Antonio (por llamarle de alguna forma) es un joven español cuya familia es especialista en el equilibrismo financiero. Su madre trabaja de dependienta y su padre -de 55 años- cobra un subsidio de desempleado de larga duración. Lo complementa con alguna ñapa en negro que sirve para llegar a fin de mes. Antonio es universitario y no pudo disfrutar de una beca Erasmus porque su cuantía era muy baja y su familia no podía prestarle apoyo con los gastos de su estancia en otro país. Tampoco pudo acompañar a sus amigos en el largo mes de Interrail que pasaron hace un año, entre sacos de dormir en estaciones de tren, bocadillos de mortadela y episodios seminales. Antonio si acaso viaja con alguna oferta de aerolínea de bajo coste y nunca por más de 100 horas. Los veranos ‘los estudia’ y los trabaja y, como hormiga, mira a las cigarras viajeras con cierto desprecio mientras el sudor gotea bajo su camisa y sueña con la suerte, ese concepto tan abstracto y tan lejano.
Estos días, ha leído en sus redes sociales que el Gobierno pagará una parte de la próxima aventura en ferrocarril de sus compañeros y ha pensado: “Ellos ya se lo podían permitir y yo tampoco iba a poder irme un mes. Vaya tontería. Vaya forma de comprar votos”.
A la familia de Antonio no le cuentan la verdad quienes hablan estos días de justicia social para convencerlos de que deben votar a su partido el próximo 28 de mayo. Resulta tentador que un Gobierno regale cheques-viaje, perritos piloto, bonificaciones de 400 euros y rentas universales. "Algo caerá", piensa su padre, mientras pide a su mujer 5 euros para tabaco, no sin tragarse cierta ración de la típica frustración de quien se siente un perdedor.
Por si fueran pocas las referencias gubernamentales a la tierra prometida, Ione Belarra ha anunciado recientemente que Podemos quiere constituir empresas públicas para todos los sectores estratégicos. Entre ellos, el de los supermercados. “Esta propuesta no le gustará a Juan Roig”, expresaba este domingo Pablo Echenique. Y la madre de Antonio pensaba: “Con lo difícil que es llegar a fin de mes, pese a lo que trabajo, y con lo que han subido los precios, quizás sea bueno votar a quienes nos defienden de verdad y quieren que paguemos menos en el súper”.
Lo que no le cuentan los portavoces de Podemos a la familia de Antonio es que todas estas promesas incrementan el gasto público, pero no generan riqueza nacional, lo que siempre obliga a que la Agencia Tributaria tenga que recaudar más y cometa más injusticias con los ciudadanos más esforzados. Generalmente, para que las hormigas asuman las cargas que las cigarras rechazan.
Esto es lo que provoca que la jefa de la madre de Antonio no pueda contratar a otra trabajadora; o que su padre no tenga grandes opciones de salir del agujero del paro por la vía del autoempleo. En ambos casos, el Estado pone sobre los emprendedores la pesada losa de la tributación desmedida. La que -dicen- sirve para pagar los hospitales, carreteras y colegios. Esos que cada vez se encuentran en peor situación, sin que nadie haya propuesto un debate serio sobre la forma de gestionarlos en el medio y largo plazo. Aquí no se habla de eso. Aquí se reparten subvenciones y se desafía a la inteligencia de los ciudadanos con propuestas como la de los supermercados públicos.
Personas fáciles de engañar
Estas iniciativas siempre resultan peligrosas porque suelen calar entre los desencantados. Las personas que deben ocuparse de su supervivencia no tienen tanto tiempo para informarse sobre los ‘asuntos públicos de relevancia’ como quienes pueden procrastinar y liberarse en su sindicato. Llenar el frigorífico, reunir el dinero necesario para pagar las facturas y ahorrar un poco por si se rompe la lavadora provoca demasiados quebraderos de cabeza y no permite concentrarse, muchas veces, en la reflexión profunda y el análisis pormenorizado de los discursos estatalistas de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Cristina Fallarás.
Pero convendría aclarar que sus razonamientos son falaces, dado que la base de las sociedades prósperas no se encuentra en la política ministerial, sino en las relaciones comerciales y de colaboración de los individuos que las conforman. Cuanto mayor sea el volumen de ellas, mejor le irá a un territorio y más dinero tendrán sus habitantes. Cuanto más se impida el libre comercio, mayor dependencia del Estado habrá y más temor a los recaudadores de impuestos, que cada vez pedirán más a los contribuyentes.
Medidas como las que proponen Belarra y Pedro Sánchez -ni que decir la estupidez de Yolanda Díaz de dar 20.000 euros de herencia universal a los jóvenes- incrementan la factura, pero no generan beneficios, lo que provocará que a Antonio le cobren más IRPF del primer sueldo que perciba cuando termine la universidad y acceda a un trabajo cualificado, lo que dificultará su ahorro y sus proyectos personales.
Y todo ese sistema tan injusto -que paraliza el ascensor social y sangra a las clases medias- impedirá que su padre se gane la vida como autónomo, dado que entre cuotas e impuestos no le será rentable. Tampoco ayudará a sus potenciales clientes, que también estarán obligados a pagar al Estado casi hasta por respirar. Reitero: lo que les quite Hacienda no lo invertirán en la economía doméstica.
La desesperanza en un Estado socialista
También puede ocurrir algo peor, y es que el empleador que iba a contratar a Antonio quizás se lo piense dos veces a la vista de que el Gobierno cada vez pone más cargas a los empresarios, así que el muchacho probablemente se vea con un título en la mano, pero sin la capacidad de progresar. En esas condiciones, pensará: "O repartidor de Glovo u opositor". Quizás tenga suerte y consiga una plaza pública en unos años, a base de tesón y esfuerzos por agarrar la moral para que no descienda hasta el subsuelo en los largos días de estudio. Entonces, conseguirá un trabajo indefinido, pero con un sueldo normalucho que pagarán el resto de los contribuyentes. Incluida su madre cuando vaya al supermercado y le cobren el IVA de cada producto.
"La solución podría ser un supermercado público", le dicen en Podemos. La iniciativa ha sido un desastre allá donde se ha aplicado. La URSS cayó entre desabastecimiento, estanterías vacías y colas en la calle, a 10 grados bajo cero, por una barra de pan o un paquete de arroz. En Cuba, este fin de semana disparaban con cañones de agua a los manifestantes en Guantánamo por lamentar la decisión del Gobierno de privar de carne de pollo a los menores de 13 años. En Venezuela, Hugo Chávez vendía en televisión frigoríficos al 'precio justo' determinado por la revolución. Ahora, el país es tan pobre y el bolivar está tan devaluado que no hay muchas más opciones que hacer una sopa con papel moneda para llenar el estómago de forma barata.
A Antonio y a su familia les dirán estos días que hay que votar al PSOE y a Podemos porque son los partidos del pueblo. Son los que reparten el dinero público entre los pobres y los que distribuyen equitativamente los recursos públicos. En Europa, esa filosofía política ha implicado el incremento imparable de las deudas y la creación de sociedades adocenadas y subvencionadas que acaban pudriéndose en su propia mediocridad mientras despotrican contra los Amancio Ortega, Juan Roig o Iberdrola de turno por el mero hecho de ser empresarios y, por tanto, de estar asociados a la codicia y la esclavitud de los proletarios.
En otras latitudes, las vertientes radicales de esa ideología han traído resultados mucho más dramáticos. Tanto, que cualquiera de sus habitantes hubiera matado por trabajar en un Mercadona con un sueldo base de 1.400 euros y 15 pagas. Que son mucho más de lo que ofrecen quienes son incapaces de crear sociedades prósperas Los intentos de colectivizar los recursos que se obtienen a partir de las relaciones comerciales han derivado históricamente en desastre, dado que no hay mayor derrochador de dinero público que el Estado que se deja llevar por las ocurrencias socialistas. Tampoco es nuevo este debate. Los escolásticos ya hablaban del 'precio justo' y los intelectuales de mediados del siglo XVI se preguntaban el porqué la riqueza que se obtenía en las colonias se destinaba a guerras lejanas y no a garantizar la prosperidad en España. La respuesta por estos lares ha sido siempre similar: la ceguera, las manías y la impericia gubernamental ha aplastado las buenas ideas de otros muchos.
Sobra decir que el modelo que proponen Podemos y el PSOE ni crea prosperidad ni arregla las necesidades de los pobres. Sin duda, es necesario que existan unos impuestos justos para que Antonio pueda estudiar y ascender en la sociedad hasta poder encontrar un trabajo o montar una buena empresa con la que poder pagarse el Interrail o un viaje a Cancún con sus padres. Pero quienes hoy le prometen el oro y el moro son los que más difícil le pondrán el conseguir ese objetivo. Pero eso no lo dicen en los mítines que Antonio y sus padres escuchan cuando ponen el telediario del fin de semana.
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