Las elecciones suecas de este domingo han dejado a los observadores cierta sensación de dejà vu. Los corifeos llevaban un mes avisando con la consabida letanía de que viene la derecha, qué digo derecha, la ultraderecha con su cortejo de xenofobia y antieuropeísmo. Eso ya lo habíamos visto antes. Sólo el año pasado tres veces: primero en Holanda, luego en Francia y por último en Alemania.
Al final, después de tanto meter el miedo en el cuerpo a la gente con la hecatombe próxima e inevitable resultó que no, que ni Geert Wilders, ni Marine Le Pen, ni Frauke Petry se comieron un colín. Cierto que todos mejoraron sus resultados y que esa mejora se hizo a costa de la socialdemocracia (especialmente de los partidos socialistas, pero no sólo), pero el temido populismo "de ultraderecha" no terminó de desatar el Armagedón.
La mejora en los resultados de líderes como Petry, Le Pen o, este mismo domingo, el derechista sueco Jimmie Akesson, todo lo que nos da es una valiosa pista que haríamos bien en apuntar. Aquellos votantes a los que la élite ignora o directamente desprecia también tienen derecho al voto y basta con que alguien habilidoso les susurre al oído para que se lo entreguen.
El avance de líderes ultras como Petry, Le Pen o ahora el sueco Jimmie Akesson, todo lo que nos da es una valiosa pista que haríamos bien en apuntar
Curiosamente Suecia era el paradigma del consenso y la estabilidad. Constituía, desde antes incluso de la guerra mundial, la superación de las ideologías y hasta de la política. Dos partidos, el Socialdemócrata y el Moderado, se reparten el poder desde hace un siglo. En las legislativas de este año han permanecido como las dos formaciones más votadas, pero se les ha colado un intruso en su Olimpo particular.
Se trata de Demócratas Suecos, un partido nacionalista con 30 años de antigüedad pero que hasta el año 2010 no consiguió meter un diputado en el parlamento. El domingo lograron 62 de una tacada, quedándose a sólo 8 escaños de los conservadores y a 700.000 votos de los socialistas. No podrán gobernar, obviamente, pero se han convertido en la tercera fuerza política del país y, lo que es más importante, en el partido bisagra.
Lo que ha propulsado a Akesson ha sido la inmigración y la delincuencia. Simplemente eso, que no es poco. Dos asuntos sobre los que el resto de partidos prefieren pasar por encima, pero que son tema de conversación habitual entre los suecos y que constituyen una de sus principales preocupaciones, tal y como se desprende de las encuestas de opinión.
Populismo en tiempos de abundancia
Porque el populismo sueco, a diferencia del francés, el italiano o el español, no ha surgido en tiempos de penuria, sino de abundancia. La economía sueca va como un tiro, el desempleo está en mínimos y las perspectivas son inmejorables. Suecia tiene un Estado grande pero gestionado de un modo muy eficiente. Su sector privado es dinámico y competitivo. No hay, por lo tanto, motivaciones económicas en el descontento. Son de otra índole que el sistema no ha sabido -o no ha querido- escuchar.
El origen del malestar en Suecia hay que buscarlo en la crisis de los refugiados de 2015. El país acogió a 165.000 personas que huían de Siria. Pueden no parecer muchos, pero recordemos que Suecia es un país de sólo 10 millones de habitantes. El equivalente en España sería que hubiesen entrado en menos de un año cerca de un millón de refugiados con una mano delante y otra detrás.
Ante las primeras quejas el establishment se cerró en banda. Quedó prohibido de facto hablar del tema en los medios de comunicación. Argüían que eso traería a la extrema derecha. Pero no, a la extrema derecha lo que la ha traído ha sido no tratar este asunto con franqueza y sin cortapisas, valorando lo bueno pero también lo malo. Los socialdemócratas y los conservadores, queriendo eliminar el problema, ignorándolo, lo han alimentado tal y como muchos analistas ya habían predicho.
De manera insensata, socialdemócratas, conservadores y liberales han dejado que un debate que no querían dar en público se realizase en privado
Al final los hechos son tozudos y no se pueden ocultar. En Suecia ha aumentado la criminalidad en los últimos años. Esto es un hecho avalado por la estadística. Desde 2010 los delitos denunciados han crecido un 10,5% en todo el país, pero ese incremento se ha concentrado en los barrios donde hay más inmigrantes. Era fácil hacer la relación y abordar el problema, pero nadie quiso hacerlo.
Al que se aventuraba a meterse en ese campo minado le llovían las críticas, a quienes lo denunciaban no tardaban en caerles los sambenitos habituales de xenófobo y racista. De manera un tanto insensata, los socialdemócratas, conservadores y liberales suecos han dejado que un debate que no querían dar en público se realizase en privado, a espaldas de las cámaras y en términos no precisamente constructivos.
Todo esto es lo que emergió el domingo tras el recuento. Dos de cada diez suecos han expresado su disconformidad al abrigo del anonimato que dan las urnas. Con la mala fortuna de que ninguno de los dos partidos dispone de mayoría suficiente para gobernar. La coalición liderada por los socialdemócratas cuenta con 144 diputados, la que orbita en torno al Partido Moderado 143. En tanto que el parlamento sueco, el Riksdag, tiene 349 escaños, el socialdemócrata Stefan Löfven sólo podrá ser investido con los votos de su rival moderado Ulf Kristersson o los del maldito oficial del reino, Jimmie Akesson, con el que nadie quiere sentarse a hablar.
Bloqueo casi garantizado, muy parecido al de Alemania hace un año o al de España hace dos. Les quedaría una gran coalición, pero eso no hará que el elefante desaparezca de la habitación.
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