasta el límite el número de activos condenados a financiar a los nuevos parásitos que empezarán a acostumbrarse a vivir plácidamente del cuento. Este experimento de ingeniería social no existe en ningún rincón del mundo civilizado y allí donde se ha ensayado con más determinación, como Finlandia, se canceló rápidamente.

Condicionalidad del préstamo

Yo he adelgazado siete kilos durante el confinamiento. ¿Que cómo lo he conseguido? Haciendo ejercicio y pasando hambre. Nada es gratis en la vida. Por la mañana sudo una hora como un perro en la cinta. Por la noche ceno queso de Burgos y jamón York. Todo esto es repugnante, ya lo sé, pero gracias a eso luzco de momento una figura decente y me siento mejor. Como ni Alemania, ni Holanda ni cualquier otro país europeo tiene un ingreso mínimo vital, y su subsidio de desempleo o su sistema de pensiones son relativamente menos generosos que el nuestro, está fuera de lugar que los 140.000 millones con que nos van a regar para sortear este trago tan amargo sean gratuitos. Habrá condicionalidad, tanto para los eventuales préstamos como para las subvenciones. Y así debe ser.

Hemos demostrado ser uno de los países más irresponsables del continente. Y ahora al mando de un psicópata chapoteamos en la ciénaga. En 2019 mentimos bellacamente a Bruselas y acabamos con un déficit público del 2,8% del PIB después de haber prometido menos del 2%. Hernández de Cos, el gobernador del banco emisor, ha sido cristalino. El maná europeo tiene que estar condicionado. Los países vulnerables que piden auxilio porque no pueden sobrevivir por sus propios medios hacen más reformas internas y terminan alcanzando un mayor crecimiento si son exigidos. Sí se les cancela el margen para gastar arbitrariamente. Las ayudas para salvar situaciones de extrema necesidad no deben ser usadas para financiar “comportamientos oportunistas”. Y esto es justamente el ingreso mínimo vital, una maniobra electoral revestida de un paño obsceno de falsa solidaridad.

La ministra Celaá permitirá pasar de curso con varias asignaturas suspendidas y obsequiará a los alumnos con un título de bachiller inservible para colocarse en un mercado laboral cada vez más exigente

Hay que celebrar la inflexibilidad de la señora Merkel o del holandés Rutte, que tanto saca de quicio de los progresistas de salón. Pero, desafortunadamente, la Unión Europea no nos podrá salvar de la expansión del programa socialista a gran escala que han diseñado los señores Sánchez e Iglesias. Es un programa que pasa por instalar a la sociedad española en la mediocridad más absoluta, en igualarla a la baja. Que pasa por destruir toda la cadena de incentivos que estimula el progreso de las personas. Quieren dar el ‘Gran Salto Adelante’ del nefando Mao Zedong. Por eso se flanquea el acceso a las becas con un 5 raspado, porque lo de estimular el sacrificio está muy bien, queda muy bonito, pero el objetivo fundacional de las becas es la igualdad de oportunidades, dicen; sin nada a cambio, cabría apostillar. Por eso la ministra Celaá permitirá pasar de curso con varias asignaturas suspendidas y obsequiará a los alumnos con un título de bachiller inservible para colocarse en un mercado laboral cada vez más exigente.

Para mi amigo el escritor Xavier Pericay la izquierda española ha considerado siempre la enseñanza como algo privativo, un derecho casi divino. Como el método imprescindible para construir una sociedad nueva. Allí donde otros han ensayado este modelo en el que el igualitarismo prima a toda costa sobre la libertad como en el Reino Unido o en Suecia, hace tiempo que se ha desechado porque los resultados fueron calamitosos. Fracasó porque no se trataba de estimular el apetito de conocimiento de nuestros jóvenes al margen de su nivel económico, sino de evitar que alguno de los alumnos despuntara en exceso por encima del resto. O, dice Pericay, de evitar que cualquiera pudiera crecer intelectual y humanamente en libertad, sin cortapisas, hasta donde sus aptitudes y su esfuerzo lo permitieran.

Nacionalizar a los ricos

Con el actual Gobierno, la devastación moral de los ciudadanos se extiende y generaliza. Otro instrumento imprescindible es el castigo fiscal, para el que se preparan impuestos confiscatorios dirigidos a esquilmar a los ciudadanos más exitosos y a las multinacionales españolas fabulosas que tenemos por ahora. La orden del vicepresidente comunista, avalada por el señor Sánchez, es que hay que ‘nacionalizar’ a los ricos. La tasa de reconstrucción que prepara Iglesias sobre el patrimonio de los más adinerados del país, que se extenderá inevitablemente a las clases medias, es salvaje. Laminará las fortunas, las grandes y las menos. Destrozará el capital privado. Y ya se sabe que si no hay capital privado no hay inversión, ni empresas ni tampoco empleo.

Los miles de idiotas contra los que hay que luchar dicen que el virus pondrá la puntilla al legado exuberante y magnífico de Thatcher y de Reagan. No hablan del Papa Woytila porque hoy se sienta en el Vaticano un párroco peronista que es el azote antiliberal que sirve a sus intereses espurios. Los tontos útiles, los que han vivido bastante mejor que los pobres rescatados de la ruina gracias al capitalismo, los que incluso han malversado el capitalismo genuino de los padres fundadores -y me refiero a muchos prebostes de los grandes bancos de inversión- se han apuntado a la nueva marea y profetizan un Estado omnipresente y una opinión pública rendida a sus dádivas insanas. Pero no es esto, no es esto. ¡Qué inmenso error!

Ya en tiempos de Felipe González, que fue el inventor de este artilugio en España, los izquierdistas sostenían que el que se oponga al Estado de bienestar debe hacerlo por razones sustantivas, nunca por causas asociadas a la financiación, que puede siempre obtenerse, en caso de que se estime la bondad del propósito, con un sistema fiscal y de ingresos públicos capaz de responder al gasto que plantea. Aunque liquide el patrimonio personal logrado con el sudor de la frente. Aunque confisque la herencia de los vástagos protegida por la ley. Nada diferente es lo que se proponen hoy Sánchez e Iglesias, que se sienten impunes.

Acostumbrados a tener cubiertas sin esfuerzo todas sus necesidades básicas, desde la cuna a la tumba, han perdido el amor al riesgo y la aventura, que son las condiciones ineludibles del progreso

Pero yo refuto la mayor. Creo que la universalización de la protección social como servicio público no es el fruto de un pacto social, creo que sus consecuencias son perjudiciales y también creo que hay alternativas para conseguir mejores resultados. Si los ciudadanos han aceptado, implícitamente, el planteamiento del Estado de Bienestar ha sido bajo el engaño de hacerles creer que la protección que les otorgaba era gratuita, aunque la pagamos todos, unos más y otros menos, hasta que resulte imposible costearla salvo que nos parezca banal la destrucción progresiva del tejido productivo y la anulación de cualquier interés por generar riqueza que lleva aparejado el disparate.

Pero lo peor del Estado del Bienestar es el daño que ha causado a la mentalidad de los hombres de nuestro siglo, que han sido adormecidos por el exceso de seguridad con cargo al presupuesto, desestimulando la iniciativa individual, siempre capaz de dar sus frutos cuando es puesta a prueba. Nuestros contemporáneos, acostumbrados a tener cubiertas sin esfuerzo todas sus necesidades básicas, desde la cuna a la tumba, han perdido el amor al riesgo y la aventura, que son las condiciones ineludibles del progreso.

Falsa solidaridad

Los defensores del Estado de bienestar afirman que, gracias a él, nuestras sociedades son más solidarias. Falso. Los que vivimos en Occidente, y aún más en la extremosa España actual, sabemos que de lo que estamos hablando es de una falsa solidaridad organizada con cargo al presupuesto, de una solidaridad que expulsa la virtud personal del compromiso con la comunidad, ésa que entraña sacrificio personal.

El daño moral más grave provocado por el Estado de bienestar no es otro que la vinculación del individuo a los poderes públicos. Y la desgracia es que sus efectos demoledores serán muy difíciles de desarraigar en unas generaciones crecidas al cobijo y el calor del presupuesto. El coronavirus y los oportunistas que quieren medrar a su amparo están siendo un acelerador del detritus. Esta es la mercancía averiada que nos venden los Sánchez e Iglesias junto a una coalición multitudinaria de intereses bastardos que quieren sacar provecho de la covid abjurando de sus principios y engañando a los ciudadanos para condenarlos con la vacuna socialista a la servidumbre perpetua.

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