En la tercera temporada una de las protagonistas define a la perfección la cruel y elitista idiosincrasia de la familia Roy: "No sentimos vergüenza". Como no la sienten ni la conocen, todo es posible en sus vidas, guiadas por la sed de poder y el exceso de dinero. De eso trata, a grandes rasgos, la serie Succession (HBO), que es una obra maestra con tintes shakesperianos y de tragedia griega para retratar el extraño universo de los multimillonarios.
Todos los personajes de esta serie son inmensamente ricos pero quieren más. Todos viven atormentados por sus propias miserias. Todos llevan una existencia entre malvada y absurda. Todos son perversos y contradictorios, diríase que contradictoriamente humanos. En el siempre minado terreno de las comparaciones, Succession podría definirse como Los Soprano pero sin violencia, como un moderno Rey Lear o como un Juego de Tronos sin mallas. Es todo eso y más, porque estamos ante una obra maestra de la ficción.
La cosa va de cómo Logan Roy (un Brian Cox sublime), amo y señor del imperio mediático Waystar Royco, prepara su presunta sucesión entre sus cuatro hijos, donde uno es un friki que pasa de los negocios familiares y los otros tres son tan despiadados (o casi) como su progenitor. La lucha entre todos ellos, padre e hijos, con puñaladas constantes, giros inesperados y alianzas cambiantes, es el epicentro argumental.
Aunque la serie habla de un gigante de los medios de comunicación, en todo momento se da por sabido que sus televisiones y periódicos son instrumentos al servicio de tal o cual interés (¿Por qué será?)
Apenas importan tanto el tremendo lujo que se muestra como el componente mediático. Esto último es paradójicamente casi lo de menos, pues aunque la serie habla de un gigante de los medios de comunicación, en todo momento se da por sabido que sus televisiones y periódicos son instrumentos al servicio de tal o cual interés (¿Por qué será?). Lo periodístico, lo dinerario o lo político -cuya corrupción también se cuenta con pasmosa naturalidad- componen el paisaje, pero el verdadero contenido de la serie, su motor y su mensaje, es lo familiar.
El éxito de crítica y público de Succession es de sobra conocido y seguramente crecerá sobremanera con el tiempo. ¿Por qué? Uno de sus puntos fuertes, acaso el más atrayente, está en la potencia de sus guiones. El hacedor de la serie, que es el británico Jesse Armstrong, consigue en casi cada secuencia unos diálogos inteligentes, con enrevesados razonamientos, múltiples referencias culturales y una malicia abrumadora en cada palabra. No es lo mismo una intriga cualquiera que una intriga sofisticada.
Los guiones destacan por encima de todo, pero en 'Succession' también brillan la complejidad de la trama y subtramas, la enorme altura del reparto -habrá muchos premios para estos actores-, la banda sonora utilizada y, cómo no en HBO, la exquisita producción de cada plano
Podría decirse que las conversaciones de la familia Roy y sus adláteres evocan esos intercambios tan rápidos como profundos que aparecían en El ala oeste de la Casa Blanca, pero desde un ángulo diferente, claro. Los diálogos delineados por Armstrong serían algo así como el lado oscuro de la fuerza que tenían los de Aaron Sorkin en la citada serie.
Además de esos guiones endiabladamente interesantes que destacan por encima de todo, en Succession brillan la complejidad de la trama y subtramas, la enorme altura del reparto -habrá muchos premios para estos actores-, la banda sonora utilizada -una de esas que se te zambulle en la historia- y, cómo no en HBO, la exquisita producción de cada plano.
Año nuevo, vida nueva. Quizás no haga falta tanto, pero enero es un mes de buenos propósitos. Incluyan entre ellos, acaso como obligación, queridos televidentes, devorar esta serie shakesperiana sobre el poder y la familia.