La generalidad catalana mantiene, como toda la izquierda, una doble vara de medir con respecto a la Memoria Histórica: si se trata de reivindicar a sus muertos todo se les vuelven tortas y pan pintado; si los asesinados son del otro bando se les niega la menor atención y se pasa página. Esa es la explicación, entre otras cosas, de que estén obsesionados con el Valle de los Caídos pero, en cambio, nunca hayan llevado a término acción alguna con los torturados y asesinados en las checas. Ni una lápida, ni un indicativo, ni una mención en su discurso guerra civilista donde solo cabe la dicotomía de buenos y malos.
Pero la realidad es muy tozuda. Hará cuatro años los de la generalidad hallaron una fosa común en Montcada y Reixach con nada menos que 164 cuerpos. Todos se frotaron las manos. ¡Ya tenemos un montón de víctimas de Franco! ¡Ya podemos salir a reclamar las bondades de una república angélica, idílica, salvífica! Pero, pobrecitos, cuando fueron a investigar resultó que aquellos pobres seres habían caído bajo las balas de los republicanos. Y como eso no puede ser y tampoco puede discutirse que Companys – el presidente mártir, lo llaman – firmase miles de sentencias de muerte, amén de los crímenes perpetrados en sus checas de los que no quedaba constancia, decidieron volver a echar tierra – nunca mejor dicho – y dejarlo correr.
Es el caso de que en el cementerio de Montcada fueron asesinadas más de 1.300 personas por considerarlas no afectas al régimen rojo. Muchas de ellas muestran evidentes señales de tortura, de ensañamiento. La previa al tiro en la nuca era pasar por los militantes de ERC, del PSUC, de la CNT, del PSOE o la UGT, que solían cometer barbaridades con los presos que no tienen nada que envidiar a las del más sádico oficial de las SS de un campo de exterminio. Ahora dicen los de Illa que van a reparar ese olvido, que señalarán el espacio donde se encuentran dichos cadáveres con sendos paneles explicativos. Dicen que quieren “dignificar” a las víctimas. No me lo creo. De entrada, lo primero que deberían hacer es retirar el nombre de Lluís Companys del nomenclátor barcelonés y, por extensión, del catalán; lo segundo, cambiar el nombre al estadio olímpico de Montjuich que también lleva ese infame nombre y dar las explicaciones imparciales y rigurosas históricamente hablando acerca de quien fue aquel individuo. Mientras se prohíben los nombres ligados con Franco – llegando a la locura de incluir en la lista de prohibidos en Barcelona el del Almirante Aixada, marino español nacido en San Feliu de Guíxols en el siglo XVI que participó en el sitio de Argel. Muy franquista no pudo ser, más que nada por la cuestión espacio-temporal.
Lo que quiero decir con esto es que desde el malhadado ZP se ha intentado borrar una parte de nuestra historia en beneficio de otra, mayoritariamente imaginada, y eso lo único que puede hacer es perjudicarnos a todos los españoles. Porque, lo he dicho infinidad de ocasiones, los muertos o son de todos o no son de nadie. El muerto esgrimido como bandera de afirmación ideológica en detrimento de otro muerto es una falta de respeto, además de una canallada que se utiliza las más de las veces como pretexto para tapar las vergüenzas de partidos y líderes políticos.
Lo contrario conllevará a decir ante las fosas abiertas “Estos son nuestros muertos” y, por lógica, si ellos preguntan por el resto responderles, educada pero firmemente, “¡Sus muertos!”.
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