El reciente acuerdo entre el PSC y ERC ha tenido como efecto no deseado cierto alboroto en las izquierdas españolas, generando debate sobre la solidaridad interterritorial por la promesa de cesión tributaria del Estado a Cataluña, una comunidad autónoma distinta de las que sí tienen garantizados privilegios comparables en la Constitución de 1978. Asombrosamente, algunos de los que no vieron problemas en la injusta desigualdad causada por la supresión del delito de sedición, la rebaja de las penas de la malversación, las condonaciones de deuda pública o la amnistía, sí encuentran ahora conflictivo que un partido autodenominado ‘socialista’ reparta privilegios económicos a cambio de poder institucional. Nunca es tarde si la dicha es buena, pero de momento se trata de una protesta minoritaria, parcial y que en el caso de determinados dirigentes regionales del PSOE parece responder a una inquietud por los recursos que dejarán de percibir sus administraciones —y por los votos que dejarán de percibir ellos—, más que a una preocupación real por la igualdad entre españoles.
Una de las cuestiones más curiosas de este episodio político es sin duda la posición de Sumar. Más bien las múltiples y enfrentadas posiciones que inevitablemente acaban surgiendo en cualquier amasijo indefinido de partidos. Y es que se han hecho un lío a propósito del federalismo: unos lo usan para justificar el acuerdo entre el PSC y ERC, y otros para criticarlo. De este modo, Íñigo Errejón —portavoz de Sumar en el Congreso— lo describe como “una oportunidad para avanzar en un sentido federalizante y plurinacional”, pero Enrique Santiago —secretario general del PCE y diputado de IU— lo rechaza argumentando que el Estado federal es “inseparable de un sistema de solidaridad”; Gerardo Pisarello —diputado de los Comunes— habla de “una propuesta federalizante” vinculada “a la progresividad fiscal y a una solidaridad interterritorial justa y transparente”, y en cambio Carlos Martín Urriza —portavoz parlamentario de economía y hacienda— denuncia que “el modelo confederal que se propone ahora para Cataluña” arriesga la “redistribución justa de la renta y la riqueza entre personas y regiones”, y que “no amplía el Estado federal, sino que lo debilita”. Tomen asiento y elijan bando.
Una confederación es una unión eventual de Estados soberanos para unos fines y ámbitos específicos, determinados por un tratado internacional
Tal es el embrollo, que algunos de los citados utilizan conjuntamente los términos federal y confederal como si fueran compatibles entre sí. El profesor de derecho constitucional Pisarello afirma apostar “por formas de convivencia federales y confederales”, al mismo tiempo que el doctor en ciencia política Errejón habla de “la democratización de la estructura territorial” en referencia a ”instituciones federales y confederales”. Este uso simultáneo de dos elementos contrapuestos lleva a pensar que no hay en él mayor fundamento que la satisfacción a la carta de sus votantes: que cada cual escoja la palabra que mejor le suene. Parafraseando a Esquilo, podemos decir que la primera víctima de la política es la verdad. Intentemos, pues, arrojar algo de luz sobre el asunto.
Una confederación es una unión eventual de Estados soberanos para unos fines y ámbitos específicos, determinados por un tratado internacional. Sus miembros pueden salir cuando lo deseen, pues en ningún momento pierden su soberanía. Por el contrario, una federación es una fusión de Estados en uno mayor, dando como resultado un único Estado soberano que puede mantener o no en su Constitución una estructura territorial descentralizada. El filósofo español Gustavo Bueno lo explicó así: “Un Estado federal es imposible. Es una contradicción. Puede haber una confederación de Estados. La idea de un Estado federal suele plantearse a partir de EE UU. Pero cuando se federan las colonias sólo son Estados en cuanto al nombre, porque la soberanía está ya en el conjunto”. De esta manera, existen por un lado los Estados soberanos —más o menos descentralizados—, y por otro las confederaciones de Estados. ‘Federal’ —utilizado en países que históricamente se crearon mediante una federación— y ‘unitario’ son redundancias innecesarias que pueden incluso referirse a una misma realidad, como pasa con España cuando unos la definen como Estado unitario por no haber sido resultado de una federación, mientras otros hablan de su realidad federal por el nivel de descentralización que alcanza en la práctica.
En conclusión, España es un Estado descentralizado, sin más. Por tanto, no puede constituirse como federación o confederación salvo que se separe previamente en varios Estados que a su vez decidan volver a unirse. Ojo, desde estas líneas no se niega que Errejón, Pisarello y compañía tengan en mente la fragmentación de España en pedazos étnicos. Nada nuevo bajo el sol entre los tontos útiles del separatismo.
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