Cuando Shakira llegó a España lo hizo con un contrato de trabajo bajo el brazo. Estaba a punto de cumplir los 26 y su familia, pese a denodados esfuerzos, no había encontrado un marido para ella. A esa edad, o bien se casaba o bien tenía que contribuir económicamente. Así que, a través de las recomendaciones de terceros, Shakira encontró su oportunidad. Viajaría a España de forma legal, con un permiso de residencia y un contrato laboral de empleada del hogar.
La llegada
Cuando se presentó ante el matrimonio que la había contratado, lo hizo con la cara lavada, vestida con una sencilla chilaba de algodón y cubierta por un hiyab. Entre sus brazos sostenía una pequeña bolsa de viaje que era todo su equipaje. Dentro, además de sus escasas pertenencias, había un pequeño Corán del que nunca se separaba.
Sabían de qué pueblo en concreto procedía; también, que su familia era muy estricta y devota del Islam
En todo momento mantuvo la cabeza agachada. Sólo la levantó ocasionalmente para mirar a la mujer, nunca al marido. Su retraimiento no preocupó al matrimonio. Conocían bien Marruecos y sabían de qué pueblo en concreto procedía; también, que su familia era muy estricta y devota del Islam. Así que se limitaron a explicarle en qué consistiría su trabajo, el horario y sus días de libranza. Luego la mujer la acompañó hasta la que sería su habitación y le dio formalmente la bienvenida.
Transcurridos los primeros meses, el retraimiento de Shakira no desapareció. Pero aprendía rápido y hacía bien su trabajo. Era diligente, concienzuda y nada perezosa. No había que explicarle las cosas dos veces y tenía iniciativa para resolver pequeñas contingencias.
No tardó en convertirse en una gran ayuda para toda la familia. No sólo era aplicada sino que, con el paso del tiempo, demostró ser una persona intrínsecamente buena. Se ganó el afecto de todos. Con el padre siguió siendo retraída, pero con la madre y los hijos su relación era cada vez más cercana. Empezó a mostrar curiosidad y a preguntar por las costumbres y hábitos de los españoles, en especial de las mujeres. Le llamaba la atención que las españolas no sólo tomaran la iniciativa sino que, además, lo hiciera en público. Aquello le fascinaba.
La liberación
Pasado un año ya no iba sola a pasear a un parque o a tomar té a una terraza, y matar el tiempo con su inseparable Corán. Había hecho amigas, inmigrantes como ella, de diferentes procedencias pero con un rasgo compartido: ninguna practicaba el Islam. Ellas fueron quienes la convencieron de que se vistiera con otras prendas, además de la monótona chilaba, y que luciera su hermoso cabello negro azabache. Aquello, le dijeron, era Europa. Podía rezar lo que quisiera y al dios que quisiera y, al mismo tiempo, ser libre para hacer muchas cosas; entre ellas, vestir como le diera la gana. Ningún dios se ofendería por ello. Por lo menos no en Europa.
Ya no calzaba sandalias, ni usaba chilaba, ni se cubría con un hiyab. Vestía pantalones vaqueros, blusas y zapatos a la moda e, incluso, se maquillaba
Transcurridos dos años, Shakira había dejado de ser aquella joven apocada a la que le costaba mirar de frente a los hombres y más aún articular palabra en su presencia. Seguía siendo prudente y respetuosa con todos, pero su retraimiento se había esfumado. Ya no calzaba sandalias, ni usaba chilaba, ni se cubría con un hiyab. Vestía pantalones vaqueros, blusas y zapatos a la moda e, incluso, se maquillaba. Leía algún que otro libro que no fuera el Corán, iba al cine con sus amigas y, de cuando en cuando, quedaba con ellas para ir a un local a bailar. Se había revelado como una mujer inteligente, sensible e inquieta a la que le gustaba aprender. De hecho, un día, cuando sus amigas le preguntaron qué le gustaría haber sido de haber nacido en España, ella respondió que profesora de primaria. Le encantaban los niños y tenía buena mano con ellos. Después, sonrió quedamente, consciente de que había llegado tarde.
El sueño
Al tercer año Shakira empezó a soñar. Tenía ya 28 años y, pese a los esfuerzos de sus padres por buscarle esposo en su pueblo natal, no había compromiso alguno en el horizonte. Para su familia, aquello era un grave contratiempo y, cada cierto tiempo, una conversación telefónica entre los padres y Shakira terminaba en bronca o en drama, o en ambas cosas a la vez. Después, pasaba un par de días malos. Y todos a su alrededor lo notaban. Pero pronto se reponía confiada en que si superaba la treintena, y no le encontraban marido, sus padres desistirían y sería libre.
Se imaginaba como una española más, con su propia vida, aunque fuera modesta. Conservaba su pequeño Corán y seguía creyendo en Alá, pero en todo lo demás era una nueva Shakira o, mejor dicho, la auténtica Shakira, la que al otro lado del Estrecho no podía ser; una mujer completa, independiente, alegre, franca, trabajadora, con ganas de vivir y esperanza en el futuro. Y durante un tiempo llegó a creer que lo conseguiría, que su familia la aceptaría tal como era ahora. Pero se equivocada.
El despertar
Sus hermanos llegaron a España. Y tan pronto encontraron alojamiento en una barriada con mayoría de inmigrantes marroquíes, contactaron con ella. Querían verla con urgencia. Shakira, ilusionada pero también inquieta, fue a su encuentro. Al verla, sus hermanos no dieron crédito. Aquella no era la mujer que recordaban. Iba vestida de manera indecorosa, con unos vaqueros y una blusa ajustada, la cabeza y el rostro al descubierto. Para colmo, se mostraba resuelta. Y el reencuentro terminó en un torrente de reproches y amenazas.
Los hermanos empezaron a presionarla para que dejara de estar interna en la casa en la que trabajaba y se fuera a vivir con ellos a su diminuto apartamento
Fue el principio del fin. Los hermanos empezaron a presionarla para que dejara de estar interna en la casa en la que trabajaba y se fuera a vivir con ellos a su diminuto apartamento. Pasadas unas semanas, Shakira, agotada y angustiada, cedió y explicó a la familia para la que trabajaba las nuevas circunstancias. Logró su comprensión. Dejó de ser interna pero conservó el trabajo y se mudó a casa de sus hermanos.
Fue el primer gran cambio, después vinieron otros. Su libertad de movimientos empezó a verse restringida, cada vez le resultaba más difícil quedar con sus amigas y las amenazas para que cambiara su forma de vestir eran permanentes. En lo de vestir, Shakira optó por una solución salomónica: seguiría vistiendo blusas y vaqueros mientras estuviera fuera, pero usaría su vieja indumentaria cuando volviera con sus hermanos. Así, cuando terminaba su jornada, regresaba en perfecto estado de revista, con las sandalias, la chilaba, la cara limpia y la cabeza cubierta por el hiyab.
Pero sus hermanos no se conformaron; tampoco sus padres, que habían sido puntualmente informados de su inaceptable estilo de vida. Todos menos ella llegaron a la conclusión de que tenía que renunciar a su trabajo actual y volver al buen camino. Aquella familia y su entorno eran una pésima influencia. Así que sus hermanos le hicieron la vida imposible. Cada vez que se disponía a ir a trabajar, todo eran problemas, quejas, reproches, insultos e incluso amenazas.
Durante un tiempo aguantó la presión, pero se fue transformando en aquella joven retraída y desconfiada del principio
Durante un tiempo aguantó la presión, pero se fue transformando en aquella joven retraída y desconfiada del principio. Hacía su trabajo de forma diligente como siempre, pero ya sin alegría. Dejó de conversar con la familia y empezó a ser una extraña. Más tarde, perdió el contacto con sus amigas y, finalmente, dejó de tener vida propia.
El piso de sus hermanos era para ella una cárcel. Y aquel barrio, que controlaba un puñado de fanáticos, un gueto impenetrable que la policía y las autoridades daban por perdido. Estaba sola, a merced de unos usos y costumbres que la colocaban al final de la cadena alimenticia. La autoridad había desaparecido. Y la tolerancia mal entendida, la excusa de la paz social y el multiculturalismo acrítico, convertían las leyes en papel mojado. Allí todos se conocían y se vigilaban mutuamente, siguiendo las recomendaciones de una minoría intolerante.
La rendición
Una mañana se presentó en la casa vestida tal y como lo había hecho el primer día, con la chilaba de algodón y el hiyab cubriéndole la cabeza. Abajo, en el portal, aguardaban impacientes sus dos hermanos. Venía a despedirse. Dijo que tenía otro trabajo. Y por un momento pareció que sus ojos se nublaban. Pero inmediatamente su gesto se endureció y el resentimiento afloró en su mirada. Quizá culpaba a todos de su desgracia.
Poco después, sus padres le encontraron marido. Era bastante mayor, pero relativamente buen partido. Después de todo, su hija estaba a punto de llegar a la treintena. Y no estaban en condiciones de ponerse exquisitos. Así que cerraron el compromiso.
Cuando se disponía a saludarla, ella colocó el dedo índice frente al lugar donde se suponía estaba su boca. Después, sin mediar palabra, siguió su camino
Pasado el tiempo, uno de los miembros de la familia para la que Shakira había trabajado, se cruzó en la calle con una mujer completamente envuelta en una túnica a la que únicamente se le podían ver los ojos. Su mirada le resultó familiar. Aceleró el paso para darle alcance. Y cuando llegó a su altura, aquellos ojos le miraron y parecieron sonreírle. No había duda, era Shakira. Cuando se disponía a saludarla, ella colocó el dedo índice frente al lugar donde se suponía estaba su boca. Después, le dedicó una mirada suplicante y, sin mediar palabra, siguió su camino.
La vio perderse calle abajo, caminando detrás de un anciano de piel cetrina, cubierta de los pies a la cabeza. Acababa de cumplir los 32. Seis años antes, había cruzado el Estrecho en busca de una vida diferente. Y creyó haberla encontrado. Pero al final había ido a morir a la orilla de Europa. Las fronteras exteriores se habían abierto a su paso, pero muchos países europeos habían consentido que los bárbaros crearan otras interiores insuperables.
Shakira en árabe significa "agradecida". Ironías de la vida.
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